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16.11.19

Golpes de Estado que oscurecieron nuestra historia

(Clarín) La historia, a diferencia de la política, se siente cómoda analizando sin buscar interferir en los acontecimientos. Esto le permite recrear el proceso completo: hablar de irregularidades anteriores, excesos posteriores y de un escenario aún abierto en el que el futuro se sabe incierto y contingente.
Por Sabrina Ajmechet

(Clarin) En septiembre de 1930 se produjo, por primera vez en 70 años, una interrupción a un gobierno democrático. En aquel momento, casi nadie denominó “golpe de Estado” al cuartelazo de Uriburu.

A lo largo del siglo XX, las insurrecciones militares se hicieron frecuentes y la noción de golpe se popularizó.

La crisis boliviana nos da la oportunidad en pleno siglo XXI de pensar sobre la política y sus palabras. Tal vez las antiguas categorías ya no nos satisfacen.

Comparar los escenarios de 1930, 1943, 1962, 1966 y 1976 nos brinda un abanico de posibilidades, tanto en lo que refiere a los hechos políticos previos al golpe, como al desarrollo mismo de la insurrección y las formas que tomaron los gobiernos posteriores.

Hay dos argumentos centrales en quienes defienden la idea de que no hubo un golpe en Bolivia. El primero tiene que ver con que su Constitución otorga a las FFAA el derecho a sugerir. Es estrictamente cierto aunque, a continuación, aclara “las Fuerzas Armadas (…) como organismo institucional no realiza acción política”. Cuando las FFAA, que tienen armas, le sugieren públicamente a un presidente que renuncie están interviniendo en política.

El otro argumento es que los militares no asumieron el gobierno posteriormente. ¿Es necesario que a un golpe de Estado le suceda una dictadura militar? La historia argentina enseña que no.

En 1962 gobernaba Arturo Frondizi. La Revolución Libertadora había proscripto el peronismo y el candidato de la Unión Cívica Radical Intransigente llegó a la presidencia gracias a un pacto con Perón. El ex presidente ordenó votar por Frondizi y a cambio pidió una amplia amnistía, el reconocimiento legal del peronismo y eliminar las trabas a la CGT.

Como parte del acuerdo, en las elecciones legislativas de 1962, Frondizi autorizó la participación de partidos con ideas peronistas: los famosos neoperonismos. Esta decisión molestó a los militares, que entendían al peronismo como la expresión local del fascismo. El problema explotó cuando estas fuerzas triunfaron en importantes provincias y los militares obligaron a Frondizi a desconocer los resultados electorales.

En aquel momento se vislumbró el final anticipado de su gobierno. La dificultad radicaba en que los militares habían hecho el golpe de 1955 “en defensa de las instituciones democráticas”, lo que los había llevado a derrocar “al totalitarismo peronista”. ¿Pero cómo justificarían derrocar a Frondizi?

Los acontecimientos fueron muchos y las idas y venidas demostraron la contingencia de la historia. Finalmente quedó al frente del gobierno José María Guido, presidente del Senado y sucesor legítimo según la ley de acefalía. Nadie dudó en llamar golpe de Estado a lo que le hicieron a Frondizi, aún cuando los militares no gobernaron luego de derrocarlo.

Volviendo al caso boliviano, la dificultad radica en que muchos prefieren no hablar de golpe de Estado porque consideran que la soberanía popular ya había sido avasallada anteriormente, a partir de que Evo desconoció el referéndum y llevó adelante elecciones fraudulentas. Lo cierto es que esta soberanía sufrió primero los ataques del presidente y luego también el de las Fuerzas Armadas que, al pedirle la renuncia, lo derrocaron.

La historia, a diferencia de la política, se siente cómoda analizando sin buscar interferir en los acontecimientos. Esto le permite recrear el proceso completo: hablar de irregularidades anteriores, excesos posteriores y de un escenario aún abierto en el que el futuro se sabe incierto y contingente.

Fuente: Clarin (Buenos Aires, Argentina)