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09.12.14

Falta sólo un año, pero uno interminable

(TN) Su conclusión dentro de un año nos dejará como legado un arcón de nuevas fuentes de inestabilidad que apenas si hemos empezado a explorar. Ha quedado bien a la vista en los últimos meses en la secuencia frenética y contradictoria de medidas contra la inflación, para controlar el tipo de cambio y el comercio exterior, en los fines y los instrumentos utilizados en la política exterior y financiera y en muchos otros asuntos.
Por Marcos Novaro

(TN) En apenas un año Cristina Kirchner dejará el poder, de eso podemos estar seguros.

A esa altura ella y su familia podrán ostentar un record absoluto en más de 100 años de historia nacional: desde principios del siglo XX ningún grupo político estuvo tanto tiempo, más de 12 años, en control del estado argentino; Menem sumó un poco más de 10 y antes de él la única experiencia comparable era la del primer Perón, cuyo dominio sólo podría considerarse más prolongado si incluyéramos la etapa militar de 1943 a 1946, pero sería hilar demasiado fino; en tanto el primer radicalismo, aunque es cierto que gobernó ininterrumpidamente por 14 años, entre 1916 y 1930, lo hizo dividido en dos facciones que eran casi dos partidos distintos y se alternaron en la presidencia en 1922 y 1928, así que tampoco cuenta.

¿Para qué les sirvió a los Kirchner ese largo predominio, y para qué le sirvió al país? No para superar nuestra crónica inestabilidad. Cuando se explora la inestabilidad política Argentina hay que atender ante todo al siguiente dato: la que padecimos hasta hace 30 años fue a la vez de políticas públicas y de regímenes políticos, y aunque esta última quedó atrás desde diciembre de 1983, fecha de la que se cumple también otro aniversario en estos días, y tenemos desde entones gobiernos bastante estables y grupos gobernantes cada vez más longevos, sin embargo la inestabilidad de políticas públicas no desapareció, todo lo contrario.

Esta paradoja parece ir agravándose, además, en el último tiempo y en la etapa que se viene, lo que no es de asombrarse dado que la estabilidad del poder kirchnerista fue desde un comienzo parasitaria de los instrumentos y recursos que sirven para dar solidez al poder del estado, y de los que tendió a abusar cada vez más, alimentando la inestabilidad de sus propias políticas públicas, de los instrumentos de gobierno de la economía.

Ha quedado bien a la vista en los últimos meses en la secuencia frenética y contradictoria de medidas contra la inflación, para controlar el tipo de cambio y el comercio exterior, en los fines y los instrumentos utilizados en la política exterior y financiera y en muchos otros asuntos.

FERVOROSA PROCLAMACIÓN

Cuanto más inestables las políticas, por lo inesperadas, contradictorias e insustentables, más fervorosamente se proclama su necesidad para sostener el “modelo”, que consiste pura y exclusivamente, es lógico concluir, en sostenerse un poco más en el poder resignando lo mínimo posible de él.

Esta tensión no puede sino empeorar en el año que tenemos por delante porque Cristina nos viene obligando a elegir entre males, a sabiendas que el grueso de la sociedad e incluso muchos de sus adversarios preferirán el mal menor hoy, aun cuando sea a la larga fuente de mayores dificultades. Y eso puede permitirle que se salga con la suya, al menos unos meses más.

Por un lado, nadie en su sano juicio quiere que las cosas terminen mal y se repita una experiencia parecida a las de 1989, 2001 o tantas otras crisis agudas.

Ya tantas veces sufrimos caídas económicas y políticas como esas que sabemos bien que una nueva no servirá demasiado como experiencia aleccionadora, ni mucho menos como fondo del pozo para empezar de nuevo. Sólo acarreará problemas más graves y difíciles de resolver.

MÁS PODER DESTRUCTIVO

Pero por otro lado, que las cosas no se compliquen ahora bien puede significar que se sume más poder destructivo a la bomba de tiempo que vienen armando las actuales autoridades, es decir, que los problemas que no exijan atención ya lo hagan del peor modo apenas alguien reemplace a Cristina Kirchner en diciembre de 2015.

Que esto sea así no es ninguna casualidad. El kirchnerismo viene trabajando febrilmente para construir esta escena desde hace tiempo, al menos desde que pasó de trabajar con la hipótesis de Cristina eterna a la más realista de la sucesión inamistosa.

Lo ayudan en este cometido, además de sus aliados más fieles, otros que no lo son tanto dentro del peronismo, como el gobernador bonaerense, repitiendo el mantra de que “todo va a salir bien”, y también algunos opositores que se escandalizan con sus lances más ofensivos y nos advierten que estamos a punto de convertirnos en Venezuela, con lo cual involuntariamente alimentan el miedo y la reacción conservadora que hace que muchos toleren los avances efectivos del gobierno en dirección a esconder la mugre debajo de la alfombra como males menores y costos aceptables para que las cosas no empeoren más todavía.

Así que hoy que es tan común que se reclamen consensos sería bueno atender al hecho de que algunos de ellos ya existen y son muy eficaces para la lucha política. Aunque no sean los que se quisieran, estén velados detrás de aparentes disensos irreconciliables, y no generen precisamente, como se espera de ellos, políticas cada vez más estables. “Que todo siga como está” es uno de esos consensos.

La cuota de responsabilidad en sostener este statu quo decadente pero inmutable es, claro, muy diferente entre unos actores y otros.

A los opositores puede reclamárseles que no sean capaces de movilizar a la sociedad detrás de propuestas de cambio más potentes y atractivas, y superar la disyuntiva en que se debaten entre la escandalización que atemoriza y la morosa y casi cómoda espera a ser reconocidos como “los más confiables para el cambio seguro”.

En cambio en el amplio arco de actores del peronismo oficialista y los grupos de interés asociados la reluctancia a correr riesgos y plantear mayores objeciones al curso de los acontecimientos sí parece estar asociada a un error de diagnóstico, a una cierta distorsión cognitiva: la idea de que todo está estructuralmente bien en la economía y la política argentinas y sólo hay algunos problemas de coyuntura originados en una también coyuntural mala praxis, que sería más o menos fácil corregir.

Aunque apenas se empieza a hacer la lista de estos “problemas de coyuntura”, el dólar, la tasa de inversiones, los precios relativos, el déficit fiscal, las deudas impagas, las distorsiones impositivas, el desbarajuste regulatorio, los avances del narco y la corrupción, la lista y sus etcéteras son tan largos y agobiantes que resulta imposible sostener tanta autoindulgencia.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)