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24.10.18

Los obispos, complicados para hablar ahora de unidad nacional

(TN) Para escapar del papelón tras la misa con Hugo Moyano, monseñor Ojea adelantó una convocatoria a la unidad nacional. Incluiría a oficialistas, opositores, sindicatos y empresarios. ¿Va a funcionar? La comparación con el 2001 ahonda la tensión.
Por Marcos Novaro

(TN) Para empezar, Ojea, presidente de la CEA, estuvo lejos de aceptar que la curia haya metido la pata al permitir, y tal vez también promover, no sólo la misa del sábado pasado en Luján sino toda la serie de desplantes al oficialismo y adhesión abierta y enfática al peronismo más virulento y manchado por causas de corrupción a que hemos asistido en los últimos tiempos: recordemos el mal momento que Jorge Lugones, presidente de la Pastoral Social, le hizo pasar en junio a María Eugenia Vidal, apoyando el paro de la CGT y cuestionando la política social; gesto que repitió el 17 de octubre, de la mano del líder camionero, justo en el momento en que su hijo estaba por ser detenido.

El presidente de la Conferencia Episcopal, incluso, dio su “apoyo pleno a la tarea pastoral de Radrizzani”, y se mostró decidido a fugar hacia delante del papelón: como bálsamo contra la impresión que los obispos peronistas más politizados han dejado en la opinión pública, que de su mano la Iglesia católica se está comportando como una facción, pretende ahora recuperar el rol desempeñado durante la crisis de 2001-2, para lo cual convocó a un “diálogo por la unidad nacional”. ¿Es oportuno?

Seguro, no va a caer muy simpático en el oficialismo que se homologue la situación actual con la catástrofe vivida dieciséis años atrás. Para empezar, porque a diferencia de entonces hay, ahora, un gobierno que refrendó sus credenciales en las urnas dos veces, la última hace apenas un año, y que con sus errores y aciertos está esforzándose por sostener el gasto social, para que la crisis en curso no caiga en las espaldas de los más desfavorecidos.

Pero también y por sobre todo porque ese gobierno no tiene necesidad de la intermediación de la curia para dialogar y negociar con todos los grupos de interés y sectores políticos, incluida la enorme mayoría de los sindicatos, que no están muy interesados que digamos en respaldar a Moyano en su pelea para frenar las investigaciones de la Justicia usando la protesta social para disimular.

Como no está en condiciones de hacerlo, cabe prever que la convocatoria de Ojea no va a tener mayor eco, más allá de quienes ya se subieron al camión de este operativo salvataje, algunos porque no les queda otra, como es el caso de los kirchneristas, y otros porque no lo pensaron demasiado.

Y con esos socios, lo que se aseguraron en la CEA fue desalentar la participación de casi todos los demás. Algo que Ojea parece no entender: que por el camino que va, seguirá limitando sus chances de influir. Y también, le hará fácil al gobierno la salida más económica: ignorar todos esos reclamos y críticas, incluidas las que vienen avaladas por la supuesta superioridad moral de la Iglesia en la confianza de que muy pocos que no hayan estado desde antes convencidos de que Macri es el mismo demonio, van a prestarle atención.

Ojea insiste en que los obispos hablan con todos y aludió a reuniones en curso con la UIA, representantes de las PyMEs y demás. Todo eso está muy bien. Pero el problema es de orden político e institucional y si no se atiende, va a seguir dañando la misma legitimidad de la jerarquía católica como voz y guía de la sociedad, ya no digamos de toda ella, incluso de la porción de esa confesión.

La dificultad que enfrenta la curia nace del hecho de que, en vez de reconocerse como cabeza de una institución en problemas que debe empezar por revisar sus déficits y pecados, entre ellos, ciertas tendencias a la facciosidad y la politiquería, el ideologismo pobrerista y el antiliberalismo, pretende disimularlos detrás de los problemas ajenos. La paja en ojo ajeno para que no se vean las vigas que hay en los suyos. Mala idea.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)