
EL MITO DE LAS OBRAS PÚBLICAS
Los políticos paraguayos retrasan las reformas y privatizaciones que el país necesita urgentemente por que siguen obsesionados con la vieja y peregrina idea que es posible reactivar la economía y crear empleos mediante el gasto estatal y las obras públicas.Por Porfirio Cristaldo Ayala
Los políticos paraguayos retrasan las reformas y privatizaciones que el país necesita urgentemente por que siguen obsesionados con la vieja y peregrina idea que es posible reactivar la economía y crear empleos mediante el gasto estatal y las obras públicas. Nada más lejos de la realidad. Si eso fuera cierto ya no habría en el mundo un país con recesión o desempleo. Los gobiernos no pueden crear empleos ni impulsar el crecimiento económico.
En todas partes, el engaño de las obras públicas se nutre en el hecho que los gobiernos, aún en países pobres, aparentan tener recursos inagotables. En Paraguay, el gobierno está en quiebra, no paga la deuda externa y a duras penas consigue abonar los salarios de sus empleados. Los gobernantes, legisladores y jueces, sin embargo, viven en la abundancia, tienen sueldos millonarios, vehículos lujosos, se construyen mansiones y planean construir grandes obras públicas. Si ya es difícil creer que toda la opulencia y despilfarro del Estado se costean con el trabajo cotidiano de la gente común, incluso de los muy pobres, es mucho más difícil imaginar que un gobierno está en bancarrota.
Pese a la abundancia y el derroche estatal, es fundamental entender que los gobiernos no tienen dinero propio ni producen riqueza alguna, y que todo el dinero que gastan o invierten es dinero que contribuyen las personas con sus impuestos. La gente que financia las obras públicas con sus impuestos es la misma que paga las deudas que contrae el gobierno con los bancos foráneos y que carga con el impuesto inflacionario cuando el Banco Central imprime dinero espurio para completar los fondos que Hacienda precisa para el pago de los salarios y jubilaciones del sector público.
El dinero que gasta el gobierno en salarios y obras públicas es el mismo dinero que la gente habría gastado en la compra de alimentos, vestimentas, vivienda, si el gobierno no lo hubiera gastado. La actividad económica que origina el gasto público no es diferente a la actividad que origina el gasto privado. Cada guaraní que se gasta en obras públicas es un guaraní menos que tiene la gente para gastar. Y cada empleo que genera la inversión estatal es un empleo menos que genera el gasto privado. La diferencia radica en que en el gasto privado no se despilfarra en prebendarismo, clientelismo y corrupción.
El dictador Stroessner prometía construir puentes para crear empleos. Y cuando terminen los ríos – decía – construiremos más ríos. De poco habría servido explicarle que los mismos empleos que se crean en la construcción de puentes, se pierden en el sector privado. Stroessner no era diferente a los políticos de hoy que pretenden reactivar las economías y crear empleos con las obras públicas. El tirano estaba convencido que él sabía en qué gastar el dinero de la gente, mejor que la propia gente.
Las obras públicas que hizo Stroessner al igual que los aeropuertos abandonados de Wasmosy, enriquecieron a los grupos de poder y crearon algunos empleos, pero empobrecieron a muchos. Los estatistas que muestran las obras como un triunfo de sus gobiernos, olvidan los alimentos, libros y medicinas que no se compraron, los cultivos que no se hicieron, los bienes que no se fabricaron, las viviendas que no se construyeron y los empleos que desaparecieron a causa de los impuestos arrancados a la gente. Los grandes monumentos se financian con el hambre y la pobreza de la gente.
Las obras públicas necesarias deben construirse. Pero cuando son realmente necesarias, estas obras pueden construirse licitando su concesión a empresas privadas que recuperan su inversión mediante el cobro a los usuarios de un peaje. No es necesario que el gobierno financie las obras distrayendo los escasos recursos del Tesoro de las inversiones esenciales en salud, educación y seguridad pública. Además, ¿qué sentido de justicia tiene, por ejemplo, que el gobierno financie con fondos públicos la construcción de un costoso aeropuerto que gran parte de la población nunca lo utilizará?
En realidad es imposible lograr el aumento del empleo y la prosperidad económica haciendo obras públicas. Para reactivar las economías y crear empleos con celeridad los gobiernos no deben hacer obras, sino crear las condiciones favorables a la inversión y producción privada, tales como la rigurosa protección de la propiedad, la supresión del mercado negro y la corrupción, la reforma del Estado, la reducción del gasto público y los impuestos, y liberalización de la economía.
Los políticos paraguayos retrasan las reformas y privatizaciones que el país necesita urgentemente por que siguen obsesionados con la vieja y peregrina idea que es posible reactivar la economía y crear empleos mediante el gasto estatal y las obras públicas. Nada más lejos de la realidad. Si eso fuera cierto ya no habría en el mundo un país con recesión o desempleo. Los gobiernos no pueden crear empleos ni impulsar el crecimiento económico.
En todas partes, el engaño de las obras públicas se nutre en el hecho que los gobiernos, aún en países pobres, aparentan tener recursos inagotables. En Paraguay, el gobierno está en quiebra, no paga la deuda externa y a duras penas consigue abonar los salarios de sus empleados. Los gobernantes, legisladores y jueces, sin embargo, viven en la abundancia, tienen sueldos millonarios, vehículos lujosos, se construyen mansiones y planean construir grandes obras públicas. Si ya es difícil creer que toda la opulencia y despilfarro del Estado se costean con el trabajo cotidiano de la gente común, incluso de los muy pobres, es mucho más difícil imaginar que un gobierno está en bancarrota.
Pese a la abundancia y el derroche estatal, es fundamental entender que los gobiernos no tienen dinero propio ni producen riqueza alguna, y que todo el dinero que gastan o invierten es dinero que contribuyen las personas con sus impuestos. La gente que financia las obras públicas con sus impuestos es la misma que paga las deudas que contrae el gobierno con los bancos foráneos y que carga con el impuesto inflacionario cuando el Banco Central imprime dinero espurio para completar los fondos que Hacienda precisa para el pago de los salarios y jubilaciones del sector público.
El dinero que gasta el gobierno en salarios y obras públicas es el mismo dinero que la gente habría gastado en la compra de alimentos, vestimentas, vivienda, si el gobierno no lo hubiera gastado. La actividad económica que origina el gasto público no es diferente a la actividad que origina el gasto privado. Cada guaraní que se gasta en obras públicas es un guaraní menos que tiene la gente para gastar. Y cada empleo que genera la inversión estatal es un empleo menos que genera el gasto privado. La diferencia radica en que en el gasto privado no se despilfarra en prebendarismo, clientelismo y corrupción.
El dictador Stroessner prometía construir puentes para crear empleos. Y cuando terminen los ríos – decía – construiremos más ríos. De poco habría servido explicarle que los mismos empleos que se crean en la construcción de puentes, se pierden en el sector privado. Stroessner no era diferente a los políticos de hoy que pretenden reactivar las economías y crear empleos con las obras públicas. El tirano estaba convencido que él sabía en qué gastar el dinero de la gente, mejor que la propia gente.
Las obras públicas que hizo Stroessner al igual que los aeropuertos abandonados de Wasmosy, enriquecieron a los grupos de poder y crearon algunos empleos, pero empobrecieron a muchos. Los estatistas que muestran las obras como un triunfo de sus gobiernos, olvidan los alimentos, libros y medicinas que no se compraron, los cultivos que no se hicieron, los bienes que no se fabricaron, las viviendas que no se construyeron y los empleos que desaparecieron a causa de los impuestos arrancados a la gente. Los grandes monumentos se financian con el hambre y la pobreza de la gente.
Las obras públicas necesarias deben construirse. Pero cuando son realmente necesarias, estas obras pueden construirse licitando su concesión a empresas privadas que recuperan su inversión mediante el cobro a los usuarios de un peaje. No es necesario que el gobierno financie las obras distrayendo los escasos recursos del Tesoro de las inversiones esenciales en salud, educación y seguridad pública. Además, ¿qué sentido de justicia tiene, por ejemplo, que el gobierno financie con fondos públicos la construcción de un costoso aeropuerto que gran parte de la población nunca lo utilizará?
En realidad es imposible lograr el aumento del empleo y la prosperidad económica haciendo obras públicas. Para reactivar las economías y crear empleos con celeridad los gobiernos no deben hacer obras, sino crear las condiciones favorables a la inversión y producción privada, tales como la rigurosa protección de la propiedad, la supresión del mercado negro y la corrupción, la reforma del Estado, la reducción del gasto público y los impuestos, y liberalización de la economía.