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06.01.04

ARGENTINA: ¿UNA POLITICA EXTERIOR PARA CONSUMO INTERNO?

Lejos del dramatismo de los hechos de 1982, el gobierno de Kirchner parece también estar subordinando aspectos importantes de la política exterior a sus necesidades políticas internas. Las recientes manifestaciones oficiales de enojo u hostilidad hacia el presidente uruguayo, el presidente del BID (ambos declarados amigos de la Argentina) o los gobiernos de España, Francia y el Reino Unido, parecen tener como destinatarios, no sólo a esos actores, sino especialmente a la opinión pública local.
Por Carlos Gervasoni

La política exterior de todos los países está condicionada tanto por las realidades del poder internacional como por la política interna. Los gobernantes habitualmente toman en cuenta factores tales como la opinión pública, los intereses empresarios locales o la posición de los medios a la hora de decidir sobre política internacional. Sin embargo, a veces llegan al extremo de orientar la política exterior casi exclusivamente en función de sus conveniencias políticas y/o electorales internas. Los argentinos sufrimos una dolorosa instancia de tal extremo cuando la dictadura militar encabezada por Galtieri se lanzó a recuperar las Islas Malvinas, en buena medida buscando revertir su creciente deterioro político interno.

 

Lejos del dramatismo de los hechos de 1982, el gobierno de Kirchner parece también estar subordinando aspectos importantes de la política exterior a sus necesidades políticas internas. Las recientes manifestaciones oficiales de enojo u hostilidad hacia el presidente uruguayo, el presidente del BID (ambos declarados amigos de la Argentina) o los gobiernos de España, Francia y el Reino Unido (1) , parecen tener como destinatarios, no sólo a esos actores, sino especialmente a la opinión pública local. Algo similar puede decirse de los varios gestos recientes de rebeldía hacia los Estados Unidos: los muy publicitados encuentros oficiales con líderes hostiles hacia la superpotencia, como Hugo Chávez y Evo Morales, el acercamiento al dictador Fidel Castro (aún después de los fusilamientos y encarcelamientos de abril pasado), o el escaso interés oficial en convencer al Congreso de que apruebe algún tipo de inmunidad para los efectivos de los Estados Unidos, lo cual derivó en la no realización del ejercicio aeronáutico militar Águila III (previsto para el mes de octubre pasado en la provincia de Mendoza. Todos estos casos parecen delinear un patrón de conducta externa: aunque no se contradiga a Estados Unidos en sus intereses más vitales, sí se generan desafíos menores para consumo interno, esto es, para la opinión pública, cierta intelectualidad o los políticos de centroizquierda de dentro o de fuera del peronismo, que siempre encuentran simpático llevarle la contra a la superpotencia democrática y capitalista.

 

Este tipo de gestos se ha usado también para evitar situaciones políticamente inconvenientes, como la realización de ejercicios militares con fuerzas estadounidenses en la provincia de Mendoza días antes de las elecciones en ese distrito: todos los candidatos relevantes, en sintonía con la actualmente muy antiestadounidense opinión pública argentina, expresaron su rechazo a tales ejercicios. El costo fue triple: la Fuerza Aérea Argentina perdió una excelente posibilidad de capacitación y entrenamiento, el Departamento de Estado se sintió molesto y contrariado por el episodio y, mucho menos importante para el país, el candidato a gobernador peronista respaldado por Kirchner perdió de todas maneras.

 

Ocurre que estos gestos a menudo no sólo generan un costo en términos de la negativa predisposición que causan en los policy-makers del país destinatario, sino que también implican un autoperjuicio. La cancelación de los ejercicios Águila III, como queda dicho, privó a nuestra Fuerza Aérea de una valiosa experiencia de entrenamiento. El apoyo a líderes autoritarios como Castro, o potencialmente desestabilizadores como Morales, desprestigia a nuestra diplomacia y puede colocar al país en difíciles encrucijadas internacionales en el futuro. ¿En qué situación quedaría la Argentina, por ejemplo, si el gobierno que contribuye a instalar en Bolivia se lanza de lleno a promover el cultivo de coca? ¿Qué ocurriría si Castro lanza nuevas y más sangrientas campañas de represión sobre el pueblo cubano? ¿Cómo justificarían Kirchner y el canciller Bielsa la cercanía con líderes que alientan la producción de drogas o que expulsan, encarcelan o asesinan a sus opositores internos? Finalmente ¿Cuál es el sentido de tender puentes hacia dictadores actuales o potenciales como Morales, Castro o Chávez, cuando la región cuenta con varios líderes de la altura moral y/o intelectual de Lagos, Lula, Fox o Uribe?

 

La Argentina es un país estructuralmente débil en el concierto internacional, y lo es mucho más desde el derrumbe económico y político de 2001-2002. En tales condiciones, lo último que necesitamos es ganarnos gratuitamente la hostilidad de los poderosos del mundo o de nuestros vecinos. Si es siempre un error utilizar la política exterior para fortalecer un gobierno o ganar una elección, lo es mucho más cuando la extrema vulnerabilidad del país requiere usar cada instrumento disponible para reducirla. Durante 2004 la Argentina deberá reunir apoyo internacional para renegociar con éxito su deuda en default con los tenedores de bonos, para hacer lo propio con el FMI, el Banco Mundial y el BID, y para enfrentar con éxito los conflictos con actores trasnacionales poderosos, tales como bancos o empresas a cargo de los servicios públicos privatizados, que exigen compensaciones por los costos que vienen sufriendo desde la devaluación y la pesificación de enero de 2002. En tales circunstancias resulta imperioso contar con el apoyo y la buena predisposición de Estados Unidos y otros países importantes para la Argentina, como España y Brasil.

 

El gobierno de Kirchner enfrenta, luego de haber consolidado con éxito su posición interna en los últimos meses, un período de un año y medio sin elecciones. Es de esperar que aproveche la simbólica fecha del 10 de diciembre (2) para clausurar la etapa en que la política exterior se usa fundamentalmente para construir poder, e inaugurar otra en que se orienta a mejorar el bienestar y la seguridad de la población.

 

 

(1) El gobierno ha utilizado retórica bastante hostil para referirse a las autoridades de España y Francia que vienen reclamando en favor de empresas de ese origen que invirtieron en servicios públicos argentinos y que han sufrido el congelamiento de sus tarifas desde 2001 a pesar de la fuerte devaluación del peso y el significativa tasa de inflación acumulada desde comienzos del 2002. Kirchner también atacó verbalmente al Reino Unido luego de que este confirmara antiguos rumores sobre la presencia de armas nucleares en los barcos enviados a combatir en la Guerra del Atlántico Sur en 1982. El gobierno británico aseguró que, aunque los contenedores de algunas de esas armas fueron dañados, ninguna de ellas fue perdida en alguno de los 6 barcos británicos hundidos durante el conflicto. 

 

(2) La presidencia de De la Rúa debería haber terminado el 10 de diciembre de 2003. Mediante una arquitectura legal compleja y de dudosa constitucionalidad, el presidente Duhalde adelantó las elecciones y la toma de posesión del mando para la primera mitad de 2003. Así, el presidente electo en mayo de 2003 (que resultó Kirchner) debía completar el período de De la Rúa, y luego gobernar los cuatro años que le corresponden constitucionalmente.

 

*Carlos Gervasoni es Politólogo. Presidente de CADAL. Profesor en la Universidad Católica Argentina, la Universidad Torcuato Di Tella y la Universidad del CEMA.