Artículos

12.07.13

En defensa de senadores y diputados

(Búsqueda) La discusión en Uruguay sobre el sueldo de los legisladores puede llegar al infinito. Es verdad que una parte de su ingreso va a las arcas de sus partidos o se destina a reforzar la secretaría y el equipo de asesores. Pero nos enoje o no, el cargo implica responsabilidades y riesgos. Alguien debe hacerlo y para ello necesita estar bien remunerado. Que estos cargos sean pagos democratiza el quehacer político. Antes era una actividad en manos de aristócratas, de granjeros bien establecidos, de comerciantes o gente que tuviera alguna renta.
Por Tomas Linn

(Búsqueda) La idea prendió enseguida. Es que las propuestas simplonas siempre caen bien...hasta que alguien las piensa un poco. En su ofensiva, los sindicalistas de la educación propusieron que diputados y senadores ganaran el mismo sueldo que profesores y maestros. Y con ello iniciaron una encendida discusión que sacudió a los partidos, se reflejó en la prensa y causó conmoción en las redes sociales.

“Es demagogia inaceptable, diabólica y una propuesta muy peligrosa”, sostuvo, al ser consultado por Búsqueda, el politólogo Daniel Chasquetti, profesor en la Universidad de la República e investigador de temas parlamentarios. Si bien lo de Chasquetti podría parecer un exabrupto, en realidad cada palabra fue elegida por su estricto sentido y se aplica con exactitud a lo que quiso decir. Más claro, imposible.

Así como hace unas semanas empezó un sostenido acoso contra la Suprema Corte de Justicia, ahora surge un airado desprecio a senadores y diputados. Ya no importa valorar una democracia apoyada sobre tres poderes independientes que garantizan la libertad y los derechos ciudadanos. Ese desprecio, como dice Chasquetti, es “peligroso”.

Es lógico y natural enojarse con los políticos cuando votan, toman decisiones, predican sus ideas. No a todo el mundo le agrada lo que hacen o dicen. Pero reflejan la pluralidad de ideas que hay en el país. Ideas sensatas y ponderadas, ideas absurdas y tontas, ideas radicales e intransigentes: así somos.

Su modosidad para resolver temas y sus interminables discusiones, fastidian. Sin embargo, es en el Parlamento donde se dan discusiones fuertes y apasionadas por mecanismos civilizados. A veces se van a las manos, es verdad, pero no es lo frecuente. Debería sí asombrar que lo contrario sea lo habitual: el debate de ideas irreconciliables ajustado a reglas de juego precisas y a formas protocolares de dirigirse unos a otros. He ahí lo sano de la democracia: tanta gente, tan distinta y tan opuesta una a otra, tratándose con respeto. Lo contrario sería ir a la guerra.

Es también verdad que están expuestos a la crítica y a la vigilancia de ciudadanos que hoy los votan y mañana los “botan”. También se exponen a la vigilancia del periodismo y a la crítica de los columnistas que están atentos a lo que hacen o dejan de hacer. Eso viene con el cargo, que es de alto riesgo. Hoy son populares y mañana serán denostados sin piedad. Pero tanta crítica debe dirigirse a la conducta puntual, no al Poder Legislativo como tal. Se hace para recordarles que el ciudadano presta atención, no que conspira contra la democracia.

En estos días circuló (entre muchas otras) la foto de un senador que parece dormitar en plena sesión. La foto, genial y llena de picardía, fue tomada sin embargo a uno de los políticos más hiperactivos que hay en el país. Siempre en movimiento y disparando ideas, buenas y malas, no es el tipo de dirigente que pueda ser considerado “perezoso”, más allá de si se coincide o no con él. Sin embargo, cae vencido en una larga sesión tras escuchar una monótona intervención y el sagaz reportero toma una foto notable. Pero ella tan sólo refleja ese único y fatal instante.

Algunos políticos no ayudan a afirmar la imagen del Parlamento. Días atrás el senador colorado Pedro Bordaberry anunció que presentaría su candidatura a la Presidencia y no al Senado. Se jugaba “al todo o nada”. Sin embargo, un presidente es el titular del Poder Ejecutivo, así como un senador es titular del Poder Legislativo y un ministro de la Corte es titular del Poder Judicial. En una democracia, esos tres poderes son iguales entre sí y se equilibran para que nadie reúna la totalidad del poder. La apuesta no es a “todo o nada”; es todo en un lugar o todo en el otro. Si Bordaberry pierde la elección seguirá siendo un líder en su partido. ¿Por qué no hacerlo desde un lugar como el Senado, que haga visible su representatividad?

Lo mismo puede decirse de la decisión del Frente Amplio de exigirle a su actual presidenta que renuncie a su banca. La legitimidad de Mónica Xavier vale por su condición de senadora. Debió seguir en ese cargo simultáneamente con el de presidenta de su partido.

La discusión sobre el sueldo de los legisladores puede llegar al infinito. Es verdad que una parte de su ingreso va a las arcas de sus partidos o se destina a reforzar la secretaría y el equipo de asesores. Pero nos enoje o no, el cargo implica responsabilidades y riesgos. Alguien debe hacerlo y para ello necesita estar bien remunerado.

Que estos cargos sean pagos democratiza el quehacer político. Antes era una actividad en manos de aristócratas, de granjeros bien establecidos (los primeros congresistas norteamericanos lo fueron), de comerciantes o gente que tuviera alguna renta. El acceso a la política se democratizó con el pago de buenos sueldos.

En algunas redes se sugirió, para abaratar costos, reducir el Parlamento a cinco personas, cada una representando proporcionalmente el voto obtenido por su partido. Eso deja de lado el hecho que los partidos tienen corrientes internas y los legisladores de un mismo sector difieren ante un tema por el solo hecho de expresar a votantes de diferentes departamentos. La sola discusión plural de una ley ayuda a corregir errores, moderar radicalismos tontos, incorporar enfoques que no fueron tenidos en cuenta. Esto ocurre a diario.

Lo mismo sucede con la seductora tesis de instalar un sistema unicameral. En algún momento fui afín a ella, pero la experiencia enseña cuán sabio es que una Cámara discuta con pasión un proyecto y la otra pula sus defectos y ensalce sus virtudes. Unos se chequean a otros y eso está bien.

Alarma esta airada reacción contra el Parlamento, tras la provocación sindical. Por eso fue atinado que Chasquetti definiera tal provocación como “diabólica”. Se introduce un elemento perverso con un planteo “antipolítico que le hace daño a la democracia”.

El mes pasado el país presenció una fuerte presión a la Suprema Corte de Justicia, que mostró un sorprendente desconocimiento de cuál es su función en una democracia. Ahora surge este ataque contra el Poder Legislativo.

La democracia está construida sobre el explícito reconocimiento de la imperfección humana. Hace exactamente 200 años atrás, Artigas lo decía en su genial diagnóstico: “Es muy veleidosa la probidad de los hombres; sólo el freno de la constitución puede afirmarla”.

Y ese freno está en la saludable vigilancia y mutuo control que ejercen los tres poderes. Sabiendo que no hay hombres plenamente virtuosos, unos se chequean a otros para lograr que nadie asuma el poder absoluto. Por eso, con todas sus fallas, importan los parlamentos. Siguen siendo la garantía de la libertad.

Prefiero 130 legisladores, cuestionados y criticados, que un solo dictador.

Fuente: Semanario Búsqueda, jueves 11 de julio 2013.