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17.12.18

El Pacto Global de Migración bajo fuego

(La Mula) En julio pasado, los delegados de 190 países tranzaron en un texto denominado Pacto Mundial para Migración Segura, Ordenada y Regular. Se señala expresamente que corresponde a cada país tomar las decisiones que estime convenientes, lo que es conforme al carácter no vinculante del pacto. En nuestra región, ha llamado la atención la decisión del presidente Piñera de Chile, de rechazarlo.
Por Francisco Belaunde Matossian

(La Mula) Si nos atenemos a las estimaciones de la Organización Internacional de Migraciones (OIM) o del Departamento de Asuntos Sociales y Económicos de la ONU, el número de migrantes en el mundo es de alrededor de 246 millones, incluyendo a los 22 millones de refugiados. Es decir, representan el 3.3% de la población mundial. 

Se observa una aceleración de las migraciones en los últimos años, al punto que las previsiones han tenido que ser modificadas. Así, en 2003 se proyectó que, para el 2050, la cifra sería de 230 millones. En 2010, la previsión pasó a 405 millones. Es muy posible que el próximo cálculo arroje un número aún mayor. No obstante, respecto del total de habitantes del planeta no son números significativos, lo cual  es lógico, pues, por lo general, las personas no dejan sus lugares de origen y el de sus ancestros con gusto, sino forzados por las circunstancias. Además, en la gran mayoría de los casos lo hacen a los países vecinos, pues no tienen los medios para desplazarse más lejos. Así sucede con más del 70% de los inmigrantes africanos según estimaciones de especialistas.

Por otro lado, la evolución es distinta según los casos. Así, la inmigración a Estados Unidos ha caído fuertemente en los últimos 18 años, representando más o menos la quinta parte de lo que se observaba en 2000 si consideramos las informaciones de diversas entidades estatales como las del departamento de Seguridad Interior y la policía fronteriza respecto de las aprehensiones de ilegales y otros datos.

En Europa también se ha producido una reducción últimamente, debido al acuerdo de la Unión Europea con Turquía para impedir los embarques en las costas de ese país de los refugiados principalmente sirios; y de Italia con el gobierno y milicias de Libia, protagonistas de la guerra civil, entre otras transacciones.

Por contraste, en nuestra región ha surgido el problema del éxodo de venezolanos ante el grave deterioro de las condiciones de vida en la tierra de Bolívar por obra y gracia del régimen chavista ahora presidido por Nicolás Maduro.

En todo caso, se está ante un fenómeno global que genera una mezcla de reflejos de solidaridad y humanitarios, por una parte, y de miedos relacionados con el terrorismo y la delincuencia, el empleo, la identidad nacional y choques culturales, entre otros aspectos, además, claro, en no pocos casos, de simple racismo y xenofobia. Ello, con serias consecuencias en los juegos políticos internos para preocupación de varios gobiernos nacionales que sienten que se mueve el suelo bajo sus pies. Hay consenso entre los analistas de que la decisión de Angela Merkel, en 2015, de acoger en Alemania a alrededor de un millón de refugiados sirios, generó un trauma que potenció aún más a los movimientos populistas y extremistas, no solo en Europa, sino también en Estados Unidos, a decir de la ex candidata presidencial Hillary Clinton.

Bajo ese impacto es que los países, con el auspicio de la ONU, decidieron examinar la cuestión y ponerse de acuerdo sobre líneas de acción y principios comunes. Después de todo, no suena totalmente irracional que, ante un problema global se intente encontrar una respuesta global, por lo menos en algunos puntos.

Fue así que, en julio pasado, los delegados de 190 países tranzaron en un texto denominado Pacto Mundial para Migración Segura, Ordenada y Regular; en él se establecen 23 principios tales como la necesidad de actuar contra las causas de la migración, la lucha contra los traficantes de personas, la no separación de las familias, la reclusión de los inmigrantes, solo como último recurso, entre otros. Se señala expresamente que corresponde a cada país tomar las decisiones que estime convenientes, lo que es conforme al carácter no vinculante del pacto. Es decir, se está básicamente ante un pacto de honor, sin obligaciones jurídicas, como lo es el Acuerdo de París sobre el cambio climático. Tiene más de gesto político a favor del multilateralismo que de instrumento legal.

El problema es que entre mitad de año y la celebración de la cumbre de Marrakech el 10 y el 11 de este mes, arreció una campaña de actores populistas y extremistas norteamericanos y europeos que distorsionaron el contenido del texto, en particular presentándolo como atentatorio de la soberanía nacional, a pesar de no ser obligatorio. El resultado es que los gobernantes de más de 15 países como Italia, Austria, varios centroeuropeos, Australia e Israel, entre otros, se bajaron del carro y desairaron la cumbre, negándose a refrendar el pacto. Estados Unidos ya había expresado su oposición anteriormente. En nuestra región, ha llamado la atención la decisión del presidente Piñera de Chile, de rechazarlo. En cambio, el presidente Vizcarra optó por no perder los estribos y mantuvo la adhesión del Perú. Bien pensado.

Fuente: La Mula