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13.10.10

El Nobel de la Paz: solidaridad cubano-venezolana y complicidad capitalista con la dictadura china

Los grandes inversores extranjeros en China lo último que desean -aunque jamás lo dirán en público- es la llegada de la apertura democrática y la consecuente ruptura del statu quo que usufructúan. Así que coinciden de hecho con Cuba y con Chávez.
Por Pablo Díaz de Brito

El Nobel de la Paz a Liu Xiaobo fue saludado por los demócratas de todo el mundo y escarnecido por quienes no son demócratas. Por ejemplo, por la izquierda autoritaria latinoamericana (pero veremos que no sólo por ella).

Ahí está como ejemplo la reacción oficial cubana, que emparejó el Nobel de Liu al de Vargas Llosa, fulminando a ambos con el peor insulto que se le ocurrió al régimen: “Nobel disidente”, producto de un "bandazo ideológico".

Chávez se burló con su brutalidad habitual del héroe encarcelado y le mandó toda su solidaridad revolucionaria a China. "¡Viva China! ¡Viva el presidente Hu Jintao! vociferó por TV.

Buen síntoma, que los autoritarios de todas las latitudes repudien el premio a Liu: indica que en Oslo no se equivocaron, que metieron el dedo en la llaga del autoritarismo, larvado o explícito.

Entre las democracias, Estados Unidos y Europa saludaron el premio y pidieron la libertad de Liu. Otros países se quedaron con la felicitación pero no pidieron la liberación, por temor a irritar a China. Y otros prefirieron el silencio total. Argentina, por ejemplo. La Cancillería no emitió ni un comunicado de dos líneas. Tampoco hubo los habituales tweets de Cristina y Timerman. Hay que creer que, como demócratas, Cristina y Timerman están íntimamente contentos con el Nobel a Liu, pero que prefieren no irritar al gigante asiático por realpolitik. Puede ser, pero desgraciadamente sólo se trata de una hipótesis.

El bloqueo informativo chino sobre el Nobel a Liu fue total: ni por SMS ni por los buscadores de Internet se filtró la noticia. Ni hablar de los medios tradicionales, como diarios y TV. Sólo se enteraron los chinos en contacto con los extranjeros. Son 1.300 millones de personas sometidas a censura masiva. Fue un claro mensaje de la dictadura china: dio una demostración de cuánto poder tiene sobre la población y de hasta dónde controla el flujo de información. En Cuba debe haber sana envidia por esa pericia, y ya deben estar averiguando cómo lograron semejante proeza censora. Hasta la dictadura argentina fue más permeable: en 1980 los noticieros de la noche anunciaron, telegráficamente y después de horas de total silencio, el Nobel de la Paz a Adolfo Pérez Esquivel. Alguien habrá convencido a los dictadores de la Junta de que la noticia no se iba a poder tapar indefinidamente.

Pero en el frente ideológico opuesto al de Cuba y Chávez el Nobel a Liu plantea no pocos apuros entre los apologistas que China tiene en “los mercados”. Aunque nadie desde allí saldrá a solidarizarse con Pekín ni mucho menos, preferirían que este Nobel hubiera ido a otra parte, bien lejos, para no “meter ruido” en una fructífera relación entre capitalismo internacional y régimen dictatorial que tantos jugosos frutos ha dado y dará.

Aquí hay que diferenciar dos niveles o realidades: los medios y núcleos académicos identificados con los mercados, que saludaron editorialmente el Nobel a Liu (por ejemplo, el Wall Street Journal) y que confeccionan índices donde China no sale bien calificada; y, por otro, la "vida real" de los empresarios que a esos índices y editoriales poco caso les hacen y toman decisiones estratégicas por cientos o miles de millones de dólares. Son los que ponen ese dinero en China a manos llenas.

Es obvio, después de años y años de silencio cómplice, que estos poderosos sectores económicos que hacen enormes negocios con los jerarcas comunistas de Pekín, no tengan preocupación alguna por la democracia y las libertades más elementales en China, todo lo contrario: apuestan al statu quo que garantiza sus negocios. Ellos ya se han asegurado su “seguridad jurídica” holgadamente, negociando con la cúpula comunista antes de invertir.

A estos inversores, el poder absoluto del Partido Comunista les asegura altos retornos, garantizándoles los bajísimos salarios que pagan a ciudadanos sometidos por una dictadura, despojados de sus derechos más básicos. Los sindicatos de fachada que tiene el PC chino aseguran en el terreno ese bajo costo salarial, actuando en los hechos como gendarmes de las empresas ante los trabajadores. En términos tomados en préstamo a aquella izquierda de Chávez y Castro: el Partido Comunista chino es el garante de la explotación capitalista a mayor escala jamás vista en la Historia humana.

Aquí viene al caso hacer otras dos aclaraciones: una, que este proceso de crecimiento capitalista ha sacado de la miseria a cientos de millones de personas en China. Un dato social enorme que es bueno reconocer. Pero este gran desarrollo capitalista, que ya va para 40 años, sigue totalmente impermeable a las libertades, como se vuelve a comprobar con la feroz reacción de Pekín al Nobel dado a Liu. De manera que quienes afirman que hay que esperar pacientemente, que las libertades llegarán tarde o temprano gracias a la economía de mercado, deberían revisar su argumento. El fenómeno del capitalismo chino y su persistencia ponen en cuestión  esta vieja creencia del liberalismo economicista.

En todo caso, no se puede negar un dato político real: es por demás evidente que un proceso de apertura democrática en China sería tumultuoso y seguramente tiraría al diablo este contubernio entre capitalismo internacional y régimen comunista, que barrería con esos falsos sindicalistas tan odiados por los trabajadores chinos. Es cierto: siempre es posible una transición a la chilena, ordenada, pero eso en el gigante chino parece una hipótesis improbable.

Estas dictaduras totalitarias, dado que son mucho más que un mero gobierno de facto, cuando caen, suelen llevar a procesos políticos tan apasionantes como caóticos, no a cambios ordenados. Por eso, los grandes inversores extranjeros en China lo último que desean -aunque jamás lo dirán en público- es la llegada de la apertura democrática y la consecuente ruptura del statu quo que usufructúan. Así que coinciden de hecho con Cuba y con Chávez: ¡Viva China!, pero así como está, sin una gota de libertades ni de democracia.

Pablo Díaz de Brito es analista del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).