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18.05.15

Scioli: un conservador que promete protección, no soluciones, a pobres y ricos

(TN) Los más ricos y los más pobres de la Argentina pocas veces estuvieron más alejados en términos de sus ingresos, sus posibilidades de desarrollo futuro, sus recursos para influir en el curso de la política nacional. Pero también pocas veces estuvieron más de acuerdo en una preferencia electoral: ambos se inclinan mayoritariamente por una opción que les garantice que no van a perder lo que tienen, aunque sea una solución mediocre o directamente mala.
Por Marcos Novaro

(TN) No se trata en verdad de un caso excepcional: es típico de las coaliciones conservadoras unir a porciones extremas del electorado en su compartido temor ante posibles cambios, que implican inevitablemente riesgos, a los que los ricos suelen resistirse por estar conformes con su situación, y los pobres porque temen perder lo poco que tienen.

No es tampoco la primera vez que el peronismo se propone como una salida de este tipo para los líos en que ellos mismos u otros han metido al país. Aunque tal vez nunca lo haya hecho tan abiertamente y sin matices como hoy. Daniel Scioli es, en este sentido, todo un experto y también un innovador.

Es bastante insólito que muchos lo consideren “un buen gestor”, visto el estado en que va a dejar la mayor provincia del país, después de ocho años de “gestión” ininterrumpida en que disfrutó de una inédita masa de recursos que gastó realmente mal.

Al respecto tal vez no haya sido tan exagerada la sentencia que lanzó hace poco Eduardo Duhalde, según la cual el ex motonauta ha sido el peor gobernador bonaerense de los últimos treinta años y de los próximos veinte. Pero hay en cambio algo más que refinada y onerosa campaña publicitaria detrás de otras virtudes que se le reconocen a Scioli y que él está tratando de explotar al máximo en su carrera a la Presidencia: el ser un sobreviviente de mil batallas, o el haber conciliado conflictos difíciles con equilibrios tejidos con paciencia. Justamente el tipo de talentos conservadores que hacen falta para evitar que pasen cosas graves, o si algún mal es inevitable evitar que se desate de repente y sin control.

Muchos analistas advierten que una disposición de este tipo puede funcionar muy mal para la nueva etapa que enfrentará la política y sobre todo la economía argentina a partir de 2016. Economistas expertos en el manejo de crisis han señalado incluso que el gradualismo que nos quieren vender Scioli y sus asesores como panacea para salir sin costos del brete en que nos dejará el kirchnerismo dilatará las cosas en vez de resolverlas y puede desembocar a mediano plazo en algo peor que lo que en principio pretende evitar, un ajuste descomunal y caótico al estilo Rodrigazo.

Pero lo cierto es que la mayor parte de los votantes dista de hacer este tipo de cálculos y proyecciones. Se comporta según sus expectativas y temores más inmediatos. Y en particular sus temores a lo que el futuro próximo puede depararle son hoy bastante intensos. Y son además intensamente alimentados por el discurso oficial.

Los más ricos y los más pobres de la Argentina pocas veces estuvieron más alejados en términos de sus ingresos, sus posibilidades de desarrollo futuro, sus recursos para influir en el curso de la política nacional. Pero también pocas veces estuvieron más de acuerdo en una preferencia electoral: ambos se inclinan mayoritariamente por una opción que les garantice que no van a perder lo que tienen, aunque sea una solución mediocre o directamente mala para atender otras expectativas más ambiciosas que puedan albergar, o para componer un orden económico e institucionalmente sustentable.

Claro que lo que se quiere conservar en cada caso es muy distinto, y pesa muy desigualmente. Unos buscan que sus cuotas de mercado, rentas aseguradas por políticas selectivas y precios arbitrarios y sus ventajas crediticias o cambiarias no se evaporen. Los otros se conforman con unos magros ingresos para malvivir, un acotado plan social, un puesto subordinado en el sector público o una precaria prestación previsional.

Capitalismo de amigos y populismo de subsistencia no ofrecen una imagen muy estimulante que digamos, pero como se sabe entre ambos pueden bastarse para reproducir el poder político necesario para gobernar. Porque por más que Kicillof se niegue a contarlos, los pobres o casi pobres son una casi mayoría. Y porque alcanza con el beneplácito de un número de poderosos empresarios, sino para asegurar el crecimiento, al menos sí para que la economía mantenga un nivel de actividad y de empleo que deje a unos y otros conformes.

Hay analistas de opinión pública que sostienen que este tipo de peronismo centrista que encarna Scioli, tras los avatares del peronismo más de derecha de los años noventa y el más izquierdista de los últimos quince años, es lo mejor que nos podría pasar, nos ofrecerá una gobernabilidad sin desbordes y exageraciones. Lo que no dicen estos analistas es todo lo que habrá que resignar para que esto funcione satisfactoriamente.

Quedarán afuera las expectativas de los sectores más dinámicos, innovadores y que no se resignan a vivir en una democracia opaca y mediocre. Pero no sólo ellos. También muchos que por su capacidad de acción colectiva aseguran que la paz social del prometido orden conservador sería bastante precaria.

Se observa ya desde ahora el problema en los sindicatos. Los dirigentes de gremios de sectores productivos saben que no hay mucha chance de mejorar la situación de sus representados por esta vía. Por eso desde hace tiempo que retacean su colaboración: el mal humor se extiende desde los grandes gremios de servicios hasta los de ramas industriales muy afectadas por estos años de estancamiento. 

También dentro den las empresas se vive una situación paradójica: los profesionales hasta el nivel de dirección tienden a preferir algo más de cambio, lo que es lógico pues son los más afectados por la falta de crecimiento y el mazazo del impuesto a las Ganancias, mientras que entre los dueños y los CEOs predomina la aversión al riesgo.

La preferencia de estos últimos por Scioli en algunos casos ha sido manifiesta y desmintió recientes divorcios con la línea oficial. Incluso algunos otrora entusiastas adherentes a las proclamas por la renovación republicana hoy se muestran conciliadores no sólo con Scioli, también con Kicillof, que está dando prueba en las paritarias en curso de hasta qué punto el pragmatismo puede servir para disolver las diferencias entre peronistas y kirchneristas: si las prioridades son asegurar el gasto público, el empleo y el nivel de actividad, a los ingresos de los asalariados, agremiados o no, no hay problema en convertirlos en variable de ajuste.

Scioli cree tener por delante un camino más o menos despejado, una vez anestesiadas las resistencias del kirchnerismo duro y, gracias al declive de Massa, orientado el rumbo a la reconciliación de la gran familia peronista. Aunque se polarice la elección: Macri tendría un techo electoral en principio más bajo que el suyo, así que podría ganar 40 a 30, o 45% a lo que sea que sume el jefe del PRO.

Pero esa seguridad que transmite, y que es uno de sus principales activos ante la sociedad, es un poco ilusoria y puede volverse en su contra. Igual que su imagen de “buen gestor” es bastante cartón pintado, y cuando se enfoquen las luces de la campaña en sus costuras y piolines, por más que haya logrado sobrevivir hasta aquí a todo tipo de contratiempos, metidas de pata y desastres sociales en su distrito, nada asegura que siga siendo tan competitivo como hoy parece.

Lo bueno de la campaña que se está iniciando es que exigirá de todos la máxima atención a los detalles y puede terminar siendo un espectacular ejercicio de educación ciudadana. ¿Es cierto como insinúa Scioli que no importa que sigan los mismos que están hoy al frente de las máximas instituciones autárquicas del estado, la Procuración, el Banco Central, la UIF, la AFIP?, ¿sería lo mismo Gabriel Mariotto en la vicegobernación que Kicillof en la vicepresidencia?, ¿si lo que denunció Nisman fue un mamarracho hay que suponer que también lo son los fiscales que lo avalaron, las investigaciones de Bonadio, Fayt y compañía? Puede que cinco meses de campaña sea demasiado tiempo para no contestar ni estas ni otras preguntas incómodas.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)