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04.03.13

En otro round para «ir por todo», Cristina Kirchner inició una nueva guerra santa

(DyN) El marketing de la subestimación no trata esencialmente de ocultar, sino de canalizar las necesidades, a partir de los sentimientos que se presume ya tiene el público hacia el producto que se quiere vender, aunque para ello se falseen las estadísticas, se comparen cifras nominales o se apele al balance de la década en lo que debería haber sido una rendición anual de cuentas, que es todo lo que hizo la Presidenta en su discurso.
Por Hugo E. Grimaldi

(DyN) La ilusión del marketing consiste en hacerle creer a la gente que el acíbar sabe a dulce de leche. Y como Cristina Fernández y sus adláteres aman el marketing como primera línea de penetración cultural, sólo por eso se puede concebir que para lo que debería haber sido un acto institucional hayan armado un spot de promoción sobre el discurso anual de rendición de cuentas ante la Asamblea Legislativa tan alejado de lo que ocurrió después.

“No vale la pena tanta pelea...”, apuntaba compungida CFK en la pieza televisiva, mientras que en el acto de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, la Presidenta se calzó las charreteras y sacó la lanza para señalar sus graves reparos hacia la dirigencia de la comunidad judía, acomodar a los fondos-buitre y especialmente a la Justicia, todos ellos rivales de fuste a los que se intenta desbancar, paradójicamente, dando pelea.

En esta flagrante contradicción entre la no contienda y la guerra permanente queda sembrada la duda sobre el doble discurso y sobre si la palabra presidencial y el kirchnerismo en su conjunto resultan del todo creíbles. Hasta ahora, son pocas las promesas hechas a terceros que se han cumplido de una pieza y la desconfianza se agranda entre quienes tienen que negociar con el Gobierno. Piensan siempre en alguna puñalada trapera.

¿Quiénes son los enemigos? Esencialmente, todos aquellos que no acepten creer, quienes se atrevan a cuestionar, quienes pretendan correr los límites de una cancha ya marcada. De allí, la necesidad de acompañar ese marketing con un folclore de banderas, cánticos, papelitos y aplausos, adentro y afuera del Congreso, para dar la sensación de 54% y más, con secuencias perfectamente guionadas para las cámaras de la TV única, cuyo director siempre tuvo a mano el rostro adecuado para ilustrar el discurso.

Para algunos habrá dinero de por medio, para otros ideología, pero a la hora de la ovación fácil e irreflexiva, si de tiempos papales se habla, la palabra de Cristina es dogma y sus decisiones infalibles. No hay quien cuestione, porque se sabe que el que lo haga, aunque sea mínimanente, será excomulgado.

Por eso, ni década infame, ni década perdida como la de los años ’80, “Dékada ganada”, decían los volantes del oficialismo que inundaron el recinto sin preocuparse por los errores de base del modelo ni por su ejecución y, en esa línea, la Presidenta presentó un país que a muchos les sonó de fantasía, pero que en el recinto todos aplaudieron a rabiar.

El marketing de la subestimación no trata esencialmente de ocultar, sino de canalizar las necesidades, a partir de los sentimientos que se presume ya tiene el público hacia el producto que se quiere vender, aunque para ello se falseen las estadísticas, se comparen cifras nominales o se apele al balance de la década en lo que debería haber sido una rendición anual de cuentas, que es todo lo que hizo la Presidenta en su discurso.

Tanto envoltorio, sin embargo, no permite esconder que el proyecto presidencial de corporación única tiene un carozo demasiado complicado de penetrar, aún para lo que son los estándares de la Argentina. Hay allí, en ciernes, un cambio de sistema que tiene como bandera el “vamos por todo”, que se profundiza aún a costa de dejar en el camino a muchos que no piensan igual, proceso que en estos últimos años se ha manifestado en claros deslices institucionales y en el ostensible giro de la relación con el mundo. Para la oposición son ideas peligrosas, para el kirchnerismo extremo, revolucionarias.

Entre estos dos delicados límites se movió la Presidenta en su discurso, que bien puede dividirse en cuatro bloques. El de la magnificación de logros, la explicación del Tratado con Irán, la parte dedicada a los fondos-buitre y el de la “democratización” de la Justicia. En todos y en cada uno de ellos quedó en claro la concepción de la Presidenta: no hay quien pueda cuestionar ni oponerse a un poder sustentado en la voluntad popular. Más bien, todos deberían arrodillarse ante ese altar único.

Un recorrido por algunas frases presidenciales podría ilustrar al respecto. En el caso del memorándum de Entendimiento con Irán que se había aprobado en ese mismo recinto el jueves a la madrugada, la Presidenta realizó una defensa emotiva, aunque no convincente. El tema es muy delicado y sólo el tiempo dirá para que sirvió este acercamiento con un país que es el principal paria del mundo, aunque las potencias necesiten negociar con él.

Al respecto, llamó la atención que la Presidenta dijera “ojalá puedan trasladarse (a Irán) las autoridades judiciales a tomar declaración, para poder saber exactamente las cosas y conocer la verdad”, como si esto no ha sido lo que con forceps lograron aprobar los diputados, sin que ningún miembro del Frente para la Victoria se haya animado siquiera a presentar una objeción de conciencia para oponerse.

“Obediencia debida”, lo llamaron los miembros de las dos más importantes instituciones judías, cuyas autoridades quedaron en la mira presidencial, ya que en el Gobierno considera que representan posiciones recalcitrantes y no mayoritarias. Fue dedicada a ellos la referencia a la “complicidad” de una parte “de la dirigencia comunitaria”, en relación a Rubén Beraja, ex titular de la DAIA. “Y hay que decirlo con todas las letras; guste o no guste, hay que decirlo con todas las letras”, sorprendió la Presidenta.

En el caso de los holdouts, Cristina sostuvo que la situación argentina es un “auténtico leading case”, aunque no sólo ecónomico “como algunos quieren hacernos creer, o financiero. Es un leading case político”, señaló con una defectuosa pronunciación del inglés que algunos ridiculizaron.

En ese mismo sentido pidió a “los gobiernos de los distintos países del mundo” que no permitan que “un puñado (por los fondos-buitre), que puede cabernos en esta mano, arruine a todo el mundo, a las sociedades, con millones de desocupados, de desahuciados, de gente que se suicida, que pierde el trabajo, que no tiene estudio, que no tiene casa… ¡Eso es lo que está en juego hoy en el mundo! ¡Tienen que entenderlo!”, clamó con dramatismo, como si la receta argentina hubiese sido una panacea.

Pero después bajó el copete y admitió que “también estamos dispuestos a pagar a estos fondos-buitre, pero no en mejores condiciones que al 93 por ciento que confió y apostó por la Argentina”, en lo que significa un cambio de postura del gobierno argentino que, en octubre había dicho que “no se le iba a pagar nada”.

Ya se sabe que cuando a la Presidenta alguien la contradice explota y por eso, sin admitir la larga cadena de errores que tuvo la Argentina en el modo de encarar su defensa en el juicio, se largó a cuestionar a la Justicia de Nueva York que ya falló dos veces en contra de la Argentina. Por ejemplo, mucho se faroleó, pero el país nunca le dijo formalmente al Tribunal cuánto y cómo iba a pagar y se expuso a que éste le pidiera precisiones y la exigiera la constitución de una garantía al respecto, solicitud que se conoció justo en el momento en que CFK hablaba en el Congreso.

Para darle más pasto al aplauso fácil del auditorio, la Presidenta redobló la apuesta de la discordia, algo que ya había sido criticado por el juez Thomas Griesa, y apuntó que “si hay un país o una Justicia o un sistema que elige perjudicar a 93% para beneficiar a 7 y perjudicar el equilibrio financiero del mundo, bueno, la verdad es que comenzaría a dudar si puedo tratarla de Justicia o si puede haber un sistema que se denomine de esta manera, cuando se toman decisiones de esta naturaleza”.

El mismo estándar de sumisión ella lo querría para la Justicia argentina, a la que le dedicó la última parte del discurso explicando una operación de pinzas de seis puntos que según algunos expertos apunta a someterla a los deseos del Ejecutivo, seguramente para evitar que hacia el futuro falle como al Gobierno no le gusta que falle. Dos días antes, el titular de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti había precisado el rol de guardián de la Constitución que tiene la Justicia, algo que la Presidenta entiende que es una atropello al poder popular.

Las dos posturas quedaron bien claras, sobre todo porque la divisoria de aguas parece haber sido la Ley de Medios en el caso de Clarín y el fallo sobre la expropiación de la Sociedad Rural, dos procedimientos de amparos judiciales que, por ahora, no siguen la línea que el Gobierno quiere.

Los recursos de amparo que se brindaron a las dos empresas (y lo mismo vale para cualquier particular) fueron otorgados para evitar que el poderoso Estado vulnere los derechos que la Constitución le acuerda a todo el mundo y para que un juicio ordinario no las desguace si un fallo de fondo se prolonga en el tiempo.

Sin embargo, la Presidenta opina que la situación es a exactamente a la inversa, que todos tienen que someterse al Estado y por eso quiere hacer que en cuestiones patrimoniales no corran las cautelares. Ella sostiene que todo es apenas una cuestión de índole económica y dice que el Estado siempre puede pagar. Todo un desafío constitucional.

Pero además, Cristina propuso taponar un poco más a la Corte con la creación de Cámaras de Casación en los fueros Civil y Comercial, Contencioso Administrativo y Previsional y Laboral, “de modo tal que en las cuatro ramas fundamentales tengamos una tercera instancia que aligere de esta manera y pueda darle mayor transparencia a todo el sistema judicial”. Por otro lado, ella se quejó de la “lentitud” de la Justicia, así que muy bien no se entiende la medida, salvo que se pretenda poner allí una instancia amiga, para retardar aún más un salto hacia la Corte.

Hay intención de hacerle pagar Ganancias a los jueces, el proyecto de mayor consenso; que el acceso a la Justicia deje de ser por amiguismo o lazos de familia con los que ya están y que se haga a través de concursos, lo que no debería tener problemas en prosperar, aunque ello exigiría que se transparenten muy bien los mecanismos para que el funcionamiento judicial no se convierta en algo partidario y una propuesta de informatización con seguimiento abierto del estado de las causas.

Como sexto punto, la Presidenta anunció que se va a proponer que los miembros del Consejo de la Magistratura sean elegidos por voto popular y esta instancia seguramente también será más que discutida, ya que el Consejo, el órgano que elige y remueve jueces, hoy está trabado porque el oficialismo no llega a los dos tercios. Cuando hay algo que se opone al kirchnerismo, ya se sabe, se lo remueve o se cambian las reglas de juego.

En una frase sobre que en estos tiempos no se conciben “pensamientos únicos” Lorenzetti lo expuso así: “en el fútbol, los jugadores compiten, las hinchadas se gritan, hay pasión y sentimientos, pero nadie cambia el reglamento o el árbitro para poder ganar el partido”.

Pese a que la Presidenta dijo también en aquel spot que “tenemos entre todos que solucionarle la vida a los argentinos, no crearle problemas...” una nueva Guerra Santa se ha desatado.

Fuente: DyN