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22.03.13

Humanismo y catolicismo en la interna peronista

(TN) El kirchnerismo supo ser, entre otras cosas, un audaz intento de laicizar la política argentina y al peronismo. Pero lo cierto es que fue bastante más exitoso en el primer terreno que en el segundo. Ofreció una agenda de ampliación de derechos civiles que esperemos perdure y colocó al país en la estela de los más progresistas y modernos en algunos campos. En tanto, en el seno de su partido es bastante menos lo que logró innovar.
Por Marcos Novaro

(TN) Muchos peronistas disidentes festejan por anticipado: creen que con nada menos que un Papa jugando de su lado, se podrán sacar próximamente de encima a los kirchneristas sin mayores dificultades. Puede que esto sea exagerado. Aunque es indiscutible que se ha vuelto desde ahora más difícil para el populismo setentista venderse como la mejor y más actualizada guía para pensar la Argentina y su relación con el mundo.

Y por tanto, puede que haya más obstáculos para que nuestro país se siga aislando y se utilicen instrumentos cada vez más violentos e ilegales para conservar y ejercer el poder. Es como si los cardenales hubieran tenido en cuenta al votar, además de cómo resolver mejor los muchos problemas de la grey católica en el mundo, cómo dar una mano para que la interna del peronismo se encarrile.

Los kirchneristas más fanáticos se desesperan ante este panorama. Pero los dardos que lanzan no sólo tienen pocas chances de dañar al Santo Padre. Tampoco servirán para abroquelar al gobierno en una nueva ola de radicalización. Y pueden actuar como un boomerang sobre la presidenta por cuya suerte dicen desvelarse. Como ya les sucedió a los Kirchner en otras ocasiones, polarizar en terrenos que no controlan tiende a producir manifiestos conflictos en su frente interno y su enajenación frente al ánimo colectivo.

El kirchnerismo supo ser, entre otras cosas, un audaz intento de laicizar la política argentina y al peronismo. Pero lo cierto es que fue bastante más exitoso en el primer terreno que en el segundo. Ofreció una agenda de ampliación de derechos civiles que esperemos perdure y colocó al país en la estela de los más progresistas y modernos en algunos campos. En tanto, en el seno de su partido es bastante menos lo que logró innovar: basta ver lo poco que han hecho las provincias peronistas para acompañar esa agenda. Y no parece que este sea un buen momento para tratar de torcer ese magro resultado: el riesgo de nutrir a la disidencia es demasiado alto.

Más en general, de intentarlo, el gobierno corre el riesgo de terminar de desnudar la miseria moral e intelectual en que se asienta su particular visión e instrumentación de los derechos humanos. Al respecto, las acusaciones de Verbitsky por el caso Yorio-Jalics ofrecen un anticipo de lo que al gobierno le espera si encara este brete por la vía de la polarización. Lo más que se puede reprochar a Bergoglio en el caso del secuestro de esos dos sacerdotes es que no hizo más por evitarlo (y es difícil decir qué más hubiera podido hacer) y no explicó con mayor énfasis su actitud de entonces durante los años de la democracia.

Pero es claro que el caso dista de ser el más incómodo para la postura de la iglesia argentina en aquellos años: es indiscutible que Yorio y Jalics deben su vida a la intervención de los jesuitas en particular y de la curia en general, tanto ante El Vaticano como ante la propia Junta. Lo que nos ofrece encima un buen ejemplo de defensa de los derechos humanos en tiempo real, que muy pocos oficialistas pueden emparejar: proteger a quienes no piensan igual que nosotros vale doble, no es algo que ni entonces ni ahora tengan interés en hacer muchos kirchneristas, para quienes las únicas vidas y derechos que valen son las de los que piensan como ellos; ni entonces ni ahora se preocuparían mucho si alguien violara los derechos de un Bergoglio, o de cualquier otro “derechista” parecido.

La penosa actitud en la materia adoptada por el Savonarola argentino, Horacio Verbitsky, ilustra así la degradación que vienen sufriendo los valores del humanismo en manos del kirchnerismo. Y la bancarrota moral e intelectual en que cayó en estos días el tribunal stalinista que sigue usando el nombre de Página 12, engoladamente orgulloso, encima, de haber generado un “debate internacional” sobre el Papa, igual que varios organismos oficialistas de derechos humanos alineados con el gobierno, no es finalmente más que el resultado esperable de haber practicado durante demasiado tiempo una hipocresía que supera con creces la de cualquiera de las habituales víctimas de sus diatribas.

Y la oposición, peronista y no peronista, ¿qué tiene para ganar en todo este asunto? La respuesta seguramente estará en algún lugar intermedio entre la desesperación oficial y las ensoñaciones de la derecha confesional. Si pretendiera politizar la figura del nuevo Papa y utilizarla abiertamente en su provecho puede terminar desaprovechando la valiosa oportunidad que se le presenta para plantear propuestas poskirchneristas y ofrecer un futuro mejor que el oficial. Que no podrían consistir en desandar el camino abierto hacia nuevos derechos.

Mucho menos en retrotraernos al mito de la nación católica. La Argentina kirchnerista, contra lo que piensan D´Elía y Verbitsky, no es equivalente a la Polonia soviética; ni la Iglesia argentina tiene la capacidad de unir a la sociedad contra el régimen como hizo su par polaca gracias a Wojtyla. Hay que empezar por reconocer que, en la sociedad argentina, y no sólo por efecto de las políticas kirchneristas, la iglesia católica pesa hoy bastante menos que en el pasado. No sólo en la vida política, de la que ha sido prácticamente expulsada, sino también de la social y cultural, en las que en gran medida se autoexcluyó con sus errores.

La iglesia argentina, bajo el impulso de Francisco, podría intentar con bastante más chance de éxito algo a la vez más modesto y más valioso que convertirse en otro contendiente de la agobiante disputa discursiva que atosiga al país: podría ofrecerle ejemplos de trabajo colectivo y cooperación, formas menos querellantes de orgullo nacional, una relación más madura con el mundo, en suma, ideas globales y modernas que nos están faltando.

Si algo ha beneficiado al kirchnerismo en estos años es su quasi monopólica capacidad de presentarse como defensor de la autoestima de los argentinos. La malversación de ese orgullo está a la vista ya en una multitud de fraudes políticos e intelectuales, algunos de los cuales lamentablemente siguen funcionando (Malvinas, los fondos buitre, YPF y los inversores externos en general, etc).

Ojalá la iglesia argentina sea capaz de ofrecer y ofrecerse como guía para que volvamos a tener, antes que nada en nuestras propias cabezas, un lugar más razonable en el mundo; imprescindible para que podamos luego recuperar también una imagen de nosotros mismos como comunidad respetable y respetuosa.

Fuente: (TN - Buenos Aires, Argentina)