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11.07.19

El principio de No Indiferencia entre los Estados

En la reciente 49 Asamblea General de la OEA, se pudo constatar cierto cambio en referencia a la consideración de los países democráticos respecto a las tiranías existentes en la región. Ya Cuba se incorpora en el relato, el análisis y sobre todo en las consecuencias para Latinoamérica que tiene en el presente, con amenazas futuras, su intervención directa y comprobada en los regímenes venezolanos y nicaragüense.
Por Hugo Machín Fajardo

En 1971, el ejército pakistaní inició un genocidio de nueve meses contra el pueblo bengalí. La India invadió Pakistán en lo que fue reconocido en el mundo como un caso positivo de intervención humanitaria.

En 1978, Tanzania invadió Uganda para detener el genocidio de Idi Amín contra sus conciudadanos. “Amín...ha matado a más africanos que los bóeres bajo el régimen del apartheid”, dijo entonces el presidente tanzano Julius Nyere. Si bien tras la derrota de Amín -apoyado bélicamente por Muamar Gadafi y Yasser Arafat- Uganda sufrió una guerra civil, la iniciativa de Tanzania es considerada como uno de los primeros casos de intervención humanitaria unilateral.

Traigo al presente estos hechos históricos para sustentar que la intervención humanitaria en caso de crímenes de lesa humanidad, aun antes de la firma del Estatuto de Roma y la creación de la Comisión Penal Internacional (CPI) de 1998, ya existía en la agenda de los países del Sur, por lo menos en África.

Latinoamérica, pese a que propició los antecedentes de la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (DUDH), no ha procesado, o no ha sabido procesar, un mecanismo de protección de los derechos individuales que se sobreponga a las fronteras nacionales, e impulsarlo al margen de los Estados Unidos.

Antes de la DUDH existió la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, aprobada por la IX Conferencia internacional americana realizada en Bogotá en abril 1948, ​ de notoria influencia en la adoptada luego por la ONU en San Francisco, donde intervino, entre otros, un expresidente uruguayo, José Serrato.

Otro uruguayo ilustre, Dardo Reguiles, delegado en Bogotá en el 48, advirtió que “nosotros los latinoamericanos vivimos en una especie de sociedad esquizofrénica en la que las personas hablan mucho sobre lo que debe ser y promulgan muchas regulaciones sobre los derechos, pero lo que se promulga rara vez se practica”.

Venezuela desde hace años, y más cerca en el tiempo Nicaragua, han ofrecido escenarios en que sobradamente debió intervenirse humanitariamente. Abundar aquí y ahora en datos sería redundante, por lo menos para quien ha escrito en numerosas oportunidades sobre esas situaciones.

Algo está cambiando de todos modos. El derecho va apareciendo con la ocasión, afirmaba el maestro alemán Ihering. Es obra del trabajo humano que exige brega constante dice en su Lucha por el derecho, que comentado por Leopoldo Alas (Clarín) se tradujo en una lucha “en la carne viva (…) todo derecho que se logra mata algo que debe morir pero que alguien defiende hasta el último aliento: el que vive de lo injusto”.

En la reciente 49 Asamblea General de la OEA, se pudo constatar cierto cambio en referencia a la consideración de los países democráticos respecto a las tiranías existentes en la región. Ya Cuba se incorpora en el relato, el análisis y sobre todo en las consecuencias para Latinoamérica que tiene en el presente, con amenazas futuras, su intervención directa y comprobada en los regímenes venezolanos y nicaragüense. En esa instancia de la OEA se aprobó la creación de una comisión especial para investigar las violaciones a los DDHH bajo el régimen de Ortega/Murillo. Está pendiente.

Se suma el informe sobre Venezuela de la alta Comisionada para los DDHH de la ONU, Michelle Bachelet, que pese a a la tibieza de sus recomendaciones, su constatación in situ de graves vulneraciones de derechos en el país, sacudió conciencias que permanecían semidormidas respecto a la dictadura chavista.

Y en las últimas horas las tres rondas de reuniones de personeros de Maduro con representantes de la oposición venezolana en Barbados, con el auspicio de Noruega, han llevado al presidente electo del país caribeño, Juan Guaidó, a decir que “tenemos las condiciones para construir una salida”. Esa afirmación fue hecha luego de su reunión personal con el uruguayo Enrique Iglesias, a días de cumplir los 90 años, quien, como asesor especial de la UE para la crisis venezolana, reúne en su persona al Grupo de Lima, al Grupo de Contacto, a las distintas posiciones existentes en la Unión Europea respecto a Maduro, más alguna comunicación telefónica con chinos y rusos, estos últimos que, según el Pentágono, mantienen tropas en territorio venezolano.

El dictador de Miraflores, tras reunirse con Iglesias, adelantó el martes 9 de julio un pedido de que cese el “conflicto inútil” en el país.

Para que cese ese “conflicto”, según define el dictador responsable de la trágica crisis humanitaria provocada por su gobierno, debería haber elecciones con un nuevo Consejo Nacional Electoral (CNE); cesar la asamblea constituyente (ANC); regresar el chavismo a la legitima Asamblea Nacional; elecciones en menos de un año, con o sin Maduro, y resolver las sanciones económicas impuestas por EEUU.

Como reflexión final: la respuesta del delegado argentino al representante de Nicaragua en la sesión del Consejo de los Derechos Humanos de la la ONU del miércoles 10 de julio, en la que se analizó por tercera vez en 2019 la situación de la dictadura de Daniel Ortega, demuestra que efectivamente hay un cambio en aquella percepción monolítica del principio de no intervención: “Ya no vivimos en el mundo en que se firmó la Paz de Westfalia, sino en el Siglo XXI. La historia pasada y reciente nos enseña que aquellos firmes defensores del principio de no injerencia en los asuntos internos de otros estados son los que más violan los derechos humanos e intentan protegerse. Por tal motivo es que propiciamos y defendemos el principio de no indiferencia entre los Estados. Los derechos humanos no son un commodity. Si nos calláramos sentiríamos que estamos colectivamente asintiendo a una complicidad internacional de silencio”.