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29.05.15

Mi querido pueblo

(El Líbero) La presidencia de Bachelet no buscó ser la más eficiente ni la de mejor desempeño. La Presidenta aspiró a hacer suyos nuestros problemas. Por eso, ahora que su gobierno se esfuerza por lograr que la gente crea que Bachelet no sabía nada de la precampaña, ese querido pueblo de Bachelet la mira con desconfianza.
Por Patricio Navia

(El Líbero) La declaración de la Presidenta Bachelet a El País de España, señalando que le gustaría ser recordada como una presidenta que quiere a su pueblo, deja en evidencia tanto las fortalezas de su liderazgo que la hicieron la Presidenta más popular en el Chile democrático como las debilidades de un estilo de conducción que ahora tiene su aprobación por el piso. Porque Bachelet quiere ser juzgada a partir de sus intenciones —y no solo por sus resultados—, la sospecha que está instalada sobre qué tan honesta ha sido respecto al escándalo Caval y la precampaña de 2012 resulta tan dañina para su relación con su querido pueblo. Si la Presidenta hubiera aspirado solo a ser evaluada a partir de su desempeño, la práctica de no decir toda la verdad, tan común en la política, no le hubiera significado un golpe tan duro.

El principio de otorgar la confianza a otra persona para que desempeñe una tarea cuyos resultados cuesta evaluar es muy parecido a lo que ocurre cuando el electorado deposita mayoritariamente su confianza en un líder para que conduzca los destinos del país. Ya que las promesas de campaña se realizan bajo supuestos distintos de los que existen cuando corresponde gobernar, la gente anticipa que los candidatos no serán capaces de cumplir todas sus promesas. Por más bien intencionado que sea, un candidato presidencial no posee toda la información sobre cuál será la realidad cuando corresponda cumplir la palabra empeñada. Por eso, la gente anticipa que las circunstancias cambian, que aparecen otras necesidades o que los cálculos sobre los ingresos y egresos no estaban bien hechos. Por eso, la gente no necesariamente castiga a los políticos que no cumplen todas sus promesas, porque saben que aun los políticos más responsables se encontrarán con obstáculos sorpresivos en su camino.

Pero precisamente porque no hay forma de evaluar si los políticos incumplen sus problemas por haber enfrentado obstáculos sorpresivos o porque simplemente prometieron cosas que siempre supieron no iban a poder cumplir, la gente castiga severamente a aquellos políticos que son sorprendidos mintiendo, disfrazando la verdad u omitiendo información relevante.  Porque la confianza es esencial para poder desempeñar el cargo de representante, cuando un político es sorprendido faltando a la verdad, se reduce automáticamente su posibilidad de seguir ejerciendo adecuadamente sus tareas. Igual que una pareja que se siente traicionada, la gente sabe que cuando se pierde la confianza, es muy difícil volver a recuperarla.

En ciertas relaciones contractuales, la gente anticipa que no puede confiar del todo en sus socios. Por eso, los oferentes de servicios trabajan arduamente para construir una buena reputación y mantenerla. Pero cuando las relaciones contractuales se cimientan en relaciones de cariño y afecto más que de reputación, los engaños, por más pequeños que sean, resultan mucho más costosos. Eso es lo que ha pasado entre el pueblo chileno y la Presidenta Bachelet. Porque la gente confió en Bachelet —y por eso votó por la Nueva Mayoría, una coalición que se mostraba como algo nuevo y distinto a la Concertación—, la pérdida de confianza en la persona de la Presidenta afecta también a toda su coalición de gobierno.

En 2010, una mayoría de los chilenos le confió su voto a Sebastián Piñera, el líder de la Alianza. Como líder, Piñera tenía una reputación de promesas con letra chica, de exageraciones y de polémicas y conflictos que hacían que la gente dudara de su honestidad, más no de su capacidad. Con Bachelet, la gente podía dudar de la capacidad de la Presidenta y de su poder de liderazgo para imponerse frente a los partidos de su coalición. Pero pocos dudaban de la honestidad de la primera mujer en llegar a La Moneda.

Por eso, Bachelet podía moverse en la dimensión del cariño —de ella hacia su pueblo y de los chilenos hacia ella— de forma mucho más cómoda que Piñera. El primer presidente de derecha en el Chile post dictadura también quería a su pueblo y soñaba con ser querido, pero Piñera entendió tempranamente que su evaluación se haría respecto a su desempeño. Por eso, aunque no le tengan cariño, los chilenos igual considerarán a Piñera como un candidato presidencial posible a partir del desempeño que tuvo su gobierno. Bachelet, en cambio, ha optado por el camino del cariño para definir su relación con los chilenos. En esa dimensión de cariño, las sospechas de deshonestidad calan más hondo. La presidencia de Bachelet no buscó ser la más eficiente ni la de mejor desempeño. La Presidenta aspiró a hacer suyos nuestros problemas. Por eso, ahora que su gobierno se esfuerza por lograr que la gente crea que Bachelet no sabía nada de la precampaña (así como tampoco supo nada de Caval hasta que lo vio por la prensa), ese querido pueblo de Bachelet la mira con desconfianza y le advierte que, una vez que se instala la sospecha de la mentira, es muy difícil volver a foja cero.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)