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31.05.09

Venezuela: de la democracia plebiscitaria a la dictadura plebiscitada

Quienes abiertamente o a media voz apoyan desde la Argentina el proceso chavista deberían no detenerse en alabar la nacionalización de Techint, o más en general las estatizaciones. Deberían extender su mirada -y su aprobación- a la eliminación del pluralismo político, informativo y económico que ha llegado a un extremo en Venezuela.
Por Pablo Díaz de Brito

El caso de Venezuela-Chávez, en su actual etapa de desarrollo, es emblemático de cómo se vuelve necesario, para un proyecto nacionalista autoritario, atacar todas las libertades, y ya no solamente la económica o de empresa. Porque no es mero capricho del caudillo poner en la mira a Globovisión, la última TV abierta independiente que queda en el país. Pero tampoco lo es la serie amplísima de estatizaciones que decidió en los últimos dos-tres años, tanto en servicios públicos como en industria básica. Quiere el caudillo monopolizar la economía, manejarla él. Necesita consecuentemente eliminar a la "burguesía", salvo su expresión marginal, la "boliburguesía", aventureros y arribistas al servicio de su régimen. Más, el orden de prioriades se invierte: nacionalizar industrias y servicios tiene como objeto principalísimo eliminar a la clase empresaria como sujeto. En el proyecto nacionalista autoritario no pueden convivir el caudillo y la "burguesía". A la vez, necesita Chávez, como el aire, terminar con el pluralismo informativo y suplantarlo con información monocolor. Necesita, en suma, crear un régimen centralizado, donde no quede pluralismo alguno. Necesita, entonces, eliminar de la democracia las características principales que la hacen una democracia liberal representativa. Las urnas son vistas en este proyecto en términos puramente plebiscitarios: se puede hablar, al inicio, de democracia plebiscitaria. Pero cuando el grado de eliminación del pluralismo político, informativo y económico ha llegado a un extremo, ya se debe hablar de dictadura plebiscitaria o, para ser precisos, plebiscitada. Claramente, Chávez ha dejado atrás el primer estadio y se acerca a grandes pasos al segundo.

Quienes abiertamente o a media voz apoyan desde la Argentina el proceso chavista deberían, por lo tanto, no detenerse en alabar la nacionalización de Techint, o más en general las estatizaciones. Deberían extender su mirada -y su aprobación- a los alumnos de primaria uniformados con las camisas rojas de la revolución bolivariana. Y preguntarse sinceramente si les gustaría ver a sus hijos uniformados y adoctrinados de ese modo. Porque, como se dijo y como se prueba todos los días en Venezuela, una cosa viene con la otra. No se puede decir, como en el restaurante, quiero el pollo pero no la salsa. El combo bolivariano incluye, cómo no, el delirio de los 4 días seguidos de Aló presidente. Que no es, como podría pensarse, mero folklore caribeño. Es demostración de poder, ante todo y para todos. También deberían sumar a su análisis, estos simpatizantes a distancia de seguridad, a los brutales grupos de choque chavistas, junto a los cuales los buenos muchachos de Moyano semejan monjitas de la caridad; y agregar el inminente ataque a la autonomía de las universidades, último foco institucional y cultural de resistencia al régimen y, dentro de no mucho tiempo, la intervención o cierre de los pocos medios gráficos nacionales independientes. Si nada de esto les molesta con tal de estatizar Techint y la mar en coche, entonces quedan probadas dos cosas en una: primera, que, claramente, tienen en muy alta consideración al Estado como empresario, y cabría preguntarles entonces en base a cuáles datos o resultados; y, segunda y mucho más importante, que no son demócratas.

Y a propósito del caso Techint: Chávez y el socialismo parasitario

El patrón que surge de las estatizaciones de Venezuela es muy claro: se toman unas compañias sanas y se utiliza esa eficiencia heredada para cubrir la intrínseca inoperancia estatal latinoamericana, al menos por unos años. Casi siempre se trata de empresas de servicios públicos que habían sido privatizadas en los 90, después de décadas de desmanejo y descapitalización. Así ocurrió con la eléctrica de Caracas, o las telefónicas como Cantv. En otros casos, se trata de actividades industriales que, también, pasaron de la órbita estatal a la privada hace unos 15 años y que ahora Chávez vuelve a tomar, una vez hecha la recapitalización y racionalización por los privados. Tal es el caso de Sidor, la enorme siderurgia de Techint confiscada en 2008. Una variante de esta conducta se da en las refinerías de crudos pesados de la Franja del Orinoco. Aquí no hubo reestatización. En los 90 las petroleras privadas iniciaron de cero esta actividad, dado que Pdvsa no tenía recursos tecnológicos para hacerlo. Se trata de refinerías que procesan crudos pesados y con alto contenido de azufre, de bajo valor, a los que Venezuela debe recurrir a medida que se le agotan los crudos livianos de mayor precio. Una vez instaladas las refinerías y ya trabajando a pleno régimen, Chávez las estatizó. El caudillo venezolano resulta así un gran beneficiario de la ola privatizadora de los 90: recoge sus frutos mientras maldice el árbol que los produjo.

Una conducta idéntica sigue adelante su pupilo Evo Morales. Basta revisar las nacionalizaciones del petróleo y gas para dar con el mismo patrón. Bolivia era un país con enorme potencial gasífero inexplorado antes de que las petroleras privadas extranjeras multiplicaran las reservas certificadas. Ahora Evo se queda con los resultados de años de exploración privada, que la estatal YPFB nunca hubiera podido realizar.

Se puede caracterizar a las nacionalizaciones de Chávez y Evo como literalmente parasitarias: no "levantan muertos", ciertamente, sino que se apropian de empresas sanas, de alta productividad y procesos eficientes. Al contrario, los que anteriormente levantaron muertos fueron los privados, que se hicieron cargo de mamotretos estatales tan generosos en sus sueldos y prebendas como carentes del menor sentido de la buena gestión. Ahora, sólo resta sentarse a ver cuánto tardarán las nuevamente nacionalizadas Sidor, Cantv, etc, en volver a ser aquellos elefantes blancos a cargo del contribuyente.