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05.11.13

Tras el mazazo electoral, la Corte ayudó a Cristina

(DyN) Ni la dura derrota electoral ni el clima triunfalista que emborrachó a la militancia K tras el fallo contra el Grupo Clarín, han podido torcer aquella vieja comparación entre la verdad y la realidad que incluye como síntesis todo lo que subyace en la Argentina de hoy: crece la inseguridad, las bandas-narco ya operan a la vuelta de la esquina y se cristaliza la pobreza, mientras las reservas se agotan, las inversiones no llegan y los empleos se deterioran. En tanto, a la plata que está en el bolsillo de la gente se la come la inflación. Todo un cuadro bien oscuro por delante.
Por Hugo E. Grimaldi

(DyN) Al gobierno nacional le han sucedido demasiadas cosas durante la última semana que lo hicieron transitar de la depresión a la euforia en apenas 38 horas. Del velorio electoral amenizado por la sonrisa impostada del vicepresidente Amado Boudou el domingo bien tarde, el kirchnerismo pasó sin escalas al éxtasis del martes al mediodía, cuando al menos cuatro de las siete firmas de la hasta entonces odiada Corte Suprema de Justicia le pusieron un pulmotor al paciente.

Sin embargo, ni la dura derrota ni el clima triunfalista que emborrachó a la militancia K tras el fallo contra el Grupo Clarín, han podido torcer aquella vieja comparación entre la verdad y la realidad que incluye como síntesis todo lo que subyace en la Argentina de hoy: crece la inseguridad, las bandas-narco ya operan a la vuelta de la esquina y se cristaliza la pobreza, mientras las reservas se agotan, las inversiones no llegan y los empleos se deterioran. En tanto, a la plata que está en el bolsillo de la gente se la come la inflación. Todo un cuadro bien oscuro por delante.

A esos dos hechos de la periferia políticamente tan conmocionantes, que se aceleraron en horas como una película a la que se le da velocidad y al peligroso trasfondo económico-social derivado de las flaquezas del modelo y de su pésima ejecución, le falta un dato clave para comprender por qué esta última semana resultó ser todo un desbarajuste político: la desorientación que sigue provocando la ausencia formal de Cristina Fernández.

Ese corrimiento obligado por cuestiones médicas, muestra que el presidencialismo paternalista (o maternalista) sigue siendo para la población una zona de confort no negociable, una especie de seguro de que un ser providencial llegará siempre para auxiliar, de la mano de los que se presumen son los inagotables recursos públicos.

Personalismo y estatismo ya son parte de la cultura de la población, quizás con matices en la proporción de cada elemento, pero para casi todos los argentinos es algo metido muy adentro. En todo caso, si se observa el resultado de las legislativas del domingo pasado, ése parece ser el sesgo de la elección: los votantes eligieron personas, la primera de cada lista y no les interesó mucho más y por amplísima mayoría prefirieron a casi todas las que estaban en las listas de fuerzas que hacen del Estado una bandera. Ha sido entonces una compulsa entre pares, donde la diferencia sólo pareció haber estado más en las formas que en el fondo de toda la cuestión.

En general, al argentino medio no le importa demasiado que el Estado emita dinero o que genere controles que son finalmente un salvavidas de plomo (inflación, cepo cambiario), aunque terminen ahuyentando inversiones que son las que generan empleos genuinos. No parece interesarle tampoco demasiado que las empresas se asusten y se vayan del país o que el resto del mundo afine otra cuerda. No es preocupante para muchos que se hayan perdido mercados de exportación o que se hayan tirado por la borda los excedentes energéticos.

La idea de casi todos sería la de privilegiar a quienes desde el Estado son capaces de interpretar las necesidades de corto plazo, ponerle precios políticos a las tarifas vía subsidios, hacer mucha asistencia social y salirse de las reglas, aún en materia de convivencia o de derechos. En todos estos aspectos, el kirchnerismo ha sido un maestro de la interpretación de los deseos de la sociedad y lo que han hecho ahora los demás es copiar esas mañas y no prometer nada diferente, salvo mayor prolijidad.

Tanto parece haber sido así, que el triunfo del Frente Renovador del Sergio Massa se dio en casi todos los partidos del Conurbano donde las dádivas de los intendentes kirchneristas parecían asegurar voluntades. La gente, aún en sus carencias, votó contra muchas de las cosas de las que el oficialismo no se quiere hacer cargo ni quiere reconocer que están pasando en esos lugares: mayor pobreza, mucha droga y alta inseguridad.

Dejando de lado a quienes concurrieron a votar y sus motivaciones de corto plazo, que en general cuando la situación explota suelen olvidar, sobre todo la clase media, el aislamiento terapéutico de la Presidenta también dejó a los ejecutores del Gobierno bastante confundidos, a los militantes más obstinados a la intemperie y a la oposición en su conjunto más pendiente de los rumores que de ver cómo hacía para empezar a consolidar con hechos su extraordinario triunfo de hace una semana.

En este punto, el golpe más fuerte parece haberlo recibido debajo de la cintura del pantalón Daniel Scioli, quien nunca se imaginó que la lista que prohijaba en su provincia, porque el gobierno nacional se la tiró por la cabeza casi desesperado por el resultad de las PASO, iba a perder por más de un millón de votos, unos 12 puntos. No sólo los votantes le dieron la espalda, sino que el propio kirchnerismo lo provocó en caliente cuando lo subió al escenario de la ambigüedad.

El gobernador bonaerense había elegido hacer declaraciones solo para evitar algún bochorno, pero más allá de la sobre-actuación y de las frases hechas del vicepresidente ("El Frente para la Victoria se consolida como primera fuerza nacional") tuvo que hablar desde el escenario y le pusieron por delante de sus narices, vía teleconferencia, a algunos de sus pares ganadores en ese domingo y probables competidores para 2015, Jorge Capitanich y Sergio Urribarri. “Scioli tiene paciencia y es leal, pero no olvida”, avisan en La Plata.

Por su parte, la oposición en su conjunto, aunque ganadora en muchos distritos y por diferencias contundentes (Mendoza, Santa Fe, Córdoba, Capital Federal, etc.), no puede digerir aún que el kirchnerismo siga siendo la primera minoría en ambas cámaras y hasta ahora sólo especula con eventuales saltos de bancas de diputados y senadores que le hagan perder hacia el futuro la posibilidad de conseguir quórum propio.

Muchos de los referentes opositores (no es el caso de Massa, quien debuta en estas lides) tienen un lastre que los tortura, ya que recuerdan con sabor amargo los dos años que se dejaron arrebatar entre 2009 y 2011, cuando el oficialismo los puso en el freezer y el llamado Grupo A nunca pudo consolidar una agenda común e imponerla.

Si bien, al día siguiente de las elecciones asomaron las promesas en contrario de varios de ellos, lo sucedido luego con el fallo de la Corte los corrió una vez más de la iniciativa política, salvo algunas excepciones, aunque con diferente suerte. Elisa Carrió fue la más incisiva y denunció que se había concretado el pacto entre la Presidenta y el titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti, mientras que el PRO sólo atinó a presentar un pedido a los jueces para que suspendan temporalmente la sentencia, escrito que seguramente irá a parar al fondo de un cajón.

El fallo de la Corte tiene tres partes muy diferentes. Una resolutiva, donde de modo contundente seis de los siete miembros declararon la “constitucionalidad” de la Ley de Medios y hubo votos diferentes (cuatro a tres) en cuanto a cuestiones que hacen a los principios generales de la irretroactividad de las leyes y a los derechos adquiridos. Un segundo cuerpo está en los considerandos de los jueces para sustentar la sentencia, mientras que el tercero está en el mágico apartado 74 de la opinión de la mayoría, que es todo un capítulo en sí mismo.

Allí, pese a explicitar que se trata de algo no vinculante y dicho para que solamente se tome nota de lo abarcativo que pretende ser el fallo (“obiter dictum”) la Corte hace algunas “precisiones”:

a) Que los jueces no saben cómo funciona la Ley ni pretenden saberlo y que no se pueden expedir sobre aquello que las partes no le presentaron.

b) Que algunos planteos se hicieron sobre aspectos del funcionamiento de una Ley que aún no se verificaron.

c) Que “todo lo que se ha dicho acerca de la Ley y su propósito de lograr pluralidad y diversidad en los medios masivos de comunicación perdería sentido sin la existencia de políticas públicas transparentes en materia de publicidad oficial”.

d) Que la función de garante de la libertad de expresión que le corresponde al Estado queda “desvirtuada” si apunta a que los medios sean “meros instrumentos de apoyo a una corriente política determinada o una vía para eliminar el disenso y el debate plural de ideas” o si los medios públicos “se convierten en espacios al servicio de los intereses gubernamentales”.

e) Que “tampoco se puede asegurar que se cumplan los fines de la Ley si el encargado de aplicarla (la AFSCA) no es un órgano técnico e independiente”.

f) Que ésta deberá “respetar igualdad de trato… no discriminar… y garantizar el derecho de los ciudadanos al acceso de información plural”.

g) Que ciudadanos y consumidores pueden hacer valer “sus derechos por las vías que correspondan”.

Este listado de supuestos desvíos, que ADEPA denunció que “ya están sucediendo”, es el vericueto que dejó picando la Corte para que se utilice para atacar la Ley, ya no por inconstitucional, sino por arbitrariedades en su instrumentación. De la libertad de expresión, poco y nada. La sentencia se ocupa de ponderarla, pero poco hace para protegerla: son más importantes las compensaciones patrimoniales a Clarín que el derecho de los ciudadanos a informarse.

Con la cancha así marcada, el primer litigio en puerta será para saber si al Grupo Clarín le cabe o no la “adecuación de oficio” para descartar medios y hacerle vender lo que le sobra, según la Ley. La AFSCA dice que sí, porque la Corte sentenció que “todos los plazos han caído”. En tanto, los abogados de Clarín sostienen que eso no incluye los plazos que dictó la autoridad de aplicación, porque cuando lo hizo los protegía la cautelar y mal podían haber cumplido sin resignar derechos.

Los ministros actuaron políticamente y dejaron quizás adrede muchas cosas en el limbo. Si hasta el juez Eugenio Zaffaroni, el más cercano a Olivos, opinó que “cada una de las partes va a seguir judicializando" aspectos de la norma y admitió que “si yo fuera abogado de alguna de las partes haría eso y es previsible que lo vayan a hacer".

Con todo este panorama arriba de la mesa, el Gobierno alcanzó su instante de gloria, que ayudó a mitigar la paliza electoral y ahora, tras tener más cartas sobre la mesa, salvo las definiciones económicas que ya se vendrán más que pronto, comienza otra película, a la espera del retorno de Cristina.

Fuente: Agencia DyN (Buenos Aires, Argentina)