Artículos

26.11.13

Capitanich llega dos años tarde

(TN) La mejor opción para Capitanich tal vez sea hacer más o menos rápido un ajuste de las variables macroeconómicas que permita recuperar algo de competitividad y certidumbre sobre el futuro, y rezar para que en seis meses la economía vuelva a crecer. ¿Pero por qué Cristina conservaría luego a su lado a quienes habrán traicionado así su promesa de no devaluar, no perjudicar a los asalariados, no aceptar que el gasto público pueda ser inflacionario, etc.?
Por Marcos Novaro

(TN) Imaginemos que Jorge Capitanich recibía dos años antes, a fines de 2011, la distinción que acaba de conferirle Cristina, y desde la jefatura de gabinete de un gobierno recién legitimado en las urnas eludía la tentación facilista del cepo cambiario, convertía la idea de “sintonía fina” en un plan de acción más o menos consistente, desplazando a Moreno y desactivando el internismo en Economía antes de que empantanaran del todo la gestión, y haciendo algo de buena letra con el sistema financiero internacional evitaba que el país volviera a ser un paria, y hasta conseguía tomar algo de deuda. Eso más un ajuste paulatino de tarifas tal vez alcanzaba para que el “modelo”, que venía en loca carrera hacia el desastre, aterrizara más o menos suavemente.

De haber tomado por ese camino el gobierno podría estar mostrando a esta altura un país que, aunque con más o menos la misma tasa de inflación y sin crecer mucho más de lo que lo hace ahora, tendría más posibilidades de hacerlo en adelante. Sin espantar inversores en masa como viene sucediendo desde hace al menos dos años, y manteniendo dentro del redil a buena parte del peronismo y de los votantes, el kirchnerismo luciría lozano, con futuro.

Sería un país muy distinto. Tal vez no mucho mejor que el que padecemos. Tal vez incluso con más riesgo de chavizarse. Pero uno que no tendría por delante la espada de Damocles de una nueva crisis aguda de la economía y la gobernabilidad. Y en el que Capitanich podría soñar en serio con ser presidente.

¿Por qué eso no pudo ser? En gran medida porque Cristina dejó volar su imaginación y se dedicó a soñar con su re-re, con someter a la Justicia y la Constitución, y con fugarse de los problemas que había venido acumulando, a la espera de que se resolvieran solos y se evaporaran los costos asociados. Llegamos así a la actual situación, en que el oficialismo enfrenta un doble desafío: frenar cuanto antes la fuga de dólares de la economía y la de peronistas de la coalición de gobierno; sin muchas chances de lograr ninguna de las dos cosas.

No está todavía claro cómo piensa hacerlo, porque medidas concretas, hasta aquí, muchas no ha tomado: la demora en dejar atrás las generalidades y meter mano en los asuntos concretos es de por sí reveladora de lo complejo de la situación. Tal vez ya haya tenido tiempo de advertir lo provechoso que hubiera sido obligar a los funcionarios despedidos a firmar algunas medidas impopulares antes de irse, que ahora tendrá que firmar él y con las que no es muy recomendable empezar una gestión: tarifas, devaluación, topes a los salarios, etc.

Aunque hay que reconocer que algunas expectativas positivas logró concitar, y tendrá unos meses de tolerancia antes de que ellas se evaporen. Pero no demasiados: al ritmo que van las cosas, si para marzo no lograse una diminución importante del ritmo de fuga de ambos recursos en declive, dólares y peronistas, probablemente tenga que volverse al Chaco.

Es difícil, porque lo más tentador (para ella igual que para los demás sectores oficialistas) será cargarle los costos inmediatos y colocarse en la mejor posición para apropiarse de los potenciales beneficios futuros. Si la apuesta de la Presidenta es, como parece, preservar su relativamente buena imagen a como dé lugar, para seguir siendo la líder espiritual del movimiento y la gran electora aun después de dejar el sillón de Rivadavia, puede que las relaciones entre ella y su todavía aspirante a delfín no sean muy armónicas que digamos.

La mejor opción para Capitanich, además, tal vez sea hacer más o menos rápido un ajuste de las variables macroeconómicas que permita recuperar algo de competitividad y certidumbre sobre el futuro, y rezar para que en seis meses la economía vuelva a crecer. ¿Pero por qué Cristina conservaría luego a su lado a quienes habrán traicionado así su promesa de no devaluar, no perjudicar a los asalariados, no aceptar que el gasto público pueda ser inflacionario, etc.?

Allí estarán, además, sus otras opciones a la mano para la sucesión. Ni Urribarri ni Scioli van a abandonar sus aspiraciones. El bonaerense, pese a que recibió un nuevo baldazo de agua fría con la salida de Abal Medina, el principal promotor en el Ejecutivo nacional de un acuerdo anticipado con él para dar seguridad a la transición. Urribarri, porque probablemente seguirá siendo más confiable que su par chaqueño para muchos en el núcleo duro del cristinismo, y puede que ingrese pronto al Ejecutivo o reciba un espaldarazo oficial para hacerse de la conducción del PJ.

Todo este panorama da continuidad al método k de dilatar las cosas y gobernar en base a la incertidumbre, para conservar la mayor libertad de acción posible. Algo que en otra época le sirvió al oficialismo para volver a todos dependientes de sus decisiones, pero en los últimos dos años, debería ya haberlo advertido, le hizo perder tiempo y habilitar estrategias cada vez más autónomas en su propia fuerza, lo que ha complicado enormemente el cuadro general.

Y revela finalmente un problema aún mayor: la escenografía montada por un jefe de gabinete hiperactivo, con poder propio y aspiraciones presidenciales, no debe hacer olvidar que Cristina, igual que Perón en su tiempo, en el fuero íntimo prefiere la opción de “que su único heredero sea el pueblo”, antes que cualquier mortal que pueda opacar su liderazgo. No vaya a ser que quien la suceda en sus funciones logre desempeñarlas mejor que ella y opacarla.

De allí que la distribución de cargos entre camporistas, pingüinos y peronistas conserve un delicado equilibrio, con el que se asegura que nadie pueda mover un dedo sin que ella lo sepa y autorice.

Y de allí que, aunque Capitanich y muchos otros puedan razonablemente lamentarse de los dos años perdidos y añorar cuánto más fáciles para ellos podrían haber sido las cosas si ya en 2011 se daban algunos pasos que parece recién ahora se discutirán, deberían advertir que de todos modos nunca nadie tuvo mayores chances de heredar un proyecto que no quiere ser heredado.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)