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05.05.18

Defender la Libertad, con mayúscula

Más que sentir nostalgia por regímenes de mano dura que garanticen el crecimiento económico al precio de coartar las libertades individuales, el énfasis hay que ponerlo en desarrollar y reforzar las instituciones que garantizan el funcionamiento de las democracias.
Por Raúl Ferro

El sonado incidente entre el director de la Fundación para el Progreso, Axel Kaiser, y Mario Vargas Llosa durante un conversatorio en Santiago de Chile a principios de mayo pone en evidencia un preocupante problema en el compromiso de algunos intelectuales liberales latinoamericanos frente a las libertades. Kaiser insinuó que había dictaduras malas y dictaduras menos malas, citando como ejemplo la de Nicolás Maduro y la de Augusto Pinochet, ante lo que Vargas Llosa reaccionó de forma tajante: “Las dictaduras son todas malas”.

Para muchos defensores de la libertad económica y el mercado, es fácil caer en la tentación de relativizar el valor de las libertades individuales y los derechos humanos frente al progreso económico y el desarrollo material. Al fin y alcabo, alimentar y dar techo y vivienda a la gente es lo primordial.

Este tipo de pensamiento pragmático es especialmente peligroso en los tiempos que corren, en que las críticas a la democracia liberal están a la orden del día. La creciente desigualdad social y económica, el populismo y la corrupción azotan a parte de las democracias. Con la democracia como consigna, la primavera árabe tumbó tiranías, pero creó vacíos de poder, caos y dejó espacio para la instalación de grupos extremistas. Hay elementos de sobra en la opinión pública para desconfiar de los valores de la democracia y la libertad.

Gobiernos como los de China, Turquía y Rusia se encargan de enfatizar globalmente este mensaje, y algunos líderes occidentales, como el presidente Donald Trump, ayudan en la tarea. Frente al discurso nacionalista y agresivo del presidente estadounidense, China se presenta a sí misma como la gran defensora del libre comercio y de la globalización, mientras justifica su modelo autoritario, incluido el encarcelamiento de intelectuales disidentes.

Este contraste entre el éxito económico de China y los problemas de las democracias occidentales no debe hacernos perder de vista, sin embargo, que la democracia es el único sistema que respeta la dignidad del ser humano y que permite su desarrollo integral, no solo material. La democracia es incómoda, molesta y riesgosa, pero nos entrega libertad como individuos y sociedad. Al final del día, como señaló el propio Vargas Llosa en una conversación publicada por el Financial Times, “es mejor una democracia corrupta que una dictadura honesta”.

Más que sentir nostalgia por regímenes de mano dura que garanticen el crecimiento económico al precio de coartar las libertades individuales, el énfasis hay que ponerlo en desarrollar y reforzar las instituciones que garantizan el funcionamiento de las democracias. Esa es la gran tarea.