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23.11.15

Al final nadie los destituyó, los sacan los votos

(TN) El nuevo presidente no tendrá mucho margen para el error, dada la cantidad y gravedad de asuntos urgentes a resolver que le dejará su predecesora. Pero su suerte no depende sólo de él, sino también de lo que haga una multitud de actores, incluidos muchos de los que perdieron estas elecciones, y siguen teniendo enormes responsabilidades institucionales en sus manos.
Por Marcos Novaro

(TN) Desde el principio hubo cosas en el kirchnerismo que claramente no estaban bien. Que hacían ruido, y un ruido que terminó siendo ensordecedor. De esos ruidos uno se destaca, un rasgo a medio camino entre la desmesura y lo patológico: su pretensión de ser imprescindibles y su vocación providencial.

El contexto durante un buen tiempo ayudó a hacerlo pasable, porque pareció que los Kirchner habían llegado justo para resolver la crisis del 2001, que en verdad resolvieron otros; pareció que hacían crecer la economía como nunca antes, aunque ella hubiera crecido mucho más, mejor y por más tiempo de no haber sido por su intervencionismo delirante; pareció que luchaban contra el imperialismo y la opresión financiera internacional cuando en verdad sometían al país a tratos con gobiernos cada vez más autoritarios y negocios financieros cada vez más oscuros y costosos; pareció que hacían política distributiva cuando en verdad sólo multiplicaban el clientelismo para los amigotes, los ricos, las clases medias y recién a la cola lo que quedaba iba a los sumergidos, y apenas para asegurarles que seguirían siéndolo; y pareció que luchaban por nuevos y viejos derechos contra las corporaciones mediática, judicial, militar y otras cuantas más, pero sólo como pantalla para anular la capacidad de resistencia de los disidentes.

Como en el chiste sobre cómo hacerse rico comprando argentinos por lo que valen y vendiéndolos por lo que creen que valen, una generalización injusta aclaremos, la enorme distancia que siempre existió entre lo que el kirchnerismo realmente hizo y ofreció, y lo que creyó ser y pretendió que creyéramos que valía, terminó condenándolo: porque más allá de la paliza electoral con que se cierra su ciclo le iba a resultar imposible a semejante impostura encontrar un lugar en el mundo más o menos razonable entre la gloria del poder y el llano donde acostumbramos vivir todos los mortales.

No es porque alguien los vaya ahora a perseguir o quiera hacer leña del árbol caído. Es por simple fuerza gravitacional que en el final del recorrido estelar de los K no había forma de imaginar un aterrizaje suave. Ni una transición tranquila, ni una salida elegante, ni un retiro ordenado. El kirchnerismo necesitaba ser imprescindible. Si no lo conseguía necesitaba morir en el intento, o ser expulsado malamente del poder, como Perón, como Néstor, como Chávez. Y si no conseguía ninguna de estas soluciones sólo iba a quedarle un triste y solitario final.

Dicen que muchos héroes lo son simplemente porque no vivieron lo suficiente para convertirse en villanos, en viles y corruptos déspotas enamorados del poder conquistado en sus años buenos. El kirchnerismo ilustra el punto. Se le regaló el don de la longevidad. También se le brindaron una y otra vez oportunidades para corregirse, la más importante e inmerecida en 2011. Pero las usó para romper sus marcas de villanía. Así que ahora no puede lamentarse del resultado.

Que el kirchnerismo fue una postura ante el poder más que un programa de gobierno queda claro en la cantidad de cambios de política pública que practicó sin jamás dar explicaciones ni revisar errores: de un tipo de cambio altísimo y libre a uno intervenido y entre los más bajos de la historia, de arreglos particularistas con inversores externos en petróleo, aerolíneas, telecomunicaciones y otras áreas esenciales a confiscaciones y nacionalizaciones a los manotazos, de aliado de Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo a aliado de China, Rusia y hasta de Irán en la denuncia contra las plutocracias occidentales, y así sucesivamente.

Cualquier cosa se justificaba si servía para acumular y conservar todo el tiempo que fuera posible el poder, y ejercerlo con la máxima prepotencia. Prepotencia que cuando deja de ser efectiva no puede sino hacer el ridículo.

Este giro trágico para la pretensión de omnipotencia oficial se evidenció durante la campaña electoral que acaba de concluir, en particular cuando el kirchnerismo creyó necesario hacer explícito el pacto que había funcionado a condición de ser implícito, y le dijo abiertamente a los votantes que todo lo que tenían se lo debían a él, así que no podían ni debían abandonarlo. Y chocó de cara contra la persistente vocación de la gran mayoría de los ciudadanos de este país por asegurarse que todos sus representantes sigan siendo transitorios. Ello explica en gran medida, más allá de los aciertos de Macri y de Cambiemos, y los desaciertos de Scioli, Aníbal y compañía, los resultados del balotaje.

Un video casero mostró a jóvenes universitarios de La Cámpora diciéndoles a vecinos del conurbano de pasar bastante modesto que si ahora eran clase media debían recordar que antes del kirchnerismo habían sido pobres, y habían salido de esa condición no por su esfuerzo, no por mérito propio, sino gracias a Néstor y Cristina.

Scioli se resistió a seguir esta línea pero al final también tragó y regurgitó esa píldora, como todas las demás del guión kirchnerista: "Yo represento el futuro de tu trabajo, de tu salario y de tu familia" afirmó en su acto de cierre, tratando de convencer a votantes que, de creerle, deberían asumir que por sí mismos no valían nada de nada, todo se lo debían al señor gobernador y candidato.

Dos postales que pintan de cuerpo entero no sólo lo que el kirchnerismo terminó siendo en su decadencia, si no lo que siempre había sido. Es paradójico pero tiene su lógica que un discurso propio de la política criolla del siglo XIX cierre el ciclo de lo que quiso ser el peronismo del siglo XXI. Y la tiene también que se planteara como parte de una campaña del miedo que pretendía identificar a su antagonista como un "patrón de estancia", un "rico de Barrio Parque". Cuando cada palabra que dirigían a los votantes los voceros nacionalpopulistas los mostraba precisamente en esa altiva posición que denunciaban.

También es curioso que al agitar el miedo ante un supuesto ajuste salvaje en puerta no advirtieran el favor que le hacían a Cambiemos, al liberarlo de la necesidad de sobreofertar con inviables mejoras inmediatas, e incluso facilitarle la tarea dejustificar las inevitablemente costosas correcciones que se vienen. Que con tal de que no sean ni salvajes ni estériles la mayoría de la sociedad está ya bastante inclinada a aceptar.

Los analistas oficiales que se devanaron los sesos estos días tratando de entender por qué los votantes de sectores bajos que se les fugaban como arena entre los dedos hacia el macrismo se mostraban inmunes a sus advertencias, e incluso bastante conscientes de las malas noticias que se aproximan, no percibieron seguramente lo mucho que hacían sus propios líderes por conectar entre sí estas tendencias aparentemente contradictorias.

Todo esto puede haber ayudado a Macri hasta aquí, y puede que lo ayude también a hacer pasar algunas más o menos duras medidas iniciales. Pero tiene también su contraindicación. Si el kirchnerismo se extingue más rápido de lo pensado, el nuevo presidente se quedará sin el antagonista que más le conviene. Y le resultará urgente y a la vez difícil cambiar de discurso e interlocutores.

Porque todas las oposiciones planteadas hasta aquí, que alcanzaron para moldear la imagen de Cambiemos y su idea del cambio, la moderación, el respeto a la división de poderes y el pluralismo, la necesidad de tener relaciones normales con el mundo, de lograr un capitalismo abierto y competitivo, servían para diferenciarse de eso que ya no estará enfrente.

Difícilmente alcancen para orientar lo que hay que hacer a partir de ahora. Para definir los pasos concretos que es preciso dar en la dirección señalada, y convencer a la sociedad que ellos son necesarios para lograr el cambio que se prometió y definen una mejor opción que las que puedan ofrecer los nuevos contendientes.

La política argentina ha recuperado el pluralismo y la alternancia durante demasiado tiempo perdidos. Debe ahora recuperar todo lo demás, el sentido común más básico en el manejo de los asuntos económicos, institucionales y externos, y la capacidad de negociar y cooperar para perseguir metas compartidas.

El nuevo presidente no tendrá mucho margen para el error, dada la cantidad y gravedad de asuntos urgentes a resolver que le dejará su predecesora. Pero su suerte no depende sólo de él, sino también de lo que haga una multitud de actores, incluidos muchos de los que perdieron estas elecciones, y siguen teniendo enormes responsabilidades institucionales en sus manos.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)