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23.12.12

Ficción y realidad

(Club Político Argentino) En la historia latinoamericana, los gobernantes han tendido a estar más cerca del polo absoluto del poder que del polo limitado. Y me parece que este problema (y este peligro) se pone nítidamente de manifiesto en la actual gestión presidencial argentina.
Por Vicente Palermo

(Club Político Argentino) En su presentación de apertura de la Feria del Libro, en abril de 2011, Mario Vargas Llosa observó que “todavía en nuestros días los latinoamericanos tenemos grandes dificultades para discernir entre lo que es ficción y lo que es realidad”. Podemos coincidir o no con esta generalización, discutir las causas argüidas por Vargas Llosa, o preguntarnos si realmente no ocurre lo mismo en otras regiones del ancho mundo. Pero aunque la observación del novelista deje muchas dudas, creo que en ella se encuentra un interesantísimo núcleo de reflexión que vale la pena explorar.

En verdad, la tendencia a confundir realidad y ficción es universal; es mi creencia que, si se deja de lado la demencia, y si nos atenemos a examinar fenómenos colectivos, el campo de la acción humana más propenso a la confusión entre la realidad y la ficción es el del poder, principalísimamente el poder político. Esto es así en virtud de la propia dinámica de funcionamiento del poder: quien lo ejerce se desenvuelve en un mundo algo fantasmagórico, y jamás tiene garantías de si las reacciones que está obligado a suscitar, lo conectan con fenómenos reales o ficticios. Claro, cuando el poder se ejerce en un medio plural, en el marco de lógicas institucionales limitantes, y el poderoso debe escuchar constantemente lo que no quiere, inclusive de boca de sus propios colaboradores, los riesgos de quedar envuelto en una burbuja de ficción no se eliminan, pero son menores. Si, en cambio, se trata de un gobernante absoluto, la tendencia a que la ficción desplace a la realidad será muy potente.

Parafraseando a Lord Acton, me atrevo a decir: el poder tiende a ficcionalizar, y el poder absoluto ficcionaliza absolutamente. Y para decirlo con Freud, es la pérdida del principio de realidad lo que está en juego (no hay una distinción clara entre los deseos a satisfacer y lo real limitante). Esto explica, a mi entender, que la impresión de Vargas Llosa tenga algo de acertada. En la historia latinoamericana, los gobernantes han tendido a estar más cerca del polo absoluto del poder que del polo limitado. Y me parece que este problema (y este peligro) se pone nítidamente de manifiesto en la actual gestión presidencial argentina.

Para el actual gobierno, los relatos que ha construido están lejos de ser meramente instrumentales o manipulantes. En verdad ha quedado atrapado en ellos. Esto no fue siempre así; no lo fue durante la gestión de Néstor Kirchner porque, más allá de sus inclinaciones personales, el presidente se desenvolvía en un ambiente en el que encontraba obstáculos tanto fuera como dentro del conglomerado político que conducía. Este último era bastante plural y forzaba a Kirchner a negociaciones. Las cosas cambian con Cristina en la Presidencia. Sobre todo entre las elecciones de 2009 y la avasalladora victoria de 2011. Porque tras esta, el cerrojo compuesto por el relato y la verticalización sin atenuantes del séquito se cerrará en torno a la Presidenta. Se nos presenta así a los argentinos un panorama que nos es familiar: un entorno presidencial que establece una espesa muralla de ficción, cimentada esta vez con un relato. Quizás la expresión más emblemática de esta ficcionalización de la política por parte de un poder que parecía no encontrar limitaciones sea el “vamos por todo” reiteradamente empleado por la Presidenta. Y lo que hace patente esta vez la dificultad para distinguir ficción y realidad es, precisamente, que mientras la realidad está erigiendo más y más límites, el discurso presidencial (y el de sus acompañantes) se ajusta más y mas al relato, y otro tanto ocurre con sus acciones. El problema no es, por supuesto, que el país se resista a dejarse moldear por el relato; el problema es que el costo de este experimento, comandado por quienes tienen ya una idea ficticia del país y de sus ciudadanos, va a ser muy alto. Pero quizás los argentinos saquemos conclusiones positivas una vez que hayamos pagado los platos rotos. Que las presidencias imperiales pierden fácilmente un principio de realidad no será la menos importante.

Fuente: (Club Político Argentino)