Artículos

07.01.20

Venezuela complicó la «tercera posición» con la que sueña Alberto Fernández

(TN) El Presidente utiliza la teoría de los "dos demonios" para mostrarse moderado ante conflictos dilemáticos. Pero la jugada chavista de liquidar lo que quedaba de la democracia desnuda la fragilidad de esa idea.
Por Marcos Novaro

(TN) Juan Guaidó se lo agradeció. Elliot Abrams lo felicitó. Y Diosdado Cabello se indignó. Al repudiar el asalto del chavismo a la Asamblea Nacional venezolana, con el que se eliminó la última institución democrática en ese país, AF se desmintió a sí mismo: ya no podría repetir lo que dijo en la campaña electoral, “en Venezuela las instituciones funcionan”, ni tiene sentido seguir reclamando diálogo como vía de salida, pues el régimen acaba de borrar del mapa a la posible contraparte. Para disimular, la Cancillería argentina insistió de todos modos en alentar ese diálogo, y se abstuvo de firmar la declaración del Grupo de Lima porque hablaba de “dictadura”. Pero a esta altura es un problema más que nada terminológico: como dijo Abrams, hasta la izquierda democrática de la región, en la que incluyó a AMLO y a AF, toma distancia de los chavistas. Entre los amigos locales de estos, que pueblan los despachos oficiales, la interpretación fue coincidente: Felipe Solá, “esbirro de los yanquis”, estaría llevando a AF por mal camino, y cruzó la raya de lo tolerable con esta declaración.

Hasta ahora, el novel presidente argentino venía practicando un complicado equilibrio. Y eso que a equilibrista parece que nadie le gana, al menos esa es la virtud que más destacan sus admiradores. No respaldaba a Maduro, y hasta se hacía eco del informe Bachelet sobre sus violaciones a los derechos humanos, pero ostentosamente advertía contra la intervención de los marines, como si fuera la mayor amenaza a conjurar. En la misma tónica, disentía con el resto del Grupo de Lima, pero tampoco abandonaba ese colectivo, que su antecesor hizo mucho por crear.

De esta manera, corría el riesgo de no quedar bien ni con Dios ni con el Diablo, pero evitaba que lo señalaran como un “alineado”, y podía decir a diestra y siniestra que no tenía nada que ver con los pecados de Maduro ni con los de Trump, dos demonios de los que sugería desmarcarse lo más posible para reconstruir la unidad de los argentinos, o al menos la famosa “tercera posición” peronista, y “superar la grieta”. Bueno, pues parece que la grieta fue más astuta de lo esperado y acaba de tragárselo.

El principal obstáculo que enfrentó el neutralismo de Alberto fue, claro, que la supuesta equivalencia entre los dos demonios nunca existió, y a poco de andar con su diplomacia de equilibrista eso quedó en evidencia. La pretensión de que esa posición, además de correcta, era la más redituable para el país, pues le permitía ofrecerse para facilitar el diálogo entre las partes en Venezuela (también suponiendo que había equivalencia entre ellas, una premisa aún más absurda que la anterior), y llevarse bien con EEUU, atendiendo a sus objetivos en el caso, pero sin someterse a su voluntad, se vino abajo apenas el régimen chavista movió sus fichas.

Y es que Maduro necesitaba acabar con la Asamblea Nacional, último vestigio de una legitimidad electoral que él no puede disputar ni emular. Y como no puede tampoco sustituir abiertamente esa legitimidad por otra, revolucionaria, buscó la forma de liquidarla disimuladamente: sobornó a unos cuantos diputados opositores y los convirtió en “su” oposición, dejando afuera de la Asamblea a Guaidó y la mayoría de los legisladores; ahora su elegido, Luis Parra, anuncia que formarán un nuevo Consejo Nacional Electoral, “imparcial”, en reemplazo del existente, ya demasiado gastado por los fraudes; con esa renovación se garantizarán una elección amañada, en la que las fuerzas auténticas de oposición, como ya sucedió en el pasado, perderán si participan y perderán también si no participan. En cualquier caso, antes de concluir el 2020 se habrá completado la sustitución de un Parlamento pluralista y legítimo por un órgano más del aparato chavista, y la historia de la democracia venezolana habrá, de momento al menos, concluido. Veremos seguramente Parra, Maduro y Cabello firmando las actas del escrutinio, dando la bienvenida a los nuevos diputados, y a Guaidó pataleando inútilmente, con su mandato vencido.

¿Tenía algún sentido hacer equilibrio entre ese régimen en proceso de consolidarse como una dictadura castrista y el gobierno norteamericano, que será de derecha y además caprichoso, a veces atropellador y brutal, pero sigue siendo una democracia en la que se respetan las reglas (hasta la de hacerle un juicio político al presidente) y los opositores pueden ganar elecciones? Ese pretendido equilibrio no podía funcionar, afortunadamente la evidencia al respecto se presentó bastante pronto, y AF, puede que influido por Solá, lo acaba de admitir.

La oposición local lamenta que no haya hablado de dictadura y que siga insistiendo con pedir un diálogo ya a todas luces inviable. Pero lo importante es que Guaidó y Washington festejaron la posición argentina, mientras que los representantes de la dictadura la denostaron. Cabello se mostró particularmente indignado: “Argentina dijo una guaidiotez, tienen que decidir si están del lado de los pueblos o de los arrastrados”, queriendo ser a la vez gracioso y amenazador. Algo que a Chávez le salía muy bien, pero a sus herederos solo les permite pintar con barniz tropical lo siniestro.

Sería bueno que la gestión de AF aprendiera de este fracaso: los “dos demonios” no sirven para mucho más que para evadir los problemas, con suerte ganar tiempo, en ocasiones complicando aún más las cosas.

Por caso, cuando con esta misma fórmula se pretende establecer una supuesta equivalencia entre “los juicios por la corrupción K” y los que impulsan en contrapartida los exfuncionarios y empresarios amigos de Cristina, Alberto puede creer que se parece a Alfonsín, pero para que se le permita hacer el mismo trabajo que Menem, soltar a los delincuentes con la pretensión de que se abracen con sus víctimas y la sociedad celebre la reconciliación y el olvido. Y debería recordar la mochila de ilegitimidad moral que se cargó sobre los hombros su predecesor riojano con esa estrategia, y lo poco que sirvió finalmente para que la sociedad olvidara.

En un sentido semejante, mientras se solaza con el combo de “heterodoxa ortodoxia” que parece animar a su paquete de emergencia económica, y la supuesta eficacia del ajustazo y los impuestazos que él contiene, para negociar rápido la deuda y despejar el camino hacia adelante, sería oportuno que aclarara los tantos, para él mismo, su coalición y sus gobernados, respecto a cuál será en concreto ese camino, y cómo piensa hacer viable su promesa de que volveremos a crecer. Ante semejante desafío, los pretendidos equilibrios dejan de servir, son demasiado conservadores: porque o se atreve a hacer cambios en serio en cuánto y cómo el Estado recauda y gasta, y se pelea con parte de su coalición de origen en el ínterin, o la economía no va a crecer, ni ahora ni más adelante.

Al peronismo clásico, la famosa “tercera posición” no le dio en verdad muy buenos resultados que digamos, el “ni yanquis ni marxistas” se volvió sucesivamente una invitación al aislamiento, un disfraz del más craso oportunismo, y una justificación de la guerra interna. Tres cuartos de siglo después en un país mucho más frágil e insignificante en el concierto mundial, con una coalición peronista no mucho menos heterogénea pero sí menos intensa, reflotar esa idea tal vez ya no vaya a tener efectos tan catastróficos, y le pueda servir al equilibrista Alberto para ganar algo de tiempo. Pero se está viendo ya que demasiado espacio para la ambigüedad no hay. Más a la corta que a la larga el gobierno va a ir cayendo, como dice Cabello, de un lado o del otro de la grieta, y es mejor hacerlo con elegancia y previsión que a los apurones y sin plan.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)