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25.05.15

¿Último 25 de Mayo K? No para la Religión de Estado

(TN) Podrá haber poca gente en las celebraciones callejeras de estos días, podrá haber fracasado Cristina en nominar un candidato a la sucesión de su agrado, pero dentro de unos años sus militantes seguirán abrochados en la administración y ella los podrá devolver a su gobierno, porque nadie habrá capaz de reemplazar el relato vibrante y apasionado que identificó su nombre con el de la nación y sus efemérides.
Por Marcos Novaro

(TN) Muchos creen que el relato k está en decadencia, que muy pocos ciudadanos le prestan atención a las diatribas presidenciales, o a los espectaculares mitines con que se intenta recrear el ya lejano éxito de mayo de 2010. Pero no es lo que creen en el gobierno.  

El kirchnerismo, igual que el peronismo original, pretende en serio erigirse en religión de estado. En una fe incuestionable que a la corta o a la larga termine identificándose con la nación misma, y sea asumida por los argentinos, en los monumentos, las escuelas y las leyes, como equivalente a la revolución de 1810, o a la gesta de San Martín.

Lo desea, y cree que puede conseguirlo. Como dice Máximo, podrá entregar el gobierno pero no va a ceder en sus ambiciones, en ninguna de ellas, y menos en esta esencial al proyecto, la que va a permitirle sobrevivir a cualquier avatar electoral o conflicto circunstancial, y les asegurará por siempre gloria. E impunidad. Estima que si lo consigue nada le resultará imposible, será más que Perón. Y si no lo consigue, todo lo que logró hasta aquí se perderá en la arena del tiempo. Será menos que Perón. Es decir, será Menem.

Sabe que necesita para tener éxito debilitar al máximo el pluralismo político, absorber o marginar a las creencias establecidas, sean religiosas o políticas  y estatizarse por todas las vías a su alcance, llenando con su nombre e imágenes las instituciones y lugares públicos, desde las escuelas y museos hasta las plazas, avenidas y puentes del país.

Hasta aquí las similitudes con el peronismo original. Pero hay que anotar también las diferencias. El kirchnerismo no se animó a llevar la guerra ideológica y su afán por moldear la historia al extremo de la violencia. No se le ocurrió, como sí se le ocurrió a Perón, y están repitiendo otros émulos regionales del general, convocar a sus militantes a quemar iglesias y locales partidarios opositores, encarcelar disidentes o cosas por el estilo. Lo más que intenta en estos días es convertir a cada uno de sus militantes en empleado público, atar de pies y manos al próximo gobierno y, cosa curiosa, investir a la todavía presidenta en representante local del Papa Francisco, ignorando todo lo que pueda a la curia local, sobre todo la que suele criticarla.

¿Esta tibieza es una muestra de su moderación, de que habla mucho pero al final no actúa y por tanto no hay que tomárselo demasiado en serio, es un error de estrategia que va a llevar al kirchnerismo al fracaso y la extinción, o la evidencia de un aprendizaje y de la adopción de una vía más sutil, y tal vez por ello a la larga más peligrosa, para imponer sus fines?

La ambigüedad, advirtamos para empezar, es algo que en muchas ocasiones los proyectos populistas han pagado caro: la historia del propio Perón así lo muestra. Recordemos que para sus seguidores más entusiastas, sobre todo los de izquierda, los que lamentaron la ausencia de Evita en la coyuntura decisiva que desembocaría en el golpe de 1945, Perón se equivocó irreparablemente cuando cedió a su instinto conservador y desistió de seguir escalando la pelea con la curia, en la que se montarían en cambio eficazmente el resto de sus enemigos. Si hubiera armado a sus seguidores e imitado al PRI mexicano, tal vez hubiéramos tenido algo parecido a la Guerra Cristera (que en México se cobró unos cuantos miles de muertos entre 1926 y 1929), pero el régimen posiblemente se hubiera salido con la suya y perdurado.

El Papa Francisco en cambio sí parece haber aprendido de esa experiencia, y de allí su esmero en mostrarse conciliador con CFK y bajar el tono a los más críticos de entre sus colegas, tanto en el campo de la Iglesia como del peronismo. Nada sería peor que repetir la polarización del ´55, insiste en decirnos, y para evitarlo hay que empezar por no tomarse muy en serio ni los discursos ni las gesticulaciones oficiales. Que por más que insistan en proclamar una religión de estado se disiparán solos en una nube de mal sueño en cuanto el gobierno concluya.

Hay quienes piensan en cambio que Cristina también aprendió de esa lección histórica, pero no lo que quisieron siempre enseñar los evitistas y demás críticos radicalizados, que el conservadurismo de Perón lo llevó a la ruina, sino una lección gramsciana, atenta a las ventajas de emprender una guerra de trincheras y de recurrir a la sutileza: en vez de enfrentamientos abiertos con corporaciones como la Iglesia, el sindicalismo y el propio pluralismo interno del peronismo, al kirchnerismo le convenía hacerse fuerte en los terrenos en los que más ventaja podía sacar a todos ellos. Y el relato histórico, las imágenes identificatorias de lo nacional y más en general la cultura de masas, junto al control de las cuentas públicas y la libreta de designaciones, eran obviamente su mejor apuesta

Podrá haber poca gente en las celebraciones callejeras de estos días, podrá haber fracasado Cristina en nominar un candidato a la sucesión de su agrado, pero dentro de unos años sus militantes seguirán abrochados en la administración y ella los podrá devolver a su gobierno, porque nadie habrá capaz de reemplazar el relato vibrante y apasionado que identificó su nombre con el de la nación y sus efemérides.

Es curioso que incluso muchos de quienes en la Iglesia católica y en el peronismo estén abrazando la fórmula de salida que a la distancia promueve Bergoglio, y cuya mejor expresión terrenal es Scioli, lo hagan al mismo tiempo que sospechan que tal vez el kirchnerismo, al menos en estos terrenos, se salga con la suya.

En ese amplio campo hay quienes creen en serio la tesis optimista de que el kirchnerismo ya no es una amenaza real para nadie. Que si lo fue, perdió su oportunidad, y a menos que todo salga mal de aquí en adelante ya no va a tener otra. Y que por eso basta con correr a un lado a algunos funcionarios indefendibles e introducir algunas correcciones graduales para que seamos un país normal. Pero los más realistas de entre ellos no creen que las cosas vayan a ser tan fáciles, y valoran una salida continuista no porque crean que es la vía más astuta para cambiar todo sin que los k se den cuenta y se resistan, sino porque evita conflictos inútiles por tratar de cambiar cosas que se asume nunca van a cambiar.

Lo ha dicho monseñor Casaretto hace algunos días con particular claridad: “yo siempre he querido una democracia liberal, pero evidentemente el argentino prefiere una democracia corporativa”. Lo que está en discusión finalmente es esto: ¿conviene resignarse o no?

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)