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16.06.05

Miles de años de globalización

Por Ricardo López Göttig

Se ha puesto de moda atribuir todos los males que aquejan a la humanidad al proceso conocido como "globalización", en el que las más diversas sociedades convergen en un entramado de intercambios comerciales, culturales y políticos. Hordas de "globófobos" se mueven de país en país, yendo tras las reuniones de políticos y burócratas de los organismos internacionales como el FMI, el Banco Mundial, el G-8 o la Unión Europea, para cascotear y detener con sus gritos a este proceso de integración planetaria que ya lleva miles de años.

Sin la necesidad de organismos como la OMC ni de tratados internacionales, los distintos pueblos vienen comerciando entre sí desde mucho antes de que existiera la escritura. Gracias a la arqueología, se descubren las rutas del comercio entre las antiguas civilizaciones del valle del Indo (Mohenjo Daro y Harappa) con los sumerios, pasando por una isla llamada Dilmun -la actual Bahrein-. Estos contactos comerciales, lejos de haber cesado a pesar de la desaparición de estas civilizaciones, se intensificaron en un activo comercio en el Golfo Pérsico y con ramificaciones hacia el Mar Rojo, llegando hasta la ciudad de Petra, en la actual Jordania, y también a Etiopía. Los romanos tuvieron una importante presencia en el sur de la India, en donde llegaron a establecer sus factorías entre los siglos I y II d.C. Los romanos compraban tejidos de seda, especias, piedras preciosas y caparazones de tortugas, que pagaban con monedas de oro que circulaban por el sur del subcontinente indio. Tanta fue la demanda romana, que los indios meridionales se aventuraron hacia la región que hoy conocemos como Indochina, a fin de comprar más mercancías. Con su presencia, los indios portaron su refinada cultura y religión a aquellos reinos en Indonesia y Camboya, generando lo que se conoce como "transculturación": el pasaje de elementos de una cultura a otra, que puede ser tanto la tecnología como las ideas. En este caso, se propagó primero el hinduismo y su cosmovisión entre las aristocracias locales, que se articuló lentamente con las religiones precedentes, preparando el terreno para la posterior adopción del budismo. Esta indianización fue pacífica, primero de la mano de los comerciantes y luego de los sacerdotes que los acompañaron en estos viajes. Vemos, entonces, cómo la demanda de artículos de lujo para la aristocracia romana, tuvo -como una de sus consecuencias insospechadas- influencia en la expansión de la religión y la cultura india hacia el Sudeste asiático.

Como miembros de la cultura occidental, estamos acostumbrados a aprender la historia de la humanidad desde nuestra perspectiva y consideramos una gran hazaña al viaje de Vasco da Gama hacia fines del siglo XV, quien partió desde Portugal, bordeó la costa africana y arribó a la India. ¿Los propósitos? Reactivar el sumamente rentable comercio de las especias, al tiempo que se creía que la India era un reino cristiano, con el que los portugueses podrían aliarse contra el Islam... Sin embargo, casi un siglo antes, los chinos enviaron una poderosa flota a la costa oriental de África, de mayor tonelaje que las frágiles embarcaciones portuguesas, a fin de reanudar durante la dinastía Ming el contacto comercial que se suspendió por la invasión mongola. Es más conocida la historia de la célebre ruta de la seda, de miles de años de existencia, que llevaba mercancías desde Roma y los posteriores reinos germánicos, atravesando el Este europeo, Asia central y que llegaba hasta el Imperio Chino. Este intercambio no se limitó a los bienes, sino que fue también una vía para la comunicación de ideas y creencias. Así, el cristianismo nestoriano se difundió por regiones centroasiáticas, donde se produjo una amalgama novedosa de la filosofía griega con el budismo y el hinduismo, una zona en la que luego floreció el sufismo, la corriente más espiritual del Islam. Del frecuente contacto que los árabes tuvieron con la cultura india, conocieron su sistema de numeración e incluso aprendieron el concepto del cero. Así fue como luego los números "arábigos" -indios en su origen- se incorporaron, tras las Cruzadas, a la cultura occidental, trabada en sus cálculos por los números romanos.

Desde hace miles de años, entre diferentes sociedades del planeta, los hombres han comerciado unos con otros, transportando sus bienes y sus ideas, acercando cosmovisiones que han enriquecido el acervo general de la humanidad. ¿Por qué, entonces, el temor al comercio libre? Nos alegramos cuando el tango se baila en Finlandia y Japón, pero nos horrorizamos cuando los adolescentes comen hamburguesas. Pero hasta nuestros gauchos fueron afectados por la libre competencia comercial en el siglo XIX, cuando adoptaron las prácticas bombachas -prenda que usaron los soldados franceses en la guerra de Crimea y cuyos remanentes llegaron al puerto de Buenos Aires- en lugar del tradicional chiripá. En toda cultura, aun en las más dinámicas, hay una inercia que tiende a la preservación de lo conocido. Pero no olvidemos que Occidente es la cultura más permeable del planeta porque ha institucionalizado el cambio y el respeto a la diversidad, convirtiéndola en el ejemplo universal de sociedad abierta.

Ricardo López Göttig es historiador.
lopezgottig@generacion37.org
Este artículo fue originalmente publicado en Mentes Abiertas nº 15, del Departamento de Investigaciones de ESEADE.