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13.10.14

Acuerdo Cristina-Scioli, en el espejo de Putin-Medvédev

(TN) El actual presidente ruso también debió resignar la presidencia en 2008, como tendrá que hacerlo CFK el año que viene. Pero volvió al poder en 2012, como espera hacerlo en 2019 su admiradora local. Putin le entregó la presidencia a quien hasta entonces era su viceprimer ministro, Dmitri Medvédev, para pasar a ejercer desde el cargo de primer ministro una suerte de conducción en las sombras de la gestión de gobierno, supervisando todas las decisiones importantes, gracias a su popularidad, su férreo control del aparato del estado y del partido, Rusia Unida.
Por Marcos Novaro

(TN) La polarización, por ahora al menos, está funcionando. Le permite al kirchnerismo recuperar cierto control de la agenda, detener la caída en las encuestas que sufrió en la primera parte de este año y fortalecer la disciplina y el alineamiento en el peronismo. De allí que el Gobierno esté decidido a ampliarla, pasando del “patria o buitres” a una nueva y brutal ofensiva contra Clarín y mayores presiones y amenazas sobre bancos, aseguradoras y demás empresas.

El problema es que lo que sigue sin funcionar son las candidaturas de los aspirantes a la presidencia más simpáticos para Olivos. Daniel Scioli sigue predominando largamente en esa competencia, de la que algunos de los muchos anotados ya están queriendo bajarse, para apuntar a destinos un poco más viables y provechosos, como la gobernación bonaerense, una senaduría que asegure fueros, etc.

De la combinación de estas dos tendencias ha resultado un incremento sensible de las posibilidades de un acuerdo entre la presidente y el ex motonauta. Que se refleja por ahora en la  mencionada resignación de los demás aspirantes, los gestos de acercamiento de los camporistas y del ministro Kicillof, quienes se fotografiaron muy sonrientes reiteradas veces en los últimos tiempos con el gobernador bonaerense, y en la recargada disposición de éste y su entorno a acomodarse a todas y cada una de las decisiones presidenciales, sin chistar: al aval prestado a la ley de abastecimiento y la campaña antibuitres se sumó el silencio comprometedor, incluso de las voces a las que les suele corresponder hacer las veces de “ala díscola” del sciolismo, ante la decisión de la AFSCA de intentar un desguace de oficio del grupo Clarín.

En los detalles es donde el diablo mete la cola, y faltan detalles de sobra para que un acuerdo entre estos actores se haga efectivo. Para empezar, la composición precisa de las listas para todos los cargos nacionales relevantes, y para los de los principales distritos. Pero las condiciones generales y una mínima disposición, hecha más de resignaciones que de entusiasmo, aunque igualmente efectiva, ya existen.

Y existen sobre todo convergentes expectativas de ambas partes de lograr por intermedio de tal acuerdo los más caros objetivos que se han propuesto. Porque, contra lo que algunos creen, no se trataría simplemente de un pacto para perder más o menos dignamente y replegarse hasta que la suerte les vuelva a sonreír, sino de uno para seguir al frente del gobierno nacional, bajo una nueva fórmula de convivencia entre los actores y las facciones que conforman la coalición oficial. Lo que requiere, obviamente, que el peronismo se mantenga medianamente unido y se fortalezca como “partido del poder”, una apuesta que carece de antecedentes entre nosotros, pero puede beneficiarse de varios internacionales muy exitosos.

El acercamiento a la Rusia de Putin observado en los últimos meses adquiere una luz particular cuando consideramos este posible curso de la estrategia política oficial. El actual presidente ruso también debió resignar la presidencia en 2008, como tendrá que hacerlo obligadamente CFK el año que viene. Pero volvió al poder en 2012, como espera hacerlo en 2019 su admiradora local. Y lo logró porque no había resignado más que el mínimo que estuvo obligado por la Constitución: le entregó la presidencia a quien hasta entonces era su viceprimer ministro, Dmitri Medvédev, para pasar a ejercer desde el cargo de primer ministro una suerte de conducción en las sombras de la gestión de gobierno, supervisando todas las decisiones importantes, gracias a su popularidad, su férreo control del aparato del estado y del partido, Rusia Unida.

El atractivo que esta simulación de la alternancia ejerce hoy en el oficialismo argentino es bastante fácil de entender. El problema es si no hay demasiadas diferencias entre Rusia y Argentina, y entre Rusia Unida y el peronismo para que el experimento sea replicable. Y si, aun si esas diferencias pudieran disimularse, si no habría también unas cuantas entre el atractivo que para la sociedad argentina puede conllevar un gobierno vicario de Scioli y el que para su par rusa supuso el que encabezó en su momento Medvédev.

Porque lo cierto es que el pluralismo político nunca ha logrado echar raíces en suelo ruso. Pese a los esfuerzos reformistas de los años noventa. Y Rusia Unida es una contundente muestra de ello, a la vez que un garante de que dicha situación se siga reproduciendo. Jamás ese partido tuvo internas competitivas, ni facciones que compitieran entre sí por el favor del electorado.

Desde los años noventa gobierna el país con mano de hierro y suele obtener más de 60% de los votos sin inconvenientes, más allá de que se denuncien crecientes abusos contra la libertad de expresión, los disidentes sean acosados en todas las formas imaginables y el interés de los ciudadanos rusos por participar de las elecciones sea declinante. Ese control cuasi monopólico del poder se afirma en un manejo centralizado de los recursos del estado, de origen petrolero, así como de los negocios privados, incluidos los medios de comunicación. En una suerte de versión exitosa de la Venezuela de Chávez, espejo que es comprensible al kirchnerismo le resulte cada vez más incómodo e inconveniente apelar.

Medvédev no tuvo problema en ganar las elecciones de 2008 básicamente porque no competía con nadie. Las chances de Scioli, aun en caso de contar con el decidido respaldo del estado nacional, serán bastante más acotadas, y para ampliarlas deberá resolver un complicado intríngulis. Si quiere ganar deberá seducir a la porción nada despreciable de votantes que quiere algo de cambio y no sólo continuidad, y para eso necesitará mostrar una mínima autonomía, algo que complicará cualquier acuerdo que el kirchnerismo duro esté dispuesto a aceptar.

Tal vez él piense, como éste, que puede repetir la experiencia de 2011, cuando ganó por amplio margen en su provincia pese a que entregó todas las listas a la discrecionalidad de la presidente. Pero aun en caso de que se dé el mejor escenario para el oficialismo, que se arregle el entuerto con los holdouts y tomando deuda se pueda reactivar mínimamente la economía, que el peronismo no siga desgranándose y que los demás competidores se anulen entre sí, nada hace pensar que se pueda recrear una situación tan favorable para el gobierno. Por ahora lo que muestran las encuestas es que casi contra cualquier competidor Scioli perdería una segunda vuelta el año que viene. Y si en las listas figuraran Axel Kicillof, Máximo Kichner y la propia presidente le resultaría aún más cuesta arriba lograr un buen desempeño incluso en la primera.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)