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06.11.15

Científicos del tomate detrás del «Scioli o muerte»

(TN) El caso del Comahue, donde nos enteramos hace semanas que algunos decanos cobran 200.000 pesos por mes, no concitó llamativamente ningún reproche de los científicos K, cuyos ingresos en el Conicet y esas mismas universidades ni por asomo se les parecen y vienen además muy rezagados respecto a la inflación desde dos o tres años.
Por Marcos Novaro

(TN) Estas elecciones están cargadas de sorpresas. A demás del balotaje, de las volteretas de último momento que dan millones de votantes y de la ilimitada inventiva financiera de Vanoli y Kicillof para esconder la mugre debajo de la alfombra, asistimos en estos días a un sorprendente cambio de roles de último momento en el activismo oficial.

Los peronistas del territorio y el sindicalismo practican los gestos de apoyo de rigor, aunque bastante modestos, porque no piensan que el destino de Scioli tenga mucho arreglo, ni planean claro acompañarlo hasta el final. Algunos como Randazzo hacen bastante menos que eso y se preparan ya para convertir en leña lo que quede del ex motonauta después del 22 de noviembre. Los científicos, académicos e intelectuales del kirchnerismo, abandonan todas las dudas que venían albergando (y voceando) hacia su figura y se proponen como vanguardia ilustrada de la resistencia del movimiento nacional y popular contra la antipatriamacrista

“Scioli o muerte” gritan desde sus bibliotecas, laboratorios y cátedras, y parecen dispuestos a dar, si no sus vidas y calor de masas, al menos sí fervor neuronal y filo dialéctico al tramo final de la campaña oficialista.

La mutación fue abrupta y escandalosa, por lo que unos cuantos quedaron en off side durante varias horas, repitiendo todavía que el candidato es un vulgar y un mediocre, que apenas si disimula su condición de traidor derechista, y ni ellos ni el “proyecto” se lo merecen.

Pero ya desde el papelón que hicieron tras el ascenso de Jorge Bergoglio al papado estos pensadores, sus foros de debate y sus órganos de prensa vienen curtidos en eso de meter violín en bolsa. Así que en un dos por tres pasaron de regurgitar al sapo a celebrar lo maravillosa que va ser su “continuidad con cambios” mientras lanzaban truenos y centellas sobre la alternativa.

Respondieron así con prontitud al aviso que les dio Cristina el jueves siguiente a la primera vuelta, cuando para ilustrar lo mal que va a pasarlo el país si ganara Cambiemos se refirió en particular a las nuevas universidades estatales, a los satélites y demás supuestos o reales avances de la ciencia argentina.

Cristina será necia y soberbia, pero no puede negarse que conoce bien los bueyes con los que ara: no podía hablar abiertamente de los miles de cargos públicos que el camporismo va a perder si además de quedarse sin la administración bonaerense tiene que abandonar los ministerios nacionales, la ANSES, el Banco Central y el Nación, Aerolíneas y vaya a saberse cuantos lugares más donde el maldito Macri querrá hundir sus horribles garras.

Así que puso al frente de la “resistencia popular” a quienes comparten con el camporismosus ideas y diagnósticos políticos básicos, tienen algo más de legitimidad social por el tipo de trabajo que realizan, y pueden creer que compartirán el destino de los amigos de Máximo si el oficialismo pierde la Presidencia.

El llamado no fue desoído y a continuación Carta Abierta cambió drásticamente de actitud y adoptó la letra que recita Scioli desde su trastazo del 25: hay dos modelos de país y no puede haber duda alguna de con quién está cada uno. Y a la cola fueron cientos de profesores e investigadores de universidades y facultades alineadas con el oficialismo, empleados y directivos de ARSAT, becarios de Conicet, en suma, un montón de materia gris que desespera por evitar el ascenso de“la derecha”.

El argumento: ella viene a cerrar todos los centros de ciencia y tecnología abiertos o ampliados en estos años; y va a mandar a sus integrantes a lavar los platos. Hasta en la forma de explicarse imitaron a Scioli: “No cabe ninguna duda de que este cambio que se propone sería para peor” reza la declaración de una de las universidades del conurbano. No advirtiendo seguramente hasta qué punto estaban imitando también a otro preclaro líder del movimiento nacional, Aldo Rico, cuando sostuvo que “la duda es la jactancia de los intelectuales”.

Es curioso que el fervor militante sea más pronunciado en algunos ámbitos de las ciencias duras que en las sociales. Curioso, pero no ilógico. Primero, porque es cierto que esas disciplinas han sido especialmente favorecidas por el presupuesto público y las atenciones del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Y segundo y fundamental, porque ellas son bastante más proclives a abrazar el unanimismo político, como han probado infinidad de experiencias autoritarias y totalitarias aquí y en el resto del mundo.

El liberalismo y el pluralismo no son necesariamente parte del ethos de estas disciplinas, y en ocasiones pueden ser incluso contradictorios con sus nociones de verdad y sus métodos: la “duda” sólo la aplican en su campo específico, para todo lo demás prefieren el dogma, y viene bien uno que “despeje variables” con certezas morales inapelables y recursos estéticos más o menos románticos, como los que se han especializado en ofrecer Carta Abierta y el llamado “pensamiento nacional”.

Aunque el núcleo duro y más activo de la resistencia académica-popular no está por cierto allí, ni en los laboratorios de Exactas o ARSAT ni en las conferencias de Adrián Paenza, ni siquiera en el esteticismo romántico de Carta Abierta, sino en la estructura burocrática que administra el poder y los recursos de la educación superior y la investigación científica con los mismos criterios que usan los barones del conurbano en sus municipios, o La Cámpora en Aerolíneas.

Es esa estructura de poder, que se escuda detrás de un discurso del desarrollo, la modernización y la educación, la que reproduce un sistema clientelar opaco, que privatiza bienes públicos de bajísima calidad, la que realmente tiene motivos para temer el cambio. Es ella la que utilizó con más provecho los pasados años de bonanza, como prueban el crecimiento de su plantilla muy por encima de la de docentes e investigadores, y los sueldos que se pagan las autoridades de muchas universidades militantes.

El caso del Comahue, donde nos enteramos hace semanas que algunos decanos cobran 200.000 pesos por mes, no concitó llamativamente ningún reproche de los científicos K, cuyos ingresos en el Conicet y esas mismas universidades ni por asomo se les parecen y vienen además muy rezagados respecto a la inflación desde dos o tres años.

Tampoco les hace ruido que esas autoridades utilicen su poder y responsabilidades institucionales para hacer campaña partidaria, acallando a los miles de profesionales, sus compañeros de trabajo, que no comparten esa visión de las cosas.

Y que podrán estar callados, pero igual que muchos habitantes del conurbano, van a aprovechar la oportunidad que se les presenta para expresar su hartazgo.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)