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16.01.20

Los ricos, otra vez los malos de la película

(TN) El nuevo gobierno viene justificando sus impuestazos no solo por la emergencia, sino por un modelo solidario. Pero más que de integración, parece ser de confrontación y “suma cero”: la culpa de que a alguien le falte se atribuye al que tiene.
Por Marcos Novaro

(TN) El Frente de Todos proclama a diestra y siniestra que su misión es cerrar las grietas que nos dividen. Pero una al menos parece estar agravándose, la que enfrenta a pobres y ricos. Sus voceros más reputados, Cristina y varios intendentes, explicaron las carencias de La Matanza por “la opulencia” en que supuestamente viven los porteños; las quejas de los productores agropecuarios por la suba de retenciones son tachadas de “egoístas” expresiones de quienes quieren seguir “llevándosela”, no muy distinto a lo que se escuchaba en 2008; y más llanamente, como suele hacer, Hebe de Bonafini acaba de definir a “los ricos” como “nuestros enemigos”.

El peronismo siempre ha tenido problemas para conciliar los intereses del capital y el trabajo, de los ricos y los pobres, pese a que según su mito fundacional vino a hacer precisamente eso, y su idea al respecto se dice superadora del liberalismo y el marxismo. Es cierto que ni estos dos modelos, ni sus variaciones y combinaciones, han logrado resolver plenamente la cuestión, en ningún lado. Pero ya va siendo hora de que la principal fuerza política del país se haga un poquito cargo de que entre nosotros esto funciona particularmente mal y es particularmente inestable.

Entre las razones de por qué esto es así pesa que el propio peronismo ha ensayado, a lo largo de su historia, todo tipo de soluciones, intercambiando fórmulas distributivas y confrontativas con otras productivistas y conciliadoras, intentando a veces el más férreo intervencionismo, y otras la prescindencia absoluta. Si con ninguna logró resultados satisfactorios y sostenibles no debe haber sido culpa de esas fórmulas en sí, sino del hecho de que las gestionó mal, o no las adaptó a las circunstancias. Y de que, encima, su propia imprevisibilidad fue abonando una general desconfianza. Y en la desconfianza es muy difícil conciliar intereses y cooperar, porque nadie cree que si resigna algo hoy se lo van a recompensar mañana.

No está muy claro qué ha aprendido la fuerza de nuevo gobernante de todo esto, si es que aprendió algo, o sigue pensando que los problemas los causan los demás, la “contra” que siempre quiere perjudicarla. Y tampoco está para nada claro, qué piensa al respecto nuestro actual presidente, si es que piensa en el asunto. Y qué orientación planea darle, ahora que todos o casi todos los peronistas se han unido detrás suyo, para que lo intente de nuevo.

Aprovechando esa incertidumbre, Miguel Ángel Pichetto afirmó que Alberto no preside en verdad un gobierno peronista, si no uno “clasista”: de ahí la pretensión de cargar no solo de impuestos, sino también de culpas, a los ricos.

Pichetto quiere rescatar la tradición peronista, sea lo que sea que ella signifique, del olvido, fundando un nuevo partido. Puede que eso a AF lo tenga sin cuidado. Pero deberá en los hechos demostrar que Pichetto se equivoca. Y la situación no es tan fácil, porque lo que él plantea con amabilidad y moderación, “sean solidarios, aporten un poco más”, da pie para que muchos de sus socios saquen a relucir sus más duros sentimientos hacia los ricos, y llamen, como hacía Lenin, a “saquear a los saqueadores”.

Y la cuestión no es solo la rigidez y virulencia de esos sentimientos, sino la ayuda que les presta un contexto de estancamiento que está por cumplir una década. Porque en una economía que no crece, distribuir solo puede significar sacarle a los que tienen para darle a los que no tienen, no hay otra.

El primer problema que surge en esas circunstancias de “juego de suma cero”, en que uno puede ganar solo a costa de los demás, es que las chances de soluciones cooperativas se reducen o desaparecen, y se estimulan los comportamientos extractivos y facciosos. Si Alberto cree todavía en la promesa de la concertación y las mesas de diálogo, es bueno que advierta por qué, tal vez sin darse cuenta, enfiló desde el vamos para el lado contrario.

La segunda dificultad es que, como los grupos de interés tienen un peso desigual en su gobierno, y en la toma de decisiones en general, los que son forzados a aportar más no siempre son los más ricos, ni los que menos invierten y arriesgan, ni los que reciben son los que más necesitan. Un caso alcanza para ilustrarlo: ubicar a los jubilados que ganan desde $20.000 entre los “que tienen que aportar más”, suspendiéndoles la actualización de sus haberes, al menos por ahora, y tal vez volviendo permanentes lo que eran pérdidas transitorias, y a los empleados públicos que ganan hasta $60000 entre quienes merecían aumentos de emergencia, no tiene explicación si no por lo que pesa cada grupo en la coalición oficial, y los gremios que los representan.

Y encima, Alberto, cuando sus socios se zarpan con argumentos discriminatorios del estilo “a los ricos hay que sacarles no sólo porque tienen, sino porque lo que tienen no lo merecen”, va atrás traduciéndolos en acciones: según su vice los porteños son derrochones, tiran manteca al techo y por culpa de ellos, La Matanza no tiene donde caerse muerta, así que tras cartón va el presidente y les saca parte de la coparticipación, para que aprendan y dejen de malgastar en plantitas.

En el fondo, “saquear a los saqueadores” es una idea compartida en buena parte del funcionariado oficial, incluso en el que vive más que bien. Esa comunión íntima quedó a la luz cuando Fernando “Chino” Navarro, secretario de relaciones parlamentarias de la Jefatura de Gabinete y en general destacado por su moderación y prudencia, se sintió en la necesidad de justificar a Bonafini: “yo no tengo enemigos en el marco de la democracia, tengo sectores con los cuales tengo diferencias, que creo que tienen una inmensa responsabilidad en lo que le ha pasado a la Argentina, no solo del 2015 en adelante, sino durante décadas. Lo que dice Hebe, aunque lo dice de una manera muy absoluta, es que los muy ricos tienen recursos a costa de los muy pobres. Ese es un fenómeno argentino y del mundo, porque ese es el capitalismo. La cuestión es cómo construir en ese esquema un sistema más equitativo. Para eso, los que más tienen podrán tener pero también deberán entender que deben ganar menos para que los que menos tienen puedan lograrlo… aparecen opositores muy férreos, lo sufrieron Cristina, Néstor, Alfonsín, Illia, Perón, Yrigoyen, son los sectores de poder, que tienen un poder que no se somete a elecciones, que tienen que ver con la concentración económica. Hoy pasa mucho por el poder financiero, por los grupos monopólicos”.

Atención “Chino”, Alberto y su gobierno no están precisamente perjudicando al sector financiero, no lo hizo nunca el kirchnerismo, ni a los monopolios de ningún tipo, con los que parece va a seguir llevándose muy bien, sino a los productores del campo y a los jubilados de más de 20.000. Que no es fácil enlistar entre los “sectores concentrados”. Sí en cambio entre las víctimas predilectas del peronismo progre, porque tienen menos poder de lobby y de retaliación que aquellos otros, y representan formas de integración económica que él no ha podido emular.

No hace falta ser un fanático de la conciliación de clases, de la armonía natural entre el capital y el trabajo y un negador de la explotación económica, como era Perón, para desconfiar de la solidaridad que promocionan Alberto y sus funcionarios. Basta con escuchar al uruguayo Lacalle Pou y sus tentadoras ofertas para atraer capital humano y físico de este lado del charco, y comparar. Porque ¿qué incentivo puede tener alguien para invertir un peso acá, si desde el poder me están diciendo que de sacar algún provecho al hacerlo va a ser jodiendo a los demás, volviéndome algo peor que un ladrón, que un corrupto? El desaliento impositivo termina siendo el menor de los problemas para quien está en la disyuntiva.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)