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08.04.20

Alberto Fernández se abraza a la cuarentena como su tabla de salvación

(TN) El Gobierno busca relajar y endurecer la cuarentena al mismo tiempo, alarmado por las muchas señales de que el acatamiento decae y no es tan seguro que los contagios se puedan controlar.
Por Marcos Novaro

(TN) Alberto Fernández se disponía a relajar la cuarentena desde el próximo lunes. Pero advirtió que ella se venía relajando motu proprio desde hace días. Más precisamente, se venía desgranando, desordenando. Las colas en paradas de colectivos anticiparon la probable repetición de las escenas frente a los bancos la semana pasada.

En parte, por las presiones de una economía que no aguanta el congelamiento más allá de unos pocos días, y empuja a cada vez más gente, a muchos millones de personas a esta altura, a tomar riesgos para su salud con tal de comer.

En parte, porque el propio gobierno dio una señal de que no servía de nada, y después minimizó su error, en vez de corregirlo. Cuando mandó a cientos de miles de jubilados a hacer colas para cobrar les transmitió a los ciudadanos un mensaje por demás inoportuno e irresponsable: “esto es una joda, si nosotros desde el poder del Estado hacemos cualquiera y jugamos con la vida de los viejos, a ustedes, ciudadanos del llano, debería serles perdonado al menos jugar con la propia”.

En vez de hacer tronar el escarmiento (ese que hizo tronar sí, sin dudar, contra los “chetos” desacatados en los primeros días de la emergencia) en cabeza de sus funcionarios más ineptos, y mostrar que el énfasis en cuidarnos se restablecía, el gobierno descargó culpas en otros, los bancos, siempre candidatos fáciles para hacer de villanos, y pasó rápidamente a hablar de otra cosa.

Para peor, pasó a hablar de que llegaba el momento de relajar los cuidados. Así que una parte de la sociedad se le adelantó. Empezó a notarse desde entonces mucho más tránsito, más gente caminando por las calles, ya no sola si no incluso en parejas y grupos, haciendo cualquier cosa menos cosas “esenciales”. El colmo fueron las fotos que circularon en los medios de extensas colas para tomar colectivos en distintos puntos de Buenos Aires.

Hay que decir que también ayudó en este sentido la propaganda oficial según la cual “estamos ganando”, “achatamos la curva”, y “los contagios no crecen en la medida esperada”, que en este contexto no fortaleció la voluntad de persistir en el esfuerzo, más bien provocó lo contrario. Así como la emergencia de desacuerdos y conflictos en el seno del gobierno, respecto a qué hacer, cómo frenar el declive económico, y problemas más puntuales como el desastre frente a los bancos y los primeros dos casos de corrupción. Para peor, en Desarrollo Social y el PAMI. Nada menos oportuno.

En conjunto, tanto su aparente éxito sanitario, como sus crecientes dificultades políticas, volvieron al vértice oficial crecientemente incapaz de sostener la cohesión que había logrado en las primeras semanas, y lo mostraron tan desorientado y sumido en disputas internas como en sus primeros meses.

En este clima, lógicamente, le iba a costar proponer un nuevo criterio de cuidado, más selectivo, enfocado en las situaciones de riesgo, y corría el riesgo de perder del todo el control; en vez de un orden más relajado y selectivo, la instalación del desorden. Así que decidió volver a endurecer la cuarentena en vez de relajarla: anunció controles “más estrictos” sobre el movimiento de personas y solo unas pocas nuevas actividades permitidas. En suma, hizo de la cuarentena el principio de su propio sostenimiento y la vía para mantener un mínimo orden social. La volvió su tabla de salvación.

¿Va a funcionar?

¿Gana tiempo para recuperar cohesión y estar mejor preparado para el descongelamiento dentro de unos días? ¿O enfrentará una creciente desobediencia social y agravará las ya dramáticas dificultades económicas? Todo depende de si logra en el ínterin hacerse de los instrumentos para una gestión más selectiva y fina de los movimientos de la población, multiplica los testeos, distribuye barbijos, mapea la progresión de los contagios; y si recobra el liderazgo interno, la confianza pública y el diálogo con la oposición.

Aunque por ahora, nada hace pensar que vaya a abandonar la incorrecta medición del volumen y distribución de los contagios, en que incurrió más por ineficacia que por intención, probablemente, y quitó también hierro a la cuarentena demasiado pronto, antes de que estuviera listo un plan para relajarla ordenadamente.

Tampoco está claro qué nuevas actividades se descongelarán: se habla de algunas industrias, la obra pública, puede que algunos servicios; pero ¿qué sucederá con la construcción privada, con el comercio, los servicios profesionales? No se sabe. La tensión entre la necesidad imperiosa de dar buenas noticias a una economía que sufre caídas abruptas en los niveles de actividad, la recaudación de impuestos en todos los niveles de gobierno, las cadenas de pago seriamente amenazadas y el control sanitario se ha vuelto dramática y cada vez es más difícil de resolver.

Mucho más difícil que empezar una guerra es sostener el esfuerzo bélico.

Igual que sucede con los contagios, tampoco tenemos datos precisos sobre estos problemas económicos. Por lo que es muy probable que se termine actuando sin guía para orientar el descongelamiento, la asistencia y las medidas reparadoras, sin plan. Pero al menos se sabe y reconoce públicamente que la situación es ya dramática: al respecto no aplica el “vamos ganando”. Así que aunque se puede terminar asistiendo o habilitando no al que más necesita sino al que es más afín o grita más fuerte, al menos se atiende la situación.

El problema más grave no es que las decisiones sean indiscriminadas o discriminen mal, sino que no se sabe tampoco cómo mantener bajo control las actividades más “peligrosas”. Como son los casos, entre otros, del transporte y el pequeño comercio. ¿Estamos en condiciones de evitar que en cada línea de colectivos, estación de subte o de tren suburbano se repitan las escenas que vimos estos días en algunas paradas, y causaron desesperación la semana pasada frente a los bancos? Encima respecto al pequeño comercio en vez de preverse un control razonable de los cuidados sanitarios, se propone un absurdo control municipal de los precios.

A esta altura no debería caber ninguna duda de que la disputa que realmente importa no es, nunca fue, si el Estado tiene o no que ocuparse de situaciones de emergencia, eso nadie lo discute, sino cómo desarrollar las capacidades esenciales necesarias para que pueda hacerlo bien. Eso es lo que el actual gobierno no está pensando ni organizando, entusiasmado con pelearse con tigres de papel “antiestatistas” que nunca podrían devolverle los golpes, porque básicamente solo existen en su imaginación. Y como vive encandilado con triunfar en una batalla imaginaria e inexistente, no le presta mayor atención a la tarea de reunir los recursos mínimos para siquiera hacer medianamente bien lo más urgente e indispensable.

Encandilado con obtener un triunfo ideológico de la comprobación ciudadana de que en situaciones extremas dependemos del Estado para sobrevivir, y aprovechar la situación para convertir ese dato in extremis en la situación normal e insuperable de los argentinos, ahora y para siempre, una licencia para hacer y deshacer a voluntad desde el poder, modificando las reglas de juego en detrimento de los derechos y libertades de todos los demás, el gobierno se mete en más y más problemas. No avanza tanto hacia el autoritarismo como hacia el ridículo.

Lo vemos también en su insólito esfuerzo por ganar otra batalla ideológica, una que espera le permita librarse de toda responsabilidad por la inflación.

Según las autoridades, está probado que la emisión monetaria descontrolada es lo más normal del mundo, y que no tiene ninguna contraindicación, por ejemplo inflacionaria. Así que si hay más inflación de la que había antes tiene que ser culpa de alguien más: los empresarios, en particular los “formadores de precios”, pero también los comercios de cercanía. Con lo que va a fomentar una ola de conflictos entre inspectores municipales, consumidores y pequeños empresarios ya al borde de la quiebra (por decisiones previas del propio gobierno) que difícilmente termine bien.

Si la apertura de los comercios se hace en este contexto, el problema menos grave que vamos a tener es a miles de empleados municipales pidiendo coimas, o actuando caprichosamente según su buen saber y entender a la hora de labrar actas o cerrar locales. Puede que las amenazas de clausura vayan acompañadas o legitimen intentos de saqueo, o disparen reacciones violentas de los comerciantes afectados, y entonces descubramos lo tranquila que era nuestra vida en común cuando nos quejábamos de la grieta.

Las chances de que iniciativas como esas terminen bien van disminuyendo a medida que el gobierno se engolosina más y más con metas a la vez inalcanzables y mezquinas, como es la de sacar ventajas facciosas de la situación de emergencia, y pruebas contundentes de que el “modelo peronista” es validado por la situación.

Todo se está volviendo más complicado en los días que corren, finalmente, porque mucho más difícil que empezar una guerra es sostener el esfuerzo bélico, y más difícil aún es hacerlo hasta ganar la pelea. La cuarentena general era algo burdo y de trazo grueso: “nadie sale de su casa”, no hay nada que discutir. Hasta un Estado torpe e ineficiente podía medianamente garantizarla.

Un relajamiento bien administrado y una cuarentena selectiva son cosas muy distintas, mucho más complejas. Exigen, para empezar, muchos más testeos y mucha más destreza quirúrgica en identificar focos y cadenas de contagio, requiere supervisar actividades específicas con criterios diferenciados. Administrar bien las condiciones en que funciona, por ejemplo, el transporte público. Supervisar el respeto de las buenas prácticas en los lugares de trabajo, y sobre todo donde se atiende gente. No es claro que el gobierno esté en condiciones de garantizar nada de esto. En parte, porque los recursos estatales con que cuenta son insuficientes. Pero también porque los que tiene los usa mal. Por ejemplo, manda a cientos de funcionarios a controlar precios a almacenes y verdulerías, en vez de a fiscalizar que se respeten las normas sanitarias. Y porque les suma sus propias ineficiencias: por falta de coordinación, por sesgo ideológico, por aprovechamiento particularista o afán personalista.

Ea Argentina y el caso israelí

Israel está en una etapa de la epidemia muy similar a la nuestra. Y está relajando la cuarentena más o menos al mismo tiempo. Antes de hacerlo se esmeró en llegar al nivel “ideal” de testeo. ¿Cuál es, en opinión del gobierno israelí? 30.000 tests diarios. Y se lamentan de las dificultades para alcanzarlo.

Nosotros estamos haciendo no se sabe cuántos por día, porque no se informa, y no se sabe si es porque no hay suficientes reactivos, porque no se compraron a tiempo, porque se ahorran para cuando llegue el pico de contagios, o porque están los tests pero no los hisopos adecuados, o porque se quiere achatar la curva a la fuerza. Con el agravante de que los israelíes están dejando atrás el invierno, nosotros nos acercamos a él.

Y lo cierto es que seguimos usando un criterio de “caso sospechoso” que es muy sospechoso.

A convivientes de enfermos internados no se los testea. Ni siquiera se les dan instrucciones especiales para que se aíslen totalmente, dado que es casi seguro que se han contagiado y son posibles transmisores. Y tampoco se rastrea su evolución. Si contagian o no a otros es su propia decisión. A quienes llaman con síntomas al 107 no los atiende un médico a menos que tengan un cuadro grave, y ni siquiera se les toman los datos para hacer un seguimiento. El testeo está desde el vamos descartado. Tenés que tener síntomas de neumonía avanzada para que te deriven con un médico. A los médicos, a su vez, tampoco se los testea, salvo que tengan síntomas evidentes. No se cuida ni siquiera a quienes nos cuidan, y pueden estar al mismo tiempo contagiándonos porque no sabemos cuántos de ellos están a su vez enfermos.

¿Se puede esperar en este contexto que el descongelamiento, que aunque el gobierno quiera retrasar igual se va a producir, no nos meta en más problemas, tanto económicos y sociales como sanitarios? ¿No estamos corriendo demasiados riesgos en manos de un gobierno y un Estado que lucen muy poco preparados para la creciente complejidad de la emergencia que enfrentan? ¿No convendría acaso que el relajamiento y reendurecimiento simultáneos vengan acompañados de un replanteo más general sobre el método escogido para tomar decisiones y llevarlas a cabo, y tal vez de al menos algunos de los responsables de hacerlo?

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)

En este clima, lógicamente, le iba a costar proponer un nuevo criterio de cuidado, más selectivo, enfocado en las situaciones de riesgo, y corría el riesgo de perder del todo el control; en vez de un orden más relajado y selectivo, la instalación del desorden. Así que decidió volver a endurecer la cuarentena en vez de relajarla: anunció controles “más estrictos” sobre el movimiento de personas y solo unas pocas nuevas actividades permitidas. En suma, hizo de la cuarentena el principio de su propio sostenimiento y la vía para mantener un mínimo orden social. La volvió su tabla de salvación.

¿Va a funcionar?

¿Gana tiempo para recuperar cohesión y estar mejor preparado para el descongelamiento dentro de unos días? ¿O enfrentará una creciente desobediencia social y agravará las ya dramáticas dificultades económicas? Todo depende de si logra en el ínterin hacerse de los instrumentos para una gestión más selectiva y fina de los movimientos de la población, multiplica los testeos, distribuye barbijos, mapea la progresión de los contagios; y si recobra el liderazgo interno, la confianza pública y el diálogo con la oposición.

Aunque por ahora, nada hace pensar que vaya a abandonar la incorrecta medición del volumen y distribución de los contagios, en que incurrió más por ineficacia que por intención, probablemente, y quitó también hierro a la cuarentena demasiado pronto, antes de que estuviera listo un plan para relajarla ordenadamente.