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27.02.17

¿Por qué aunque la pifia, zafa?

(TN) Macri podría rescatar el viejo apotegma de Perón, no es que seamos muy buenos, es que los demás son peores. Y aprovechar que tiene fácil nacionalizar su campaña. Apelando a los lógicos temores de la sociedad en una situación como la reinante: precisamente porque la estabilización aun no dio pleno resultado, ni mucho menos cabida a una potente recuperación.
Por Marcos Novaro

(TN) Tras la semana del horror, la seguidilla de errores con que el gobierno de Mauricio Macri pareció inclinado a autoflagelarse días atrás, pudo pensarse que quedaba desmentida la idea de que la coyuntura que vivimos está dominada por rasgos de estabilidad y equilibrio relativamente sólidos. Daba para sospechar que no habría línea de flotación que aguantara para una administración que estaba demostrando tan poco sentido común y sensibilidad política.

Colar un recorte mezquino a los jubilados en el marco de un aumento de los haberes sonaba demasiado absurdo en un momento en que se trata de transmitir la idea de que lo peor ya pasó y viene la reactivación del consumo, y hacerlo junto con el anuncio sin explicación alguna de un arreglo inconveniente para el estado con una empresa privatizada de la familia presidencial, y luego estatizada (también mal) por mala administración no parecía encontrar ya otra lógica que una vocación suicida.

Sin embargo, ¿qué fue lo más importante que aprendimos de la semana del horror? Que este Gobierno puede asomarse al abismo por propia voluntad, puede deambular por el borde, sin que encuentre nadie por ahora capaz de empujarlo cuesta abajo. Aunque hay varios que lo intentan, claro, pero ninguno en condiciones de hacerle pagar siquiera los costos que tendría totalmente merecidos.

Que no sucediera nada de eso, que el Gobierno pudiera alejarse de la bomba que él mismo se había armado bajo los pies sin mayor inconveniente, con una conferencia de prensa y poco más, fue lo más sorprendente. Y lo que arroja el dato más interesante: efectivamente dominan la situación fuertes rasgos de equilibrio y moderación, muy novedosos para un sistema político más bien caracterizado por lo general por tendencias al desequilibrio.

Ojo, no es que pifiarla una y otra vez no tenga consecuencias. Las tendrá y serias seguramente en el mediano y largo plazo, entre otras cosas porque se desaprovechan tiempo y recursos muy valiosos para consolidar la confianza en el curso de normalización y reformas adoptado. El Gobierno podría hacer las cosas mucho mejor de lo que las hace, es indudable. Pero el punto es que haciéndolas como las hace parece poder seguir adelante, sin grandes dificultades en términos de credibilidad o popularidad, sin enfrentar graves conflictos. Y esto se explica porque aunque la situación de escasez y la multitud de problemas a resolver le imponen duras exigencias, otros factores lo ayudan.

Entre estos factores de equilibrio está, claro, el propio Gobierno, a veces a pesar suyo. Porque ha logrado ocupar el centro político y construir a partir de él su agenda, controlar no toda pero sí una parte importante de la agenda pública, establecer un método de comunicación y uno para el proceso legislativo. No olvidemos que en esa misma semana de errores y horrores se aprobó la ley correctiva de ART, nada mal.

Aunque los más decisivos como factores de estabilidad son los del ambiente, los que involucran a la opinión pública, a la oposición y demás actores. Todos ellos definen un contexto que no ha variado demasiado respecto de un año atrás, y en los casos en que varió lo hizo a veces a favor del equilibrio más que en contra.

Veamos:

1) Ajuste de expectativas: hoy los argentinos se muestran menos optimistas que un año atrás, y menos mal, porque eso permitió desactivar las de todos modos módicas expectativas en una “salida sin costos” que podrían haber inflado peligrosamente la demanda de “resultados ya”, de la mano de errores conocidos cometidos por el Gobierno en esa dirección. Este asunto de las expectativas infladas, acotemos, ha sido un problema recurrente de la política argentina. Para poner solo un par de ejemplos, Raúl Alfonsín en 1984, cuando la mayoría y también el presidente se convencieron de que el país estaba saliendo de su hasta entonces peor crisis económica, y en verdad recién estaba entrando en ella; y Fernando De La Rúa en 2000, cuando ambos de vuelta creyeron que lo mejor de la Convertibilidad estaba por venir y en realidad ese régimen estaba ya con una pata en la tumba. Cosa curiosa, este tipo de problemas signó especialmente a gobiernos no peronistas. Y cosa también curiosa, a Macri lo afecta poco, gracias al actual imperio de la moderación y la matización del optimismo. Macri, se dirá, no entusiasma. Y en efecto es el exponente de una época sin estridencias ni exaltaciones. Representa bien, y en algún sentido mejor ahora que un año atrás, el ánimo de una sociedad que mayoritariamente sabe que las cosas son complicadas y resolverlas llevará tiempo.

2) Fragmentación opositora y predominio público del rol contradictor de la expresidenta. Si ella hubiera moderado su actitud desde el comienzo ahora podría poner mucho más en aprietos a Macri. Pero no hay caso, Cristina Kirchner es incapaz de aprender de sus errores. Y por ello brinda indirectamente un gran servicio a la moderación, el equilibrio, a la democracia misma. Mientras siga batallando por la resistencia y la división del PJ, y a esta altura parece que no puede hacer otra cosa, aunque sindicalistas y gobernadores se muestren renovados estarán en problemas para recoger en la sociedad y en las urnas mayores apoyos.

3) Limitaciones de Sergio Massa: cuando el tigrense vio que la colaboración no le rendía hizo varios intentos de diferenciación, que tampoco funcionaron: la ley de empleo bien al comienzo, con la que buscó congraciarse con los gremios y terminó en veto y triunfo de Macri; la ley de emergencia aduanera con que buscó congraciarse con empresarios mercadointernistas, que terminó en su exclusión del mini Davos y pasó sin pena ni gloria por el Congreso; y el peor de todos, la ley de corrección de Ganancias, con letra y números de Axel Kicillof, un mamarracho que logró se aprobara en Diputados y los senadores tuvieron que desactivar. Esta frustración de Massa ¿prueba que hay polarización gobierno-oposición y no espacio para la moderación? No. Prueba que él tiene problemas para ser confiable en el rol que la situación le reclama, y no puede por ello potenciar el lugar vacío que ocupa desde 2013, potencialmente muy amplio, mucho más que el acotado feudo bonaerense del que no casualmente sigue dependiendo. ¿Margarita Stolbizer podrá sacarlo de ese intríngulis? Difícil.

4) Papel de los gobernadores. En épocas de crisis del PJ nacional ellos son el poder decisivo y necesitan provincializar sus estrategias para sobrevivir. Por lo que muy probablemente también provincialicen sus campañas electorales. El gobierno exagera un poco con los beneficios que espera obtener de esa relativa indiferencia a la competencia por bancas nacionales, pero hay algo cierto, si el kirchnerismo está condenado a perder unas cuantas bancas, y Massa a seguir encerrado en Buenos Aires, ¿a quién tiene que ganarle, a un aquelarre sin jefe, sin ideas comunes y encima con muchos nombres distintos? Podría alcanzarle con ser el que menos pierda.

En este marco Macri podría rescatar el viejo apotegma de Perón, no es que seamos muy buenos, es que los demás son peores. Y aprovechar que tiene fácil nacionalizar su campaña. Apelando a los lógicos temores de la sociedad en una situación como la reinante: precisamente porque la estabilización aun no dio pleno resultado, ni mucho menos cabida a una potente recuperación, “no cambiemos de caballo en medio del rio”, “no tiremos por la borda el esfuerzo hecho para normalizar el país”, “dennos tiempo y no confíen en los cantos de sirena ya conocidos”, etcetera.

Claro que para poder venderse como “los menos malos” tienen que dejar de cometer errores tontos y alevosos. Y eso en algunos terrenos como el de los alicientes al consumo es fundamental porque ellos los muestran como “más de derecha de lo que pretenden ser”, abonando el argumento de que si los dejaran harían una política socialmente más insensible, por lo que convendría cortarles las alas, por ejemplo debilitándolos en las legislativas.

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Aclaremos que esta idea de que si tuvieran margen harían más cambios drásticos en algunos terrenos, por ejemplo empleados públicos, no es incompatible con las preferencias de sus votantes efectivos o potenciales, pero en otros casos sí lo es, por ejemplo en el tema tarifas o jubilados. Así que sería bueno que el oficialismo se esmerara por aclarar en qué casos y para qué quiere tener más respaldo.

Pero antes de eso, a la hora de evitar nuevos errores y moderar sus costos es claro que ya no puede seguir recurriendo al argumento inicial de la escucha, “estar atento” no alcanza, tampoco alcanza con descargar culpas en funcionarios de segunda línea, como son hoy la mayoría de los ministros y los secretarios. Hay un problema en el centro del mecanismo de poder, una falta de análisis de riesgo político de las decisiones y más en general falta de control político del proceso, que sólo se puede reparar con cambios en la Jefatura de Gabinete; tal vez una oficina específica de análisis de riesgo o algo parecido, a falta de funcionarios individualmente capaces de resolver el problema.

Contra lo que conspiran evidentemente algunos rasgos del presidente, para nada moderadores ni equilibrados. Fue él, según todas las crónicas, el último en ceder y aceptar que había que retroceder con el Correo y las jubilaciones. Es él quien parece ser ciego a los vicios de sus amigos y promover así una peligrosa sensación de riesgo y orfandad en los demás y un microclima algo enajenado. Del que surgen frases como las que la Jefatura de Gabinete quiso comunicar en medio de la crisis: “no nos entienden”, “estamos dolidos”, “estamos desbordados por el trabajo y la sociedad espera que nos volvamos Suiza o Chile en un santiamén”, todas expresiones propias de reformistas frustrados que para nada lo ayudan a recuperar la golpeada confianza.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)