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03.10.10

¿Hubo o no intento de golpe de la derecha en Ecuador?

Más allá de que siempre resulta preferible errar por exceso y no por defecto ante movimientos de tropas acuarteladas en América latina, es claro que hubo un intento premeditado de utilizar la asonada policial para mostrar a una Unasur rápida de reflejos.
Por Pablo Díaz de Brito

En un país con dos golpes de Estado en los últimos diez años (pero originados en el otro extremo del espectro ideológico), la hipótesis no puede descartarse. El eje bolivariano liderado por Hugo Chávez promovió esta alternativa desde el primer minuto, incluso antes de tener alguna evidencia, porque su programa es polarizar contra la "oligarquía" y los Estados Unidos. Correa hace lo mismo para confrontar internamente, como un modo de fortalecerse, y porque pertenece al  mismo sector ideológico que Chávez.

En cualquier caso, una rebelión de agentes armados del Estado que secuestran nada menos que al presidente es un acto gravísimo, que debe generar alerta general, como efectivamente hubo en todo el continente. Ahora debe hacerse una investigación a fondo y darse una sanción ejemplar a los insurrectos.

Pero la pura facticidad nunca puede dejarse de lado en función de hipótesis a priori. Y al ir a ver los hechos, se juntan dos elementos explosivos que alejan la tesis de un golpe de la derecha: por un lado, una tropa policial acuartelada y en rebeldía por recortes de sus beneficios y privilegios. Eran policías rasos, gente sin formación, ni política ni de otro tipo, sin registro de la gravedad de lo que hacían. Y debemos recordar que actuaban en una sociedad, la ecuatoriana, en la que la acción directa está legitimada para todos los actores sociales. El otro elemento fatal fue la conducta del propio Correa, quien, en una imprudencia propia de su carácter fuerte pero incompatible con su cargo institucional, se presentó en el cuartel rebelde y les dio un reto a los policías. Los uniformados reaccionaron con el demencial secuestro del presidente.

Analistas locales críticos de Correa, como Martín Pallares, de El Comercio de Quito, desechan de plano la hipótesis golpista (para que haya un intento de golpe debe existir un "intento manifiesto de derrocar al presidente para reemplazarlo por alguien"), mientras otros recuerdan el modo unilateral de manejar la agenda parlamentaria de Correa, que veta todo lo que no le gusta, y amenaza incluso con disolver la Asamblea.

Por otro lado, un dato importante que muy pocos registraron es la actitud durante la crisis del poderoso movimiento indígena ecuatoriano. Este sector fue clave en el caótico proceso político que llevó al poder a Correa, derrocando en el camino a dos presidentes constitucionales (Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez), pero hoy está distanciado del mandatario. Los líderes indigenistas no dudaron en apoyar a los policías rebeldes y en reclamar incluso la renuncia de Correa. Parece claro que, de haberse detectado un serio conato de golpe de la derecha, hubieran cerrado filas con su ex aliado, más allá de sus actuales diferencias.

Por último, merece un párrafo propio la Unasur. Hubo allí, como en el eje bolivariano, un rápido diagnóstico: se trataba de un golpe de la derecha. Antes de partir hacia Quito, el inefable canciller argentino Héctor Timerman se despachó a gusto: "Fue un intento de golpe de Estado fallido", en el que confluyeron "intereses económicos y mediáticos". Al pie del avión, Timerman dijo también que "lo que comenzó en Honduras" en junio de 2009, "no terminó en Honduras. Ayer tuvimos una muestra más de ello. Lo que hubo en Ecuador es un golpe, no hay ninguna otra explicación", sentenció. La presidenta argentina también se explayó sobre la tesis golpista contra los "gobiernos progresistas" para frenar los avances sociales.

Más allá de que siempre resulta preferible errar por exceso y no por defecto ante movimientos de tropas acuarteladas en América latina, es claro que hubo un intento premeditado de utilizar la asonada policial para mostrar a una Unasur rápida de reflejos, que frenó "una nueva Honduras", en contraste con la lenta OEA dominada por los yankis. Y se lanzó al ruedo el fantasma del golpe para, una vez más, polarizar la competencia política de manera distorsionada, demonizando a "la derecha", ese monstruo siempre listo a dar golpes, manipular a la opinión pública a través de los medios de comunicación privados "monopólicos" y reprimir al "campo popular".

Pablo Díaz de Brito es periodista y analista de CADAL.