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12.10.18

Ahora, encima el Gobierno hace kirchnerismo cultural

(TN) Como la Jefatura de Gabinete en los últimos tiempos tiene mucho menos que hacer, parece decidida a meterse en camisa de once varas, haciendo cosas que no debería ni intentar.
Por Marcos Novaro

(TN) La última de esas cosas es pretender organizar una escuadra cultural propia, a imagen y semejanza de las que poblaron el escenario artístico e intelectual en época de los Kirchner, y que todavía activan aquí y allá despotricando contra su sucesor. Mala idea. Por algo hay pocos militantes macristas en esas esferas: ese no es un déficit sino una ventaja que deberían aprovechar mejor desde el oficialismo, en vez de tratar de convertir el agua en vino.

Hasta hace poco, los funcionarios macristas repetían el mantra de que “el cambio viene desde abajo”. Acompañado de explicaciones del estilo: “es la sociedad la que impulsa este proceso y nosotros somos apenas su ocasional y parcial instrumento”. Había algo de exageración o impostación en ese societalismo del cambio, pero algún sentido tenía: nuestro aparato estatal puede hacer pocas cosas, y hacer bien, aún menos; así que no tiene sentido pretender que sea el factótum, el motor exclusivo de todo lo que se desea que cambie en el país para que su economía y sus instituciones funcionen un poco mejor; confiemos en que la gente elabore las cosas a su ritmo y a su manera, sin pretender monopolizar la escena, los discursos ni las iniciativas. Como hacía, justamente, en todo momento y en todos los asuntos, el gobierno anterior.

Esto tenía un reflejo bien claro y directo en el modo en que se encaraba la llamada “batalla cultural”. En la cual, para empezar, se relativizaba la importancia de lo que piensa y dice la llamada “gente de la cultura”, los artistas e intelectuales, frente al modo en que por su cuenta la gente del llano decodifica lo que se piensa y dice de lo que sucede. Contra la exagerada visión que esa “gente de la cultura” tiende a adoptar de su propio rol, hay muchísima evidencia, procedente de distintos lugares del mundo, sobre lo poco que ella suele influir en el público de carne y hueso. Porque a este puede gustarle ver actuar a los actores y leer a los autores, pero no le interesa tanto saber si a ellos les gusta o no les gusta el presidente, o el FMI o la mar en coche de la política del momento.

Y bien que hizo. Porque el otro rasgo de un proyecto político mínimamente liberal es que no estimula en la gente de la cultura, como tampoco en el resto del universo social, el comportamiento militante ni mucho menos el espíritu de escuadra o cruzada. Aunque quisieran, desde Cambiemos no iban a poder formar algo parecido a Carta Abierta, o las orgas de artistas o científicos religiosamente devotos de CFK. Y eso hablaba bien de ellos, no de una falencia. Les convenía confiar en el trabajo sutil, ambiguo pero, a la larga, mucho más productivo de miles de personas dispersas en esas esferas, celosas de su autonomía y de cultivar infinidad de matices a la hora de expresar su eventual simpatía, acuerdo, desacuerdo, indefinición o simple interrogación frente a las políticas oficiales.

Sin embargo, algo de eso parece haber cambiado, y para mal, en el último tiempo. Y la evidencia final (la primera había sido la intentona de apropiarse del ocurrente “queremos flan” de Alfredo Casero, una muestra ya preocupante de lo desesperado que está el equipo de comunicación oficial por comunicar algo desde que se le quemaron los papeles con la crisis cambiaria) la brindó un insólito acto de “movilización político-cultural” realizado en un teatro de Buenos Aires esta semana, en el que la Secretaría de Cultura, con el pleno de la Jefatura de Gabinete y su gente detrás, presentaron sus “ideas para el cambio cultural”. En el acto no se sabe muy bien qué pasó porque la prensa fue excluida, ya de por sí un gesto algo equívoco para dar la batalla que se pretende, pero sí se sabe que hablaron funcionarios y políticos, más que intelectuales ni artistas. Salvo Jaime Durán Barba.

Porque la oposición va a festejarlo, entusiasmada como está cada vez que él mete la pata como intelectual público, algo que muy bien no se le da. La última fue hace pocos días, por un artículo de Perfil en que el asesor se dedicaba a despotricar contra los votantes de Cristina por la supuesta renuencia a respetar las leyes que los caracterizaría. En suma, kirchnerismo cultural puro y duro. En el Gobierno, tuvieron que aclarar por enésima vez que esa no es su forma de pensar. Pero el daño ya estaba hecho.

¿En serio la Secretaría de Cultura dedicará horas de trabajo y recursos públicos a organizar reuniones militantes como la del otro día? ¿En qué se diferencia de la Coordinación del Pensamiento Nacional que pretendía hacer Foster y su grupete de amigos? Se suponía que respetar la función pública y separar el gobierno del Estado era una de las batallas culturales a librar. ¿Ya la abandonaron? No está mal trazar una frontera, fidelizar a quienes adhieren al proyecto, pero el camino escogido no parece ser el correcto y puede tener, incluso, efectos contraproducentes en esa misma gente.

Lo peor es que nada de todo esto hace falta, porque está lejos de ser cierto, como en el Ejecutivo tienden a creer, que sus ideas estén perdiendo encarnadura en la sociedad. Más bien al contrario, la amplia tolerancia al ajuste en curso revela que la mayoría acomodó sus expectativas con los criterios de que las cosas no son gratis, las reglas de la economía hay que respetarlas y no hay opciones mágicas. ¿Entonces, por qué estas iniciativas desencaminadas porque a algunos funcionarios les cuesta acomodar sus propias expectativas a un contexto más exigente y que les ofrece menos protagonismo? Por suerte, en la reunión mencionada estuvo Facundo Suárez Lastra y recordó que una cosa es hacer campaña y otra gobernar. Ojalá, de una buena vez, esa diferencia sea reconocida en el Ejecutivo.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)