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25.11.19

Uruguay: una democracia única, casi empate

El viernes 29 de noviembre la Corte Electoral dará a conocer el resultado final. El 27 de octubre en la primera vuelta, el 55% de la ciudadanía uruguaya votó por un cambio en la conducción del país que desde 2005 venía siendo administrado por la coalición de izquierda Frente Amplio con logros importantes, como así también fallas y episodios de corrupción.
Por Hugo Machín Fajardo

Uruguay eligió un gobierno de derecha en final reñido. Esa es la titulación de las informaciones internacionales sobre el resultado del balotaje cumplido el domingo 24 de noviembre en el que el candidato de una coalición opositora, Luis Lacalle Pou, obtuvo escasamente 30 mil votos (48%) más que el oficialista Daniel Martínez (47%), con un total de 2,300,000 mil votos emitidos.        

El viernes 29 de noviembre la Corte Electoral dará a conocer el resultado final.

¿De derecha realmente? No es así.

El 27 de octubre en la primera vuelta, el 55% de la ciudadanía uruguaya votó por un cambio en la conducción del país que desde 2005 venía siendo administrado por la coalición de izquierda Frente Amplio con logros importantes, como así también fallas y episodios de corrupción.

En esa instancia quedó sellada la suerte de la segunda vuelta por más que Lacalle Pou en esa oportunidad solamente obtuvo un 30%, frente al 40% del candidato oficialista.

Esa voluntad de cambio se nutrió de diferentes expectativas. Las del PN, mayoritario en la oposición; la del Partido Colorado (PC), -que gobernó prácticamente en todo el siglo pasado-; la de pequeños partidos, uno, de centro izquierda, Partido Independiente; otro, el Partido de la Gente, sin definición ideológica al respecto, y un flamante partido, Cabildo Abierto, (10% del electorado) encabezado por Guido Manini, el ex comandante en jefe del ejército del gobierno del socialista Tabaré Vázquez, presidente saliente.

Manini es el único de la coalición ganadora que se ha mostrado como un exponente de la derecha clásica, pero con votos de derecha e izquierda, y por momentos, guiñadas cómplices de Pepe Mujica.

Herencia. Una economía estancada, déficit fiscal de casi el 5% del PBI que queda como herencia, inseguridad ciudadana, creciente presencia del narcotráfico, incremento del desempleo, y deficiencias en la educación, pueden anotarse como los factores determinantes en esa voluntad de cambio. A lo que debe sumarse la estrategia de Lacalle Pou, quien desde mucho tiempo antes tejió alianzas que significaron el apoyo para este balotaje, a diferencia del FA que no generó alianzas solo acuerdos puntuales para superar coyunturas desfavorables. Agréguese el desgaste de ejercer el gobierno durante 15 años.

Aspecto no menor fue la decepcionante e inexplicable postura de Tabaré Vázquez respecto a dictaduras como las de Nicolás Maduro y Daniel Ortega, así como su omisión a denunciar las violaciones de los DDHH en Cuba.

Referencia histórica útil. Cuando Fidel Castro realizó una visita a Chile en noviembre de 1971 y calificó de “fascistas” a toda la oposición al régimen de Salvador Allende, logró consolidar la alianza de toda la oposición al gobierno del socialista que había accedido a la presidencia en 1970 con un 36% del electorado. 

La Confederación Democrática de entonces se consolidó luego de la visita de Castro y muchos democratacristianos dejaron de lado sus diferencias con el Partido Nacional (PN), y en definitiva se logró lo contrario que buscaba Fidel Castro.

Antes de la visita de Castro, los nacionalistas y democratacristianos estaban divididos por diferencias de clase y de convicciones. El PN era ampliamente considerado la derecha tradicional, el partido de los terratenientes e industriales, representados en la Sociedad Nacional de Agricultura y la Cámara de Comercio chilena bajo el liderazgo de Sergio Onofre Jarpa. Y el PDC era un partido mucho más heterogéneo en su origen social, de clase media-baja, de empleados públicos, incluso de campesinos y obreros; comprometido con un modelo de desarrollo no capitalista. Prueba de eso es que un año antes los nacionalistas culpaban a los demócratas cristianos de haberle abierto el camino a Allende en 1970. Era la época en que el dirigente Radomiro Tomic, del ala izquierda del PDC, y opuesto a aliarse con el nacionalismo, durante la campaña electoral del 70´ sostenía que “si se gana con la derecha es la derecha la que gana”.

El presente uruguayo. Es importante este extenso viaje al pasado reciente, tan mal narrado muchas veces desde la izquierda latinoamericana, porque en el panorama que se abre ahora para Uruguay luego del triunfo de Luis Lacalle Pou aupado por una “coalición multicolor”, como él mismo la ha denominado, hay elementos comunes con el Chile de los 70´en el mismo sentido y al revés.

En el mismo sentido, porque desde sectores del FA hubo una sistemática actitud descalificadora para con todos los que no fueran del FA, lo que unificó a una oposición resuelta a que hubiera alternancia democrática en el gobierno.

Y al revés, porque mantener esa estigmatización excluyente puede llevar al FA a seguir perdiendo votantes, pero, lo más serio, a profundizar una división, que hasta ahora felizmente no ha llegado al nivel de brecha insalvable como en otros países latinoamericanos, pero que no admite seguir tensando la cuerda.

Dos escenarios posibles. De la actitud que adopte el FA, la central de trabajadores y el movimiento social uruguayos, dependerá en última instancia lo que pueda ocurrir en la administración a instalarse el 1ro. de marzo de 2020 en uno de los veinte países genuinamente democráticos del Occidente y que precisamente, como anotara el periodista y analista uruguayo Nelson Fernández, el 24 de noviembre cumplió 12.886 días continuos de democracia, desde que Uruguay la recuperara en 1985.

La perspectiva para el FA, partido que gobernó durante 15 años y que llega a casi 31 gobernando Montevideo -y no se descarta que pueda sumar cinco más en las elecciones municipales de mayo del año entrante- pondrá a prueba su real temple democrático.

O se consolida con una oposición responsable muy importante, pues tiene el 40% del respaldo del electorado, con la actitud de control que corresponde a toda oposición con una buena composición parlamentaria; con el manejo político que le proporcione el mantenimiento de las seis intendencias en 19, que tiene en este momento, -en caso de que se repitan en mayo de 2020- y con un trabajo de renovación directriz de dirigentes y cuadros intermedios lógico en cualquier democracia.

O inicia una dura confrontación opositora en el parlamento y en la calle con vistas a retomar el gobierno en 2024. Esta asegunda opción evidenciaría apetitos sectoriales antepuestos a los intereses nacionales.

En otro contexto, es la disyuntiva que se le presentó al chavismo en 2016 cuando quedó en minoría legislativa, pero constituía la mayor bancada parlamentaria con el 40% del respaldo ciudadano.

Sabemos que Nicolás Maduro, aconsejado por Raúl Castro, apostó a lo peor y así le fue a Venezuela.