Artículos

27.08.13

El transformismo del peronismo

(Río Negro) Si hay un elemento central que explica la potencia –y, por consiguiente, el inmenso atractivo que el peronismo ha ejercido a lo largo de su historia– es la utilización facciosa del Estado y de todos sus recursos para obtener y retener el poder. De esta impúdica apropiación deriva todo su vigor. Al hacerse con los recursos públicos y desviarlos con fines partidistas, clausura o dificulta extremadamente la posibilidad de la alternancia.
Por Aleardo F. Laría

(Río Negro) Los resultados de las PASO, que han alumbrado el nacimiento de una nueva fuerza "renovadora", han modificado sustancialmente el panorama político en la Argentina. La mayoría de los analistas y actores políticos da por agotado el ciclo de ese ocupante transitorio del último piso del edificio peronista identificado como "kirchnerismo". Frente a un escenario futuro donde, según Kovadloff, "el peronismo derrotará al peronismo", los analistas han vuelto a reflexionar sobre la naturaleza de este ectoplasma político tan perturbador para los esquemas interpretativos tradicionales.

En los primeros años del peronismo los analistas buscaban afanosamente definir el peculiar movimiento por su perfil ideológico. De allí surgieron etiquetas como "fascismo" y otras más amables, como "tercermundismo" o "populismo". Pero, ante la ineficacia de utilizar los criterios topográficos tradicionales que sitúan a las fuerzas políticas "a la izquierda" o "a la derecha" de un centro imaginario, surgieron etiquetas más plásticas, casi literarias.

Luis Alberto Romero nos acaba de ofrecer una sabrosa asociación del fenómeno con el dogma cristiano de la Santísima Trinidad, dado que "el peronismo encierra el misterio de ser uno y muchos a la vez". Hace algún tiempo, Ricardo Sidicaro definió al peronismo como una "solución coloidal" en la que diversos elementos flotaban en un líquido sin llegar a tocarse. Natalio Botana sugirió que estamos ante un movimiento "transformista", que se va transformando de acuerdo con las circunstancias, pero unido alrededor de un argumento común: la apetencia hegemónica por conservar el poder bajo el pretexto de que es el gran movimiento inclusivo que abarca toda la Nación (y por lo tanto sólo deja afuera a la "antipatria").

Todas estas agudas caracterizaciones nos acercan al fenómeno, pero son todavía insuficientes para detectar cuál es el secreto de la supervivencia excepcional del peronismo, que ha conseguido sobreponerse a errores extremos que lo pusieron al borde de la desaparición. Recordemos algunos, como "el cinco por uno" del primer peronismo, el combo siniestro de Isabel, López Rega y las Tres A del segundo peronismo, el fundamentalismo de mercado del tercer peronismo liderado por Carlos Saúl Menem y este cuarto peronismo –que algunos justicialistas consideran "de cuarta"– donde el pragmatismo oportunista de Néstor Kirchner se ha visto sustituido paulatinamente por un doctrinarismo agresivo y tremendamente ineficaz de su cónyuge supérstite.

El peronismo, convengamos, ha sido en la Argentina la escalera oportunista para acceder al poder, probablemente por aquello que señalara Giulio Andreotti: el poder desgasta pero más desgasta no tenerlo. Desde hace tiempo conservadores como Vicente Solano Lima, radicales como Hortensio Quijano, comunistas como Carlos Heller y Martín Sabbatella, trotskistas como Jorge Abelardo Ramos y Ernesto Laclau, desarrollistas como Arturo Frondizi y muchos miles de variopintos seguidores de todos los colores que los imitaron descubrieron que el peronismo era un cómodo atajo para llegar a obtener una revitalizante cuota de poder.

Muchos de los que en una primera etapa se acercaron a Néstor Kirchner, ilusionados con la esperanza de que iban a dar lugar a la formación de un nuevo espacio transversal, superador del peronismo, pronto comprobaron cómo las necesidades de coyuntura lo llevaban a recostarse plenamente en el pejotismo tradicional. Esto explica también que algunos dirigentes del Frente Grande como Carlos "Chacho" Álvarez y Nilda Garré, que tiempo atrás habían conformado una alternativa de centroizquierda para superar al peronismo, al naufragar el nuevo proyecto alternativo terminaron abrevando nuevamente en las aguas nutricias del peronismo.

Si hay un elemento central que explica la potencia –y, por consiguiente, el inmenso atractivo que el peronismo ha ejercido a lo largo de su historia– es la utilización facciosa del Estado y de todos sus recursos para obtener y retener el poder. De esta impúdica apropiación deriva todo su vigor. Al hacerse con los recursos públicos y desviarlos con fines partidistas, clausura o dificulta extremadamente la posibilidad de la alternancia. Cabe añadir que el uso desenfadado de los recursos públicos con fines facciosos es una práctica que en la literatura política se conoce como spoil system (sistema de expolio) y que fue abandonada por todos los países que completaron su proceso de modernización a principios del siglo pasado.

Si este diagnóstico es acertado, el peronismo desaparecerá cuando se acabe con el spoil system, es decir, cuando todas las fuerzas políticas –incluidas las que surjan del tronco peronista– sellen un acuerdo que impida que el Estado se ponga al servicio de una facción política. De allí que la demanda de profesionalización del Estado sea una cuestión estratégica que, mientras siga sin resolverse, mantendrá a la Argentina atada al atraso y al subdesarrollo.

El nuevo movimiento político que lidera Sergio Massa se presenta como "renovador". Se trata de un equipo joven, sub-40, que aparentemente posee diagnósticos acertados sobre los problemas que afectan a la Argentina. Aunque aún es prematuro afirmarlo, tiene enormes posibilidades de conducir a un grueso sector del peronismo a confluir con otras fuerzas políticas y dar origen a una coalición moderna, transversal, que ya no podrá ni necesitará denominarse "peronismo". De este modo, tal vez sin proponérselo, por simple necesidad pragmática, podría contribuir decisivamente a diluir al peronismo.

La cuestión clave, el desiderátum, es si la nueva formación renuncia a esa pretensión anacrónica de que un partido se considere el representante de la totalidad de la Nación, con derecho a convertir el Estado en un simple brazo ejecutor de sus políticas. Es muy pronto para saber el sendero que transitarán Massa y su Frente Renovador. Pero lo que sí sabemos es cuáles son los nudos que tendría que desatar o cortar un partido que fuera auténticamente renovador.

Fuente: Río Negro on line (Pcia. Río Negro, Argentina)