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20.07.12

Dilma y Cristina: las razones económicas de dos resultados políticos opuestos

(Análisis Latino) Mientras Argentina muestra un pinchazo agudo de su economía, muchos ven con sorpresa cómo la “ortodoxa” Dilma se mantiene allá arriba en los sondeos, al tiempo que la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, no deja de caer en todos los estudios de opinión serios (39% en la última medición). El panorama para Brasil no es sencillo: las previsiones de crecimiento de 2012 se reducen de semana en semana, y hoy superan apenas el 2%; y la confianza del consumidor cae de la misma forma. Pero Brasil pilotea, con medidas contracíclicas y sin estridencias, la bajada de su economía, sin traumas ni sacudones que repercutan en su vida social o política. Lo puede hacer porque los “fundamentos” de la economía brasileña son sanos y porque sus dirigentes hacen lo que se debe hacer, sin buscar radicalizaciones o falsas heterodoxias que sólo conducen a empeorar el cuadro. En contraste, la maraña de normas y reglas de hecho impuestas por el kirchernismo en nombre de una heterodoxia cada día más hostil a la economía privada sólo logra meter a la Argentina en el pantano de la “estanflación”, esa mezcla de inflación alta y recesión que es el peor de los mundos económicos.
Por Pablo Díaz de Brito

(Análisis Latino) Pese a un año de vacas flacas en lo económico, sin “tasas chinas” (que Brasil nunca tuvo ni buscó) y con retracción de todos los índices económicos, Dilma Rousseff ostenta un 77% de apoyo en los sondeos, mientras su gobierno muestra un 59%. En su primer año, y desde su primer día el 1º de enero de 2011, Dilma tuvo una sola prioridad: enfriar la economía, que Lula había recalentado en 2010 con fines electorales, llevando la inflación a un peligroso 5,9% anual. Un nivel de alarma para cualquier economía que se maneje con seriedad. Ese primer día Dilma ordenó un fuerte recorte del gasto público, de 30.000 millones de dólares. Más adelante ordenó un segundo recorte. Pero este año, ante el frenazo económico global, hizo lo que mandan los manuales: bajar las tasas de interés, dar más créditos subsidiados, dejar “flotar” el real para que gane competitividad.

Algunos argentinos, subidos a la ola consignista que creó el kirchnerismo, criticaron aquel recorte fiscal de 2011: ortodoxia neoliberal, diagnosticaron. Vieron en Dilma a una gobernante demasiado amigable con la economía de mercado, el mismo pecado que le criticaron en 2003 a Lula, cuando llegó al poder y no destruyó el capitalismo como ellos ansiaban.

Ahora, mientras Argentina muestra un pinchazo agudo de su economía, muchos ven con sorpresa cómo la “ortodoxa” Dilma se mantiene allá arriba en los sondeos, al tiempo que la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, no deja de caer en todos los estudios de opinión serios (39% en la última medición).

El panorama para Brasil no es sencillo: las previsiones de crecimiento de 2012 se reducen de semana en semana, y hoy superan apenas el 2%; y la confianza del consumidor cae de la misma forma. Es que ya no se trata sólo de Europa y EEUU: India desacelera fuerte, China baja tasas para evitar un “aterrizaje brusco”, Rusia sufre por la caída del precio del petróleo. En otras palabras, el frío económico llegó a los emergentes, que parecían inmunes a la recesión del Primer mundo. Pero Brasil pilotea, con medidas contracíclicas y sin estridencias, la bajada de su economía, sin traumas ni sacudones que repercutan en su vida social o política.

Lo puede hacer porque los “fundamentos” de la economía brasileña son sanos y porque sus dirigentes hacen lo que se debe hacer, sin buscar radicalizaciones o falsas heterodoxias que sólo conducen a empeorar el cuadro. En contraste, la maraña de normas y reglas de hecho impuestas por el kirchernismo en nombre de una heterodoxia cada día más hostil a la economía privada sólo logra meter a la Argentina en el pantano de la “estanflación”, esa mezcla de inflación alta y recesión que es el peor de los mundos económicos. Ahora se observa que la economía de las famosas “tasas chinas” estaba claramente sobrecalentada, o sea, drogada, por excesos de consumo, de gasto público -que crecía a un alucinante 40% por año- y de una emisión monetaria que lo hacía (o hace) a esos mismos niveles de vértigo, creando la bola de nieve de la indexación de la economía y por lo tanto de la inflación, ya claramente espiralizada. Lo que se llama una síntesis perfecta de la “macroeconomía del populismo”: mucho gasto, poca inversión y, como consecuencia, poca oferta, poco ahorro privado por tasas negativas, fuertes estímulos a la fuga de capitales (23.000 millones de dólares en 2011 hasta que a fines de octubre se puso el “cepo cambiario”), alta inflación, grandes subidas de salarios nominales, etc.?

Mientras Dilma Rousseff confía en economistas como el Ministro Guido Mantega y Alexandre Tombini, presidente del Banco Central, en Argentina no se sabe qué rol tiene el ministro de Economía, Hernán Lorenzino. Todo parece estar en manos del "supersecretario" de Comercio Guillermo Moreno y su mano derecha, Beatriz Paglieri (secretaria de Comercio Exterior, antes a cargo del instituto de estadísticas Indec, literalmente destrozado por su accionar). La heredoxa titular del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, ha enmudecido y ya no se ve su eterna sonrisa impostada en las pantallas de televisión. De hecho, el rol de regulador cambiario ha quedado en manos de la agencia de recaudación fiscal, la AFIP, manejada por otro duro de la heterodoxia mal entendida, Ricardo Echegaray.

Otro punto clave que explica aquellas diferencias abismales de consenso entre ambas presidentas: Brasil, creciendo moderada pero sostenidamente durante la era Lula, incorporó a la clase media baja (la clase C) a 35 millones de personas. Argentina, en cambio, aumentó mucho el consumo y los sueldos nominales, pero no cambió su perfil social. La marginalidad y la pobreza parecen fijas desde hace años, más allá de la suba general del poder de compra en esta década. El marginal está mejor, claramente, pero sigue siendo marginal. Tal vez se pueda decir que la élite obrera que encarna el líder camionero Hugo Moyano entró a la clase media, o los muy bien pagos obreros petroleros, pero se trata de muy poca gente, de números poco significativos, a años luz de aquellos 35 millones de brasileños.       

Pablo Díaz de Brito es periodista y redactor especial de www.analisislatino.com