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27.07.08

La derrota del campo popular

En estos 125 días se vio, de un lado, al "campo popular", con su aparato, sus orgas, su dinero de fuentes inconfensables; del otro, a la "oligarquía"...acompañada por una abrumadora mayoría de la sociedad. La puja no es tanto entre pobres y ricos, sino entre sectores modernos e integrados al mundo y sectores de baja eficiencia e innovación.
Por Pablo Díaz de Brito

El largo episodio cerrado con el voto de Cobos sirve para demoler la mitología del "campo popular", que propalan minorías presuntamente ilustradas, y militantes a sueldo. Porque en todo este asunto se vio y demostró que las mayorías sociales estaban en otro lado: del otro lado, para ser precisos. En el acto de Palermo, en el de Rosario. Estas mayorías son esas clases medias urbanas y rurales que cita Lilita como modelo a seguir.

Este dato, fácilmente comprobable y corroborable, debería terminar de una vez con la débil mitología del "campo popular", la que, sin embargo, persistirá. Pero de todos modos salió muy magullada de esta larga puja de 125 días. En efecto, se demostró su falacia una y otra vez en los actos que mandaba organizar Néstor K, y que perdía por goleada con los que armaba la "oligarquía". O sea, con los de esa mayoría social.

En estos 125 días se vio, de un lado, al "campo popular", con su aparato, sus orgas, su dinero de fuentes inconfensables; del otro, a la "oligarquía"...acompañada por una abrumadora mayoría de la sociedad.

Pero, ¿qué es, en definitiva, ese bendito campo popularr? Un abanico de "organizaciones sociales", como la FTV de D'Elía, Barrios de Pie, Libres del Sur, la JP La Cámpora de Kirchner Jr. Es decir, "orgas" sustentadas ilícitamente con fondos públicos. Luego están la intelectualidad del tipo Grupo Gandhi, y los que, medianamente intelectualizados, siguen, todavía, leyendo y formando su opinión en base al crepuscular Página 12. No se debe olvidar de sumar a los organismos de DDHH, como las Madres de Hebe de Bonafini.

En resumen: el campo popular es una minoría. Siempre lo fue. Eso sí, muy activa, y que en el período K logró una alta exposición mediática, a la vez que aumentaba su poder económico y político de manera exponencial, gracias a su vínculo orgánico con el matrimonio presidencial. Según la visión de este mundillo, si sectores mayoritarios de la clase media se posicionaron junto al agro y contra las retenciones de la 125, fue porque confunden sus intereses, porque se "comen la galletita", según la fina metáfora usada en Canal 7 por el periodista Eduardo Aliverti para ningunear al masivo acto de Palermo.

La arrogancia enfermiza de este sector hace que crea que, efectivamente, millones de personas se dejan llevar de las narices por los medios para actuar y optar repetidamente contra sus propios intereses. El campo popular cree, entonces, que si es una minoría selecta y frustrada se debe únicamente a que las mayorías son un hato de idiotas que se manipulan groseramente con los mass-media del "capital concentrado". Un enorme disparate, pero es la única manera de eludir la realidad social que los rechazó, una vez más, en este conflicto.

Porque una elemental sociología les indicaría claramente que hay, efectivamente, un bloque social mayoritario que ha tomado conciencia de sus intereses comunes gracias al conflicto que estalló el 11 de marzo; y que vio cómo se saqueaba a las provincias agrícolas y agro-industriales en las que viven. Primero, fueron los pueblos y pequeñas ciudades directamente ligadas al campo. Luego, los grandes centros urbanos de la zona centro: Rosario y Buenos Aires, pero también Córdoba, donde no hubo acto de masas pero claramente su sociedad estuvo contra la 125 desde el inicio. Este amplio sector social y geográfico se dio cuenta que el dinero que le sacan y el que pretendían sacarle no va ni irá nunca a "redistribuir", sino para hacer: a) multimillonarios negocios oscuros con los fondos públicos (el Tren Bala) y b) sustentar el aparato clientelar del Conurbano y de otros distritos crónicamente pobres (Formosa, Tucumán, etc). Y todos, aún los necios del Grupo Gandhi, saben que hacer política clientelar es lo opuesto a redistribuir; y que el aparato clientelar de Balestrini y Curto no es un mecanismo de redistribución de la riqueza y sí de perpetuación perversa de la miseria.

Desmontado así el mito precario del campo popular conviene subrayar que las divisiones sociales existen, y cómo. Es bueno destacarlo, porque en la lucha dialéctica con el kirchnerismo se tendió demasiado a negar las divisiones existentes en nombre de la unidad nacional. Lo que ocurre es que el Estado no debe agudizar esas divisiones y hacer politica de confrontación con ellas, como hizo irresponsablemente el kirchnerismo, sino todo lo contrario, armonizar la convivencia de esas diversidades sociales. En este caso resultó evidente que la parte más moderna y dinámica, la más integrada a los mercados internacionales, la que más tecnología pone en su producción, fue tomada como blanco y enemigo por el gobierno K. La puja por el ingreso agropecuario puso así de un lado al sector de mayor productividad y competitividad de la Argentina. Del otro, al suburbio bonaerense que, se supone, es el beneficiario de ese trasvasamiento de riqueza. En todo caso, este sector social es de baja o nula capacidad de innovación económico-tecnológica.

Así, la puja no es tanto entre pobres y ricos, sino entre sectores modernos e integrados al mundo y sectores de baja eficiencia e innovación (el mundo económico del Conurbano, hecho de pequeñas industrias precarias y de servicios impresentables del Cuarto mundo). La división existe, es real y no sólo retórica, y el conflicto tiene así su razón de ser, aunque el modo de plantearlo, desde el Estado y el poder político central, fue, como se dijo, el opuesto al correcto.

Pablo Díaz de Brito es periodista.