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14.11.16

Con Trump, Cristina completa la internacional peronista

(TN) No existen ni el fanatismo religioso, ni los estados fallidos, ni las malas políticas, ni el autoritarismo; el mal de este mundo tiene un solo nombre, riqueza, y un solo credo, liberalismo. Tal vez no sea mala idea poner en práctica estas concepciones durante un tiempo, y ver qué pasa. Una pena, de todos modos, que no haya alcanzado para la opinión pública mundial con ensayarlas en Argentina, Venezuela y Cuba.
Por Marcos Novaro

(TN) La Argentina exporta populismo a granel y a mercados cada vez más diversificados. Si sólo pudiera monetizar este ahora codiciado commodity estaría en condiciones de resolver sus problemas de competitividad en un santiamén. Pero los mercados son mezquinos, ya se sabe: todos consumen y disfrutan del producto, pero sin pagar royalty alguno.

Con todo, no hay quien pueda escamotearnos el orgullo. Conseguimos que un peronista ocupe el trono de Pedro tres años atrás, van a ser dos décadas que otro gran peronista dictaminara  los destinos de Rusia, y ahora lo que faltaba, un pichón de Miguel Ángel Pichetto y Cristina Kirchner arrasó con el maldito establishment liberal de EE.UU., La Matanza le hizo morder el polvo a Yale, y uno de los nuestros se acomodará en el despacho oval desde enero próximo. Si eso no es hegemonía no sé qué podría serlo. Lástima que Ernesto Laclau ya no esté para poder disfrutarlo.

Claro que el resultado es una ensalada, pero de eso trata precisamente todo buen populismo radicalizado, llevar la inconsistencia de las iniciativas prácticas hasta el extremo del absurdo no es en él una desviación, reemplazar el análisis razonable de los problemas por la identificación de culpables a expulsar de la comunidad no es un mero desborde, confiar nuestros destinos a la intuición providencial de un líder lo más brutal y tosco posible no tiene nada de accidental; los tres son los componentes esenciales del arte político que estamos ofreciéndole al mundo, y que el mundo parece deseoso de consumir. Por ahora ciego a las consecuencias.

Cristina, siempre lista para arrogarse supuestas clarividencias, no pudo con su genio y reclamó, en otra universidad del conurbano, el royalty sobre el engendro. Ciega y sorda a los temores progresistas que despertó el triunfo inesperado de Donald Trump salió a reivindicar la autoría intelectual de lo sucedido: si Trump ganó, según ella, fue porque entendió lo que el populismo kirchnerista viene diciendo hace años, que los mercados abiertos son el peor enemigo de los pueblos, que los liberales moderados son unos mentirosos esclavos del sistema financiero internacional, que los medios manipulan y mienten, y que la solución para todos esos problemas pasa por la fusión entre la masa, el líder y la nación.

Lástima que Trump también quiere acabar con los inmigrantes. Pero parece que a los ojos de Cristina ese es un pecado menor (y tal vez sean otros pecados menores sus propuestas de terminar con el medicare, los impuestos a los ricos, la discriminación positiva a favor de las minorías y otros inventos liberales) comparado con el gran favor que va a hacerle a la humanidad, poner fin del odiado neoliberalismo, que supuestamente encarnaba Hillary, y avalar la ola de proteccionismo que supuestamente deberíamos aquí y en todos lados imitar para que las cosas empiecen a funcionar realmente bien. Ello justificaría, para empezar, tirar a la basura la idea absurda de Mauricio Macri de “volver al mundo”, “atraer inversiones” y “llevarnos bien con las democracias occidentales”. Si la mayor de las democracias occidentales nos está diciendo que el aislamiento es la solución, hagamos como ellos, volvamos a votar a Cristina, apostemos otra vez por la autarquía, cerremos la puerta al comercio y el frio capital, tiremos la llave y a comer milanesas de soja de aquí a la eternidad.

Seguro que Cristina no ignora que si todos los países desarrollados hicieran lo que Trump propone, supongamos, tras un eventual triunfo de los nacionalismos aislacionistas también en Europa y otras economías capitalistas, las perspectivas para los países en desarrollo o directamente pobres no mejorarían sino todo lo contrario. Pero eso no es lo que le importa. Lo esencial para ella siempre ha sido tener razón, no resolver problemas. Porque si el mundo le da la razón a las tesis populistas, Cristina se esperanza, ella va a seguir teniendo un público empobrecido, asustado y enojado condenado a escucharla y seguirla. Porque habrá quedado demostrado que la culpa de todos los males la tienen los ricos y los liberales. Que es lo que viene diciendo urbi et orbi el otro gran líder global peronista, nuestro papa Francisco.

Con olfato anticipatorio aún superior al de la jefa local del movimiento, el jefe de la Iglesia de Roma apenas una semana atrás explicó, a varios miles de dirigentes sociales provenientes de todos los rincones del tercer y cuarto mundo, que el terrorismo tiene un único y exclusivo origen y responsable, el dinero, y quienes lo poseen, claro. Más todavía, son el dinero y el afán de dinero los que causan, según Francisco, todos los vicios contemporáneos, la desigualdad, la destrucción del medio ambiente, la intolerancia, la violencia. No existen ni el fanatismo religioso, ni los estados fallidos, ni las malas políticas, ni el autoritarismo; el mal de este mundo tiene un solo nombre, riqueza, y un solo credo, liberalismo. Tal vez no sea mala idea poner en práctica estas concepciones durante un tiempo, y ver qué pasa. Una pena, de todos modos, que no haya alcanzado para la opinión pública mundial con ensayarlas en Argentina, Venezuela y Cuba.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)