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26.09.18

Con el paro y el cambio en el Banco Central, el ajuste se fortalece

(TN) El desenlace de la interna oficial favorece a Dujovne, que puso al reemplazante de Caputo en el Central. Pero Dujovne no es «del palo», no integra el pequeño grupo de amigos en los que el presidente confía «porque sí». Se ganó su lugar combatiendo más bien contra estos últimos. ¿Lo van a dejar actuar en su ahora ya consolidado rol como eje de la nueva etapa de la gestión que se abrió cuando fracasaron los anteriores?
Por Marcos Novaro

(TN) Justo el día del paro general más contundente contra su gobierno, Macri recibió lo que parece ser un cuchillazo por la espalda: uno de sus funcionarios de más confianza, de esos a los que había endiosado como miembros del “mejor equipo de los últimos 50 años”, renunció intempestivamente, en medio de una crítica negociación con el FMI.

Dicen que la salida de Luis Caputo estaba ya prevista. Lo que no podía estar previsto es que renunciara de forma tan poco elegante, tan inoportuna y, por tanto, tan costosa para la ya bastante dañada credibilidad del Gobierno. ¿No será que Macri se cuidó en exceso de los egoísmos y vanidades de los ajenos, y dejó pasar con demasiada frescura esos vicios cuando provenían de sus “amigos”?

El desenlace de la interna oficial favorece a Dujovne, que puso al reemplazante de Caputo en el Central. Pero Dujovne no es “del palo”, no integra el pequeño grupo de amigos en los que el presidente confía “porque sí”. Se ganó su lugar combatiendo más bien contra estos últimos. ¿Lo van a dejar actuar en su ahora ya consolidado rol como eje de la nueva etapa de la gestión que se abrió cuando fracasaron los anteriores?

Ese fin de semana fatídico en que parecía que Peña y Caputo, los artífices del desliz presidencial que había llevado a la última corrida contra el peso, sobrevivirían pero el ministro de Hacienda estaba de salida, se desmintió con este otro desenlace. Dujovne evidentemente contó, para este imprevisto resultado, con el respaldo del Fondo que, con buen tino, desconfió de quienes en estos meses de crisis, negociaciones y renegociaciones han estado demasiado interesados en mostrar que la política podía y debía aún domesticar a los mercados, aunque para eso hubiera que malvender reservas hasta agotarlas.

Ahí quedó Peña como último y principal referente de un equipo y una estrategia que ya no tienen mayor viabilidad. Pero no se sabe aún qué función piensa cumplir en adelante. Está por ahora en las sombras, tal vez aprendiendo de la experiencia, o bien agazapado para volver a las andadas en cuanto pueda, cuando haya pasado la tormenta y llegue la oportunidad de volver a imponer su voluntarismo y el optimismo asociado. Mientras solo sea para encarar la futura campaña electoral, no estaría mal.

En tanto, el Gobierno en su conjunto deberá redefinir su relación con los grupos de interés, entre ellos con el sindicalismo, que tiene más motivos que antes para endurecer sus reclamos. Tanto por el éxito de la medida de fuerza, como por la consolidación del giro económico: sin alguien en el Gobierno o en el Central tratando de mantener el dólar en el menor valor posible, se aleja más la posibilidad de que pronto caiga la inflación. Y si las próximas negociaciones salariales -en la inevitable ronda de revisión de las paritarias- van a ser con economistas atentos al equilibrio de las cuentas, va a ser más difícil que haya acuerdo rápido.

Esto, de todos modos, no debería desvelar demasiado al Ejecutivo. Para empezar, porque ese sindicalismo recibió también, en medio del éxito de su medida de fuerza, nuevas muestras de lo estrecho del desfiladero por el que pretende avanzar. El sentido del paro, una vez más, lo dio el sindicalismo duro, que en la voz de Pablo Michelli volvió a hacerle un enorme favor a Macri con su advertencia sobre el final abrupto que le espera si no cambia de política económica para el lado contrario del que está tomando. Evidentemente, esta gente no aprende más: la desesperación por sacar provecho de la coyuntura de debilidad en que está el Gobierno los lleva a favorecerlo involuntariamente, aventando cualquier posibilidad de que haya plan de lucha o cualquier otra variante de escalada de la protesta.

Al mismo tiempo, el sindicalismo moderado, que es mayoría en la CGT, deberá advertir que los márgenes de negociación se estrecharon: si esperaba que con más plata en el Central el Ejecutivo iba a tener motivos para ser más generoso con ellos en los próximos meses para “comprar paz social”, ahora van a tener que admitir que las posibilidades de que haya acuerdo se han reducido y tal vez, desde el Gobierno prefieran acorralarlos para que sean ellos los que paguen por lo platos rotos si la paz social se ve amenazada.

Finalmente el problema es que el grueso de la sociedad, incluidos muchos trabajadores formales que ellos representan, no está, al menos por ahora, inclinada a cortar puentes con el gobierno y salir de la mesa de negociaciones, mucho menos apostar al estallido, por cuyos promotores experimenta un amplio rechazo. Así que el oficialismo puede jugar una carta sostenida en un optimismo algo distinto del que hasta aquí venía abusando: uno fundado en que el ajuste va a permitir evitar el caos, y en una salida productiva y exportadora, respecto a la cual también el campo sindical va a estar dividido.

Fuente: TN (Buenos Aire, Argentina)