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27.06.11

Brasil en lugar de Suecia: El nuevo poder modelizador de los emergentes

En silencio, pero de manera firme, se ha producido en estos años de auge de los emergentes un desplazamiento o sustitución de modelos. Este hecho es particularmente visible en América latina, donde los vínculos histórico-culturales con Occidente son mucho más importantes que en los demás países en desarrollo. Así se ha mutado un modelo demasiado lejano e inalcanzable por otro más realista, más al alcance de la mano, pero al mismo tiempo se resignan para siempre esos valores que venían junto con el desarrollo pleno.
Por Pablo Díaz de Brito

El Brasil de Lula y Dilma, con su crecimiento con desarrollo social, pero también el país que sigue siendo el reino de las favelas dominadas por narcotraficantes y tiene un oscuro récord de corrupción estructural, es el nuevo modelo para el resto de América latina.

Brasil, miembro de la afamada familia de los BRIC, la élite de los países que ya no son llamados del Tercer mundo sino emergentes (jerga tomada de los mercados), es el exponente regional de este cambio de modelo o “paradigma” de desarrollo, que sustituye al que dominó durante décadas de manera indiscutida para los países en eterno desarrollo: las sociedades del Primer mundo, principalmente Estados Unidos y Europa Occidental.

En silencio, pero de manera firme, se ha producido en estos años de auge de los emergentes un desplazamiento o sustitución de modelos. Este hecho es particularmente visible en América latina, donde los vínculos histórico-culturales con Occidente son mucho más importantes que en los demás países en desarrollo.

Pero el cambio de modelo es universal. Ahí están los torrentes de tinta admirativos hacia China y Brasil para probar este viraje mental, este cambio de “imaginarios” colectivos, que se ha verificado en esta primera década de siglo XXI. La enorme diferencia de reacción ante la crisis mundial del 2008, con los desarrollados aún hoy postrados o creciendo con debilidad y China y los demás emergentes volviendo rápidamente a crecer a tasas superiores al 5%, corroboró esta sensación de que el modelo emergente ha superado definitivamente al tradicional de los países ricos. De pronto a estos se les encuentran todas las debilidades: endeudados, envejecidos, sin reflejos ni innovación, etc. El desplazamiento del G-7 por el G-20 es la expresión más visible en el plano de la diplomacia internacional de este cambio. Pero esto último no es novedad y es ampliamente analizado en publicaciones académicas. Acá se busca subrayar, no ya el conocido cambio de equilibrio de poderes, que reflejan tanto el G-20 como el G-2 (Estados Unidos y China), sino aquel trastocamiento subrepticio de modelos de desarrollo.

Así, se ensalza universalmente a China, pese a su enorme desorden urbano y su horrendo régimen policial, a sus masas campesinas miserables; a la India, porque crece en este momento por encima de 8% y va camino a ser tercera potencia económica mundial, pero siempre mantiene a sus castas, a su legión infinita de miserables, a sus guerras de religión. En fin, Brasil, país de moda si lo hay, que recibe el aplauso prácticamente universal al modelo de desarrollo con inclusión social implementado por Lula y su PT. Pero que tiene, como ya se señaló, siempre a sus favelas violentas como paisaje incorporado, a sus policías mafiosos, a su política venal como pocas (el último caso de relieve, el del reincidente Palocci).

Con el cambio en el ranking económico, el de los PBI, los emergentes no sólo han subido a jugar definitivamente en la Primera División, en la Champions League mundial, sino que también han conquistado, tal vez por primera vez en la Historia, una porción de esa sustancia imaginaria que sirve para que las sociedades se moldeen y orienten a sí mismas en el mundo. Lo más parecido a esto fue, en los años de la Guerra Fría, el tercermundismo, que era una ideología que combinaba nacionalismo anti-occidental con internacionalismo presuntamente No Alineado, aunque siempre mostraba muy buena sintonía con la URSS.

Pero en América latina, en países como Brasil y Argentina, Chile y Uruguay, esa doctrina nunca “prendió”, como sí lo hizo en el mundo árabe, en India y gran parte de Asia. Las clases medias urbanas del Cono Sur, lo suficientemente numerosas como para configurar los deseos y modelos de sus respectivas sociedades, miraban entonces decididamente a Europa y a Estados Unidos. Como

modelo, paradigma, parámetro o como se lo desee llamar, no se aceptaba menos de aquello que se veía en las películas de Hollywood o en las comedias francesas.

Después de décadas de decadencia latinoamericana, que hicieron inalcanzable aquel modelo, y con la llegada del ciclo alcista de los commodities, las cosas cambiaron también en América Latina. Aquel modelo primer-mundista parece haber sido sustituido, o estar en curso de ser sustituido, por una suerte de neo-tercermundismo, que es moderado y pro-mercado.

La aceptación del modelo Brasil, por ejemplo, implica una buena dosis de anti-norteamericanismo old fashion en política exterior. Ese que profesa el poderoso asesor presidencial Marco Aurelio García y buena parte del establishment de Itamaraty. El modelo conlleva la aceptación sin peros de la economía de mercado como creadora insuperable de riqueza, pero se la filtra y separa de su antiguo complemento, la cultura liberal-democrática occidental, o de una parte sustantiva de ella (democracia representativa sí; todo lo demás, no). India y Brasil, también la Sudáfrica de Mandela, son muy claros ejemplos de este punto, de este neo-tercermundismo de la globalización emergente. En esos tres países, impera un discurso oficial muy crítico de Occidente y el “neoliberalismo”, junto a un pragmatismo a prueba de bombas al momento de cortejar al capital internacional.

Pero junto con la ideología neo-tercermundista, que es el soporte cultural e identitario de esta escalada en el ránking mundial, viene la aceptación, tácita y nada celebrativa, de que la miseria y la pobreza extendida son parte del paquete, del modelo. Porque se admite tácitamente, al optar por el modelo Brasil, que el paisaje tercermundista está allí y allí se va a quedar por largo tiempo. Ningún Lula, claro está, lo dirá desde el palco de los mitines, al contrario. Y la referencia vale no sólo para la miseria extrema o la pobreza franca, sino para ese desaliño urbano y organizacional tan característicos de los países emergentes/tercermundistas. Esa fealdad suburbial y esa desorganización generalizadas que los latinoamericanos conocemos tan bien, y cuya sustitución por sus opuestos, la pulcritud arquitectónica, el confort y el buen funcionamiento de todo o casi todo, nos deslumbran al viajar a un país desarrollado. Casi todo el anecdotario de un viajero latinoamericano se centra en este asunto, en la confrontación -desventajosa para su país y su región- del orden del tránsito, del cumplimiento generalizado de las reglas, en los países desarrollados. Es este enorme abismo el que explica que en los diversos índices que no se limitan a medir el crecimiento del PBI, los países BRIC salgan tan mal parados.

Veamos un poco cómo están las cosas. Tomemos el índice combinado que produce CADAL en su ranking “Democracia, Mercado y Transparencia”, de enero de 2011: https://www.cadal.org/informes/pdf/DMT_2010.pdf El ranking surge de combinar el Freedom of the World, de Freedom House; el índice de libertad económica de la Heritage Foundation y el Wall Street Journal, y el índice de Transparencia Internacional. En 2010, Brasil quedó 57º, India 74º (junto a Argentina, 73º) y los otros BRIC, Rusia y China, hundidos por sus regímenes autoritarios, estaban allá abajo, 149 y 150, respectivamente. Sudáfrica, la S agregada últimamente al célebre acrónimo, es la mejor ubicada, con su 48º lugar. En suma, los BRICS “rankean” muy mal cuando de transparencia, democracia y mercado se trata, los tres parámetros clave para saber qué tan cerca o lejos se está del Primer Mundo desarrollado.

Pero, y aquí está la novedad, ocurre que, salvo Rusia, el poder modelizador de estos países es altísimo y está a la vista: Brasil es en estos momentos tomado explícitamente como ejemplo por el presidente electo del Perú, Ollanta Humala, y es unánimente alabado por todas las sociedades de la región; China es modelo indiscutible para toda la zona de Asia antaño denominada Extremo Oriente, y más allá de esa región también. India tiene mucha menos “prensa”, pero con su tamaño continental se impone por su propio peso en la cuenca del Indico (y basta ver cómo ha crecido en estos años: http://www.tradingeconomics.com/india/gdp para explicar su atractivo). Y por último, Sudáfrica es sin dudas “el” modelo para África.

Pero acá nos interesa en especial América latina, dado que, por su citada cercanía cultural e histórica a Occidente, más precisamente a Europa, su modelo a imitar y alcanzar siempre fue esa “Sociedad del Bienestar” construida por Occidente luego de la II Guerra Mundial. Esto era manifiesto muy especialmente en el Cono sur al promediar el siglo XX. Esas clases medias chilenas, argentinas, uruguayas, brasileñas, se buscaban en ese espejo.

De manera que hoy se puede decir que junto con los movimientos tectónicos que está causando la globalización en el terreno “real” de la economía, en el de lo “imaginario”, en el de los modelos de referencia, gran parte de la humanidad ha cambiado sus ideas o aspiraciones, inspirada por ese crecimiento al galope de los emergentes. Así se ha mutado un modelo demasiado lejano e inalcanzable por otro más realista, más al alcance de la mano (¡se trata de imitar a Brasil, ya no a Suecia!), pero al mismo tiempo se resignan para siempre esos valores que venían junto con el desarrollo pleno: la transparencia, la buena administración de los recursos públicos, la honestidad del sano y viejo orden demo-liberal que combina libertades personales con el respeto irrestricto de la ley.

Pablo Díaz de Brito es analista de CADAL y redactor especial de www.analisislatino.com