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09.05.18

La jugada del Gobierno: negociar con el FMI para preservar la gobernabilidad económica

(TN) El ministro Dujovne encabeza la comitiva que está rumbo a Washington para reunirse con la titular del organismo, Christine Lagarde. Por qué la corrida cambiaria fue aleccionadora.
Por Marcos Novaro

(TN) Era una posibilidad que se barajaba desde hace tiempo. Cada vez que se la mencionaba, los miembros optimistas del equipo de Mauricio Macri decían que no hacía falta, que implicaba pagar un alto costo político, que solos se las iban a arreglar. Y claro, todo eso cerraba mientras en los mercados voluntarios encontraran quién le sonriera al plan oficial y abriera su billetera.

Como dejó de haber sonrisas y empezó a cundir el pánico, el ala optimista tuvo que recapacitar. ¿Tal vez debió hacerlo antes? Puede ser: desde que cambió la conducción de la Reserva Federal y quedó claro que no iba a esperar ni un minuto para elevar las tasas, anticipándose a una eventual suba de la inflación, era claro que la Argentina iba a sufrir y, o bien insistía con la austeridad y las tasas del Central al mango, o intentaba algo más. Como fuera, el pesimismo de la Reserva Federal liquidó las pocas chances que desde un principio tenía el optimismo de la Casa Rosada.

¿Cuán costoso fue que se siguiera esperando sin hacer nada o casi nada los últimos dos o tres meses, insistiendo con una meta de inflación poco creíble, con tasas de interés tan ineficaces como no sustentables?

El costo para las reservas del Central fue importante, y también para la confianza en la capacidad de las autoridades de resolver los problemas (y más todavía para anticiparse a ellos).

Pero el haber experimentado el susto de una corrida fue aleccionador y hasta necesario no solo para esos funcionarios, siempre propensos a imaginar solo los buenos escenarios. También lo ha sido para una parte importante de la sociedad, y hasta puede que lo sea para algunos opositores. Cuando los argumentos no alcanzan suele pasar que no queda mejor nutriente de la prudencia que el miedo al caos.

Tras la experiencia de los últimos días quedó en claro que el país necesita preservar sus escasos recursos de gobernabilidad económica. Cuyos titulares son unos señores tal vez no tan avispados como ellos creen, pero tampoco del todo inútiles ni responsables de todos nuestros males como se ha venido repitiendo en los últimos días (y no sólo desde la oposición más virulenta).

Y que para salir del brete en que están tienen pocas opciones a mano: o hacen un ajuste mucho más duro del hasta aquí intentado, o toman prestado de quienes todavía están dispuestos a prestarnos, los organismos financieros internacionales.

El Gobierno igualmente recibirá críticas por “ceder una vez más soberanía”. Pero es difícil que esa opinión se vuelva mayoritaria si se explican bien las alternativas y sobre todo si se logra que las exigencias del Fondo sean moderadas. Es decir, que el ajuste no sea mucho más duro de lo que ya se estaba viviendo con las tarifas y demás.

Para lograr esto último también, la crisis de estos días, y la velocidad con que se decidió cambiar de prestamista a raíz de ella, pueden facilitar las cosas: de haber seguido esperando es probable que el gobierno hubiera consumido muchas más reservas y perdido del todo credibilidad, tanto interna como externa, así que un giro como el que ahora se intentará hubiera requerido un entero cambio de gabinete, más devaluación y dar por perdidos el crecimiento y la batalla contra la inflación en 2018.

Los opositores llamados “dialoguistas” de todos modos serán renuentes a una discusión sensata de alternativas o a considerar “lo que se evitó” mientras estimen que su prioridad es expresar el malhumor social en auge. Clima en que es razonable que insistan con sus críticas al programa económico, también que las adornen ahora con argumentos nacionalistas y las enfoquen no sólo en las tarifas, sino en ponerle límites a la toma de deuda, en lo que viene insistiendo el kirchnerismo desde hace tiempo.

Pero también es probable que esa agenda quede en mayor medida que antes encapsulada en el Congreso: salvo Rodríguez Saá ningún gobernador querrá repetir lo de sus predecesores de los años ochenta y rezar, como ante Alfonsín, “Patria querida dame un presidente como Alan García”: ya se sabe cómo terminan esas cruzadas nacionalistas, no hace falta para eso refrescar la memoria de la experiencia peruana del final del mandato de García, basta ver lo bien que defiende la soberanía venezolana el chavismo, eso sí, mientras repudia cada dos por tres al Fondo y sus programas de crédito.

Y además: ¿no les convendría cuidarse esta vez de atar su suerte a pronósticos pesimistas, no vaya a ser que queden pedaleando en el aire si el Gobierno encarrila las cosas y el malhumor en unos meses remite?

Contra esa invitación a practicar un optimismo moderado juega, sin embargo, el muy mal historial que Argentina tiene con el Fondo Monetario. ¿Podrá Macri evitar que se repita la historia de los muchos programas de financiamiento que el país firmó con el FMI pero no cumplió, y que dieron lugar a otros programas más abultados, con nuevas exigencias de ajustes y reformas, que tampoco se cumplieron, o en lo que se cumplieron no funcionaron, y tanto por una cosa como por la otra finalmente desembocaron en crisis más graves que las que se pretendía evitar en un principio?

Este es, finalmente, el mayor desafío que va a tener desde ahora el Ejecutivo. Aunque en cierto sentido era ya el que tenía desde un principio: lograr que el financiamiento que consiga se use para hacer los cambios que hacen falta, no para evitarlos.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)