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15.08.16

Como todo vuelve, volvió Scioli y Macri volvió a hablar, y a tropezar

(TN) Hay veces que el presidente deja demasiado en evidencia que pretende seguir mirando los procesos políticos como un espectador más. Que espera que las cosas salgan como él nos prometió, pero si salen de otro modo está dispuesto a decir “fracasé” y ya. Tal vez no advierta un pequeño detalle: él habla y actúa por el Estado nacional.
Por Marcos Novaro

(TN) La política argentina se asemeja a un perro mordiéndose la cola. Parece que va a lograrlo y sacarse de encima esa picazón que lo desespera, pero gira y gira sobre sí misma agotando sus energías.

Es cierto que, como dice Cristina, los procesos judiciales y los políticos están como pocas veces conectados en estos tiempos. Pero la conexión que ella postuló no parece ser la que corresponde a los hechos.

Dijo que quienes son una potencial amenaza para el oficialismo como candidatos opositores, por su arrastre popular podemos imaginar, se vuelven blanco de jueces y fiscales en casos amañados sobre supuestos actos de corrupción.

Cuando en verdad lo que está sucediendo es exactamente lo opuesto: los que corren el riesgo de terminar presos por haber metido la mano en la lata demasiado hondo se apresuran a anunciar su voluntad de combatir al gobierno hasta el último aliento, en la calle y en las urnas; y no lo hacen sólo para politizar las acusaciones en su contra y victimizarse, sino también para extorsionar al resto de su partido, el peronista, donde se teme más que al poder electoral del macrismo al efecto piantavotos de todos estos ex funcionarios procesados, y con razón.

Lo hizo Cristina, cuando volvió del sur por primera vez sin necesidad de que la convocaran a Comodoro Py, sino para lanzar un programa de recorridas por barriadas populares. Pero con la vista puesta tanto en los avances de jueces y fiscales en su contra, como en el vacío cada vez más evidente que le hacen sus ex seguidores del PJ.

Y ahora lo hace Scioli, también alarmadísimo por un escándalo de proporciones en las cuentas bonaerenses de gastos discrecionales, que se suma en realidad a varios escándalos previos, sobre las cajas de la policía y su porcentaje para la política, sobre la falta de correspondencia entre gastos y prestaciones del instituto de servicios sociales, en fin, lo que ya todos sabíamos pero temíamos preguntar, y explica tal vez mejor que su carácter pusilánime la eterna obediencia que le debe a CFK, que seguro se ocupó de preguntar y memorizarse todos esos detalles hace bastante tiempo atrás.

En su caso fue más llamativo que en el de Cristina, además, porque supuso abandonar el barco de los moderados. Al que se había subido de la mano de Gioja, seguramente pensando que iba a ser una buena forma de ganarse amigos en el bando oficial, y conservar los que tenía entre los jueces. Pero Vidal, Carrió y algunos miembros del poder judicial cooperaron explícita o implícitamente para hacer fracasar esa apuesta.

¿Puede ser la amenaza de una convergencia entre él y Cristina más creíble como amenaza electoral hacia los peronistas que la que pretendía encarnar ella sola desde el Instituto Patria y con la colaboración exclusiva de los fanáticos? Este es el quid de la cuestión.

Y saber en ese caso que vía adoptaría el resto de los peronistas: apostar aun más abiertamente a aislar al kirchnerismo residual, o revisar sus pasos y tratar de calmar a las fieras, prometiendo colaboración político-electoral y sobre todo judicial con la señora.

Si hicieran lo primero seguramente el beneficiado sería Massa, si en cambio optaran por lo segundo, o al menos lo hiciera una porción significativa de los peronistas del territorio, lo sería el gobierno, que se garantizaría la división del voto opositor el año que viene. Y si fracasaran tanto en una cosa como la otra lo sería aun más, porque esta división se convertiría directamente en dispersión.

Por ahora probablemente no hagan nada. Porque hay tanta incertidumbre en el ambiente que mejor esperar a que las cosas decanten. Con el tiempo se verá si los procesos judiciales son tan serios como parecen, si las encuestas siguen indicando que la señora, La Cámpora y también Scioli son cosa del pasado, y cómo se acomodan los nuevos líderes pejotistas y renovadores.

El problema puede ser que esperen demasiado y cuando llegue la hora de comprometerse ya el valor de su colaboración sea más bien bajo. Porque es cierto que en la política argentina, como se dice, suele no convenir dar a los políticos por muertos porque todos tienen segundas y terceras oportunidades, todos pueden volver. Pero también es cierto que las vueltas de página la gente suele hacerlas drásticamente, y parece que esta es una de esas ocasiones en que lo que todos están esperando que suceda, que Cristina se extinga, ya pasó hace rato.

Mientras tanto el gobierno se genera sus propios problemas. No sólo sigue enredándose en el laberinto del tarifazo, un asunto que pasó de manos del Ejecutivo al Judicial, y de ahí al Legislativo, con lo que ya no se sabe muy bien dónde se va a arreglar, sino que insiste en consumir el crédito de partida que le queda en exposiciones incomprensibles de la figura presidencial.

No otra cosa fue la entrevista que brindó Macri en Facebook, se supone que para fortalecer nuevas redes de comunicación, pero en la práctica para enredarlo en viejas discusiones sobre la historia, y peor todavía, en una equívoca postura sobre su rol.

No es creíble que el presidente haya ido a esa entrevista sin saber que le iban a preguntar sobre el número de desaparecidos. Más sabiendo que esa cuestión había suscitado el único reemplazo de funcionarios concedido a la presión opositora desde que inició su mandato. Si fue así no es fácil entender que Macri haya dicho muy suelto de cuerpo dos cosas totalmente contradictorias: primero, que los crímenes de la dictadura él también los considera lo peor que nos ha pasado, y segundo, que “no tiene ni idea” de cuantos son los desaparecidos e indagarlo no es una cuestión de estado si no una “discusión inútil”.

Hay veces que el presidente deja demasiado en evidencia que pretende seguir mirando los procesos políticos como un espectador más. Que espera que las cosas salgan como él nos prometió, pero si salen de otro modo está dispuesto a decir “fracasé” y ya. Tal vez no advierta un pequeño detalle: él habla y actúa por el Estado nacional. Si los desaparecidos son una cuestión de estado, no puede decir lo que él, individuo, opina, si no que debe asumir ante todo la obligación estatal de hacerse cargo del asunto. Entre otras cosas, cuantificar el problema.

Diferenciándose de quienes durante años hicieron lo opuesto y postularon “el estado soy yo”, él parece querer decirnos “no busquen eso en mí, yo no soy”. Pero eso funcionaba estando en la ciudad, mientras tenía enfrente a Cristina. ¿No se da cuenta acaso de que la situación cambió, él la cambió? El riesgo bien concreto es que transmita un mensaje equívoco, “el estado es nadie” y genere más desconcierto y debilidad que republicanismo. Con sus livianas afirmaciones sobre los desaparecidos, al menos, fue lo que sucedió.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)