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12.11.18

Brasil: ¿una revolución capitalista «a la chilena» por vía electoral?

(Clarin) ¿Son medidas que servirán para crecer? Sí, pero de inmediato implicarán costos. ¿Qué hará entonces Bolsonaro? ¿Aceptará como corresponde las reglas de la democracia? ¿Será lo suficientemente flexible para negociar y mediar? ¿O en lugar de convencer querrá imponer su política, pisoteando la institucionalidad?
Por Loris Zanatta

(Clarín) Todos sabemos lo que Jair Bolsonaro amenaza hacer: perseguir a los opositores, imponer su moral retrógrada, conculcar los derechos de las minorías, favorecer la autodefensa armada, cerrar periódicos y más. Creo que un poco “se hace” y un poco “está”: necesitaba polarizar a los espíritus, elegir al PT como enemigo, sabiendo que se beneficiaría.

Ahora veremos si entre el dicho y el hecho hay, como sucede a menudo, de por medio el mar. Lo que, en cambio, nadie sabe con certeza es cómo piensa levantar a Brasil, el eterno gigante inacabado. “No entiendo nada de economía”, admitió: una de las raras frases felices de su campaña electoral; sinceridad apreciable, en una época en que la ignorancia a menudo se ha elevado a virtud moral.

Por eso, todos los ojos se han dirigido a Paulo Guedes, el principal economista de su equipo. ¿Bolsonaro pondrá las llaves de la política económica en sus manos? No es un peso ligero, ni su identidad deja dudas sobre sus orientaciones: discípulo de Milton Friedman en la Universidad de Chicago, trabajó en Chile en los años 80, cuando sus colegas tomaron las riendas económicas de la dictadura de Pinochet.

De vuelta en Brasil, quería adoptar las mismas recetas, pero nunca tuvo la oportunidad. Quién sabe si no ha llegado la hora. En fin: Guedes es un “neoliberal”, palabra que para muchos evoca al diablo, el paño rojo frente a los cuernos del toro. En mi opinión, es más correcto llamarlo “liberista”: palabra más antigua y menos ideológicamente sesgada.

Estrictamente hablando, nada en el pasado de Bolsonaro presagiaría una opción similar: como muchos militares o ex militares, su corazón late por palabras como estado, soberanía, protección, planificación; su universo ideal y semántico está lejos del liberista y en sus veinte años en el Parlamento lo ha demostrado votando más a menudo como el PT que como el PSDB. Pero esta es solo una parte de la historia: Pinochet y el ejército chileno tampoco habían jamás pensado en tomar el camino liberista. Sin embargo, lo hicieron. ¿Cómo fue? ¿Fue realmente Friedman a seducir Pinochet con sus artes analíticas?

¿O fueron las circunstancias las que favorecieron un diagnóstico que condujo a esa terapia? Después de todo, mutatis mutandis, Bolsonaro en Brasil después del PT, como los militares en Chile después de Allende, podría convencerse que si el país no despega, si sigue plagado de baja productividad y competitividad, es debido a la herencia estatista y corporativa que embrida sus energías. ¿Por qué no desmantelarla con dosis masivas de mercado?

No es un razonamiento peregrino. En el fondo, a Chile le fue mejor que a todos los demás: hay que estar cegados por la ideología para negarlo. De hecho, los partidos que le devolvieron la democracia hundiendo la dictadura, evitaron cambiar el modelo económico.

Si a esto se agrega el antiguo y profundo vínculo entre Brasil y Chile, especialmente entre los militares de los dos países; se considera que este vínculo siempre se basó en la adhesión de ambos países a los principios del panamericanismo y en el rechazo de las corrientes “panlatinas” que los combatían, peronistas o castristas que fueran: de todo nos podemos sorprender, menos de la atracción de Bolsonaro por el modelo chileno.

Yo también, por lo que importa, estoy convencido de que Brasil necesita una “terapia liberista”. Siempre que esté basada en el consenso y el respeto del estado de derecho.

El ejército chileno la impuso a hierro y fuego: un crimen inaceptable. ¿Puede Bolsonaro hacer una revolución capitalista “a la chilena” por vía electoral, manteniendo el consenso y respetando el estado de derecho?

Más: ¿lo quiere? Lo dudo: no tiene mayoría en el Parlamento y la fragmentación política le pone obstáculos; es probable que una parte de las clases productivas y más educadas del país, que lo votaron en masa, cultiven la esperanza de que tomará el camino liberista y lo apoyarían; pero no estaría tan seguro de que la avalancha de votos obtenida sea un certificado a tal efecto. Muchos de sus votos fueron votos contra el PT y es posible que tomen alas cuando de las palabras pasará a los hechos.

Por último, es fácil esperar que una drástica terapia liberista genere oleadas de protestas: reformar las pensiones y la administración pública, la escuela y la salud, abrir el mercado interno a la competencia, reducir subsidios a sectores acostumbrados a tenerlos, etc., causará resistencias: es fisiológico y legítimo, en democracia.

¿Son medidas que servirán para crecer? Sí, pero de inmediato implicarán costos. ¿Qué hará entonces Bolsonaro? ¿Aceptará como corresponde las reglas de la democracia? ¿Será lo suficientemente flexible para negociar y mediar? ¿O en lugar de convencer querrá imponer su política, pisoteando la institucionalidad?

“Me acuerdo bien de Guedes”, escribió un economista chileno: era “un crack”, un profesional de gran talento. Esto no quita, agregó, que Bolsonaro es de terror. Pocas palabras que ponen el dedo en la herida: para aquellos que creemos en las virtudes del mercado y pensamos que América Latina lo necesita como el aire para escapar de la trampa del subdesarrollo, la perspepctiva que camine sobre las piernas de un personaje autoritario y mojigato como el nuevo presidente brasileño es la peor de las pesadillas. Los que creen en la economía liberal también deben creer en los corolarios filosóficos, políticos e institucionales del liberalismo. Si no ¿para qué sirve?

Fuente: Clarin (Buenos Aires, Argentina)