Artículos

19.01.16

Milagro Sala y la conversión de los K en secta

(TN) El kirchnerismo está todo el tiempo en la calle, parece tener mucho para decir y que su palabra convence a muchos. Pero en verdad va camino a volverse lo que en cierto sentido siempre fue, un pequeño grupo de fanáticos que si logró hasta hace poco ser escuchado no fue por su implantación social, sino porque logró primero encaramarse y luego aferrarse a la cúpula del estado. Sin cuyo control está condenado. Supo ser un serio problema para la democracia argentina, pero ahora es en verdad sólo uno para los peronistas.
Por Marcos Novaro

(TN) La organización Tupac Amaru es desde hace tiempo, dentro del heterogéneo mundo kirchnerista, la que más fiel y consecuentemente encarna sus posiciones radicalizadas: es probable que menos corrupta que el resto, pero decididamente chavista, de seguro más violenta, incluso armada, pero más sinceramente interesada en atender e integrar a los pobres y marginados.

Según los voceros K, la detención de su líder revela crudamente lo que ya se venía observando en otros terrenos: la supuesta revancha impulsada por las nuevas autoridades contra quienes apoyaron a las salientes, el ajuste de gastos, incluidos los de rubros sociales, y el consecuente recurso a la represión de la protesta. ¿Podría Milagro Sala ayudar a convertir al kirchnerismo residual en expresión de resistencia de los pobres y excluidos, tanto del poder como de los beneficios del sistema?

Para el oficialismo en cambio el episodio es la inevitable secuela del abuso de los recursos públicos y la extorsión practicados por el militantismo k enestos años. En este caso además con gran despliegue de violencia, no sólo verbal. El gobernador jujeño lo advirtió ya muchas veces: no se puede convivir con un estado paralelo, que se apropia de lo público en nombre del pueblo y sus necesidades como si fuera su auténtico representante, y las autoridades legales debieran optar entre ser sus rehenes o hacer el papel de “antipueblo”.

El acampe con que Sala pretendió sitiar al gobierno provincial y mostrar su capacidad de apelar a una legitimidad antiinstitucional, y las revelaciones sobre manejos por completo ilegales de los recursos fiscales que la Tupac viene administrando a piacere brindaron la oportunidad a Morales de definir el conflicto en sus términos, así que fue lógico que lo escalara. Pero, ¿le convenía llevar el choque de legitimidades hasta el extremo de meter presa a su antagonista?

La respuesta, en este caso igual que en conflictos similares que se han planteado a nivel nacional u otras provincias, con gente como Martín Sabbatella y los miles de ñoquis militantes de La Cámpora, no depende tanto de las reacciones de los kirchneristas, que ya se sabe van a intentar hacerle la vida imposible al gobierno cualquiera sea su actitud, sino lo que interpreten y la posición que adopten otros dos actores con relación a los cuales se definirá la suerte tanto del kirhnerismo residual como de las nuevas autoridades: el resto del peronismo y la opinión pública.

En relación a la opinión la situación es claramente favorable para que los oficialistas actúen: una encuesta que realizamos días atrás en cooperación entre CIPOL y Opinaia muestra que la sociedad en general desconfía del rol del kirchnerismo en la oposición: el 64% está algo o totalmente de acuerdo con que los K se opondrán a todo con tal de entorpecer a Macri, contra solo 23% que no lo comparte. Además, sólo el 39% de los encuestados cree que aquellos van a defender los intereses de las clases bajas, contra 49% que descree de ello. En diciembre esos porcentajes eran 44,2 y 43,6, lo que probaría que esa desconfianza se va fortaleciendo.

En suma, habría poca o ninguna chance de que los K logren emular a la Resistencia de los años sesenta. Y en cambio teniéndolos de enemigos los nuevos oficialistas no necesitaríanesforzarse por hacerse de más amigos: sus contendientes están haciendo por ellos el trabajo.

En cuanto a la relación entre los K y el resto del peronismo la situación es aún más favorable para el macrismo, y alienta a pensar que la polarización que éste plantea no sólo es un buen recurso ahora, para facilitar su instalación en el poder, sino que puede volverse esencial en su estrategia para ampliar la coalición y acorralar a los opositores.

El hecho de que los kirchneristas no hayan esperado ni un minuto en intentar “liderar la resistencia”, así como que desde el resto del peronismo esté tardando en surgir un polo alternativo, en parte por la persistente disciplina K de Scioli, muchos diputados y algunos senadores, y también por las inevitables dificultades de coordinación en un partido derrotado y ya desde antes fragmentado, facilitan y al mismo tiempo vuelven más rentable la apuesta oficial por polarizar con sus predecesores más duros: es a la vez sencillo y provechoso forzar a los moderados del campo adversario a optar entre quedar pegados con los fanáticos o mostrarse colaborativos, sin que puedan exigir demasiado a cambio de su colaboración.

Juega también a favor de esa estrategia una tendencia desde siempre presente en el kirchnerismo a comportarse como una facción sólo atenta a sus propios intereses, condición que por largo tiempo se disimuló gracias al control monopólico de una enorme masa de recursos públicos, y que por eso mismo resulta ahora, sin ese control, tan inconveniente como difícil de corregir.

Días atrás el senador Juan Manuel Abal Medina advertía de este riesgo y alentaba a kirchneristas y peronistas a mantenerse unidos, compartiendo sus ventajas específicas: aquellos una líder aun popular y una muy activa militancia, estos una sólida implantación territorial y amplios poderes institucionales. Pero su invocación está condenada a caer en saco roto: interpela a los K como si fueran o pudieran convertirse en el Tea Party argentino, cuando en verdad siempre fueron más parecidos a las típicas estructuras estalinistas, así que difícilmente puedan evitar que su destino se parezca al que les tocó a esas fuerzas tras la caída del muro.

El Tea Party es una minoría intensa con capacidad para influir en una fuerza mucho más amplia y heterogénea, el partido republicano, gracias a que nunca ejerció directamente el poder del estado ni menos lo utilizó para intentar alterar esa relación. Así que ya es tarde para que los K lo imiten: podrán ellos usar sus recursos residuales para ocupar de momento la escena, pero esto lejos de ayudarlos a lograr sus aspiraciones, en particular la de volver al poder, las condenan.

En eso se parecen a esas minorías intensas cuyas fortalezas y viejas glorias les impiden romper su aislamiento. Como ha sido el caso en décadas recientes de los PC de muchos países democráticos.

Recordemos que en los años ochenta el Partido Comunista Argentino, igual que hacen hoy los K, convocaba miles de militantes y simpatizantes a las calles, organizaba aún más masivas jornadas culturales, tenía sus propios periódicos y proveía a muchos una fe inquebrantable en el estalinismo más cerril. Podía gracias a ello mover al error a observadores desatentos, hacer creer que ya era o podría pronto volverse un potente actor de la naciente democracia. Cuando en verdad sus fortalezas nacían de aquello que le impedía cumplir ese rol y tener relevancia alguna en lo que sucedía en el país: la cerrazón ideológica, el aislamiento e incomprensión frente a lo que rápidamente estaba cambiando en el ambiente institucional, el desprecio absoluto por el resto de los actores políticos, en suma todo lo que lo definía como secta.

Con el kirchnerismo sucede hoy algo parecido. Está todo el tiempo en la calle, parece tener mucho para decir y que su palabra convence aun a muchos. Pero en verdad va camino a volverse lo que en cierto sentido siempre fue, un pequeño grupo de fanáticos que si logró hasta hace poco ser escuchado no fue por su implantación social, si no a que logró primero encaramarse y luego aferrarse a la cúpula del estado.  Sin cuyo control está condenado. Supo ser un serio problema para la democracia argentina, pero ahora es en verdad sólo uno para los peronistas.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)