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06.03.14

Ante un eventual tercer acto de la «era progresista» en Uruguay

(El Observador) Lo primero que hay que decir es que hay que esperar mucha más continuidad que cambio. Padecemos de una ilusión óptica. Tendemos a creer que gobierna el presidente. No es cierto. Parece que gobierna el presidente pero, en verdad, gobierna su partido. Tanto los realizaciones como las frustraciones de la última década se explican mucho mejor por las características del Frente Amplio que por el perfil de Tabaré Vázquez y José Mujica, las caras más visibles de ambos gobiernos.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Dentro de un año exactamente estará asumiendo sus funciones el nuevo gobierno. Todos los analistas políticos coincidimos en que el escenario más probable es el de un nuevo triunfo electoral del Frente Amplio. Dado el favoritismo del FA vale la pena, creo, detenerse a analizar qué es lo que la ciudadanía podría esperar de un eventual tercer acto de la “era progresista”.

Lo primero que hay que decir es que hay que esperar mucha más continuidad que cambio. Padecemos de una ilusión óptica. Tendemos a creer que gobierna el presidente. No es cierto. Parece que gobierna el presidente pero, en verdad, gobierna su partido. Tanto los realizaciones como las frustraciones de la última década se explican mucho mejor por las características del FA que por el perfil de Tabaré Vázquez y José Mujica, las caras más visibles de ambos gobiernos. Son pocas, muy pocas, las políticas en las que el presidente logró dejar su impronta personal: la lucha contra el tabaquismo y el Plan Ceibal, en el caso de Vázquez; el giro latinoamericanista y mercosureño en la política exterior, en el de Mujica. En la inmensa mayoría de los temas, gobernó el FA y no el presidente. Vázquez no pudo avanzar en el TLC con EEUU. Mujica no pudo concretar la reforma educativa. Sin el apoyo de su partido el presidente no puede gobernar. El gobierno de Mujica fue mucho más continuista respecto al de Vázquez que lo que muchos esperaban. Un nuevo mandato de Vázquez, por las mismas razones, ofrecerá mucha más continuidad que novedad.

En el plano de la gobernabilidad habría que esperar algunos cambios un poco más relevantes que en el de la agenda de gobierno. Mujica debió gobernar sin ser reconocido como líder de su partido. Nunca intentó serlo (ni siquiera puso demasiado entusiasmo en controlar a su propia fracción). Si Vázquez retornara a la presidencia volverían a coincidir en una misma persona el liderazgo partidario y la jefatura de gobierno. Esto, obviamente, simplificará la gobernabilidad. De todos modos, ni Vázquez ni su poder en la interna del FA serán idénticos a los de su primer mandato. Es un líder declinante. Mal que le pese está teniendo que soportar el desafío permanente de Constanza Moreira. Si mis sospechas son correctas, después de junio deberá aceptar un candidato a la Vicepresidencia que represente al “ala izquierda” del FA.

Cabe preguntarse si, llegado el caso, Vázquez intentará seriamente recorrer el mismo camino que Mujica en lo relacionado con el vínculo con los partidos de oposición. Es evidente que tiene menor predisposición que él a abrir las murallas de la ciudadela frenteamplista. Sin embargo, a su sucesor le dio buen resultado la política de convocar a comisiones multipartidarias. Esto le permitió ganar apoyo en la opinión pública y blindar políticamente algunas innovaciones de relieve. Por otro lado, ¿logrará que la oposición se integre en tareas de contralor en las empresas públicas?

Los uruguayos sabemos de sobra que, además de la gobernabilidad política, importa mucho la gobernabilidad social. Vázquez tendrá que lidiar con un movimiento sindical que ha crecido mucho, por efecto de las propias políticas ensayadas por el FA, durante los últimos años. Los dirigentes sindicales, en su gran mayoría, prefieren que el FA siga gobernando y cooperan con el partido de gobierno todo lo que pueden. Pero la única forma que tienen de conservar apoyo entre los trabajadores es demostrando, todos los días, que son capaces de presionar al gobierno y obtener nuevas “conquistas”. Si no lo hacen, si no confrontan con el gobierno, corren el riesgo de perder sus cargos de dirección. En suma, tampoco en el plano social la tendrá fácil.

Hemos discutido mucho durante el año pasado acerca de qué puede pasar con la política económica en un eventual tercer mandato del FA. El documento aprobado por el Congreso ha sido exhibido, por los bandos en pugna dentro del FA, como evidencia definitiva de la victoria de sus posiciones. Todos ganaron, todos perdieron. Es evidente que el documento final es una transacción bien lograda entre los astoristas y el extenso y variado abanico de quienes siguen pretendiendo cambios significativos en la política económica. Dada la tendencia declinante que muestra el poder político del astorismo lo más probable es que, si le toca gobernar, Vázquez deba aceptar que la política económica se siga alejando de ese enfoque y continúe aproximándose al de sus adversarios en la interna. Esto implica más Estado, más impuestos, más apuesta a las políticas sectoriales, más énfasis en el papel de la innovación, la ciencia y la tecnología en el desarrollo, más énfasis en la integración regional que en la apertura comercial.

Dejo para el final una de las preguntas que me parece más importante. ¿Qué estará dispuesto a hacer Vázquez con la política educativa? ¿Se tomará el trabajo de meter el bisturí a fondo o se limitará a quitarle importancia a los problemas y a incorporar correcciones en el margen? El país, a lo largo de estos años y gracias a la obstinación del presidente Mujica, ha venido acumulando energía para una reforma importante. Para que la energía potencial se convierta en energía cinética hace falta un presidente dispuesto a despeinarse y a complicarse la vida. El resorte está apretado. ¿Vázquez estará dispuesto a soltarlo? Es muy importante que le avise a los electores con tiempo.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)