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09.06.14

Boudou y el kirchnerismo como farsa

(TN) La sabiduría popular sostiene que un tonto puede hacer más daño que los malvados, los que aquí llamamos predadores, precisamente por su incapacidad para servir siquiera, como éstos, a su propio interés.
Por Marcos Novaro

(TN) Dice mucho del proyecto oficial, y nada en el buen sentido, que haya quedado atrapado con todas sus armas y bagajes, desde los de la movilización militante hasta el manejo runflero de la Justicia, pasando por la polarización populista entre el pueblo y las corporaciones, en el pantano en que lo metió la codicia farandulesca y desorbitada de Amado Boudou.

El asunto ya había cobrado estado público con Lázaro Báez, Fariña y compañía. Pero ahora quedó bien en claro que no se trataba de un desmanejo del entorno ni de una excepción, sino que ha sido la regla y una que rige en el mismo corazón del poder.

Boudou tiene bastante razón cuando explica que él “le cumplió a Néstor” y que no hizo nada que no se le haya enseñado. Finalmente, cuando la Presidenta dio como toda explicación sobre su fortuna que ella era “una abogada exitosa” demostró tener la cara tan o más dura que el vicepresidente cada vez que repite que no conoce a Vanderbroele. ¿Por qué no vamos a concederle al vice su oportunidad de dar una excusa ridícula, si también él tiene en su haber el recontramanoseado 54%?Hay que reconocer, con todo, que en Boudou algunos de los rictus más patológicos del oficialismo adquieren una visibilidad y crudeza particular.

Cuando en el Ejecutivo se decidió ir con todo contra el juez Lijo, sus tweets fueron tan vulgares e indignos de su función (como ese que prepoteaba al magistrado retándolo a “dejar que lo que le cuenta a algunos periodistas lo pueda ver toda la gente”, o el que directamente lo acusaba de un grave delito, darle acceso al expediente a periodistas de Clarín y La Nación, que supuestamente desfilan como panchos por su casa en su despacho) que debió borrarlos a las pocas horas. El tipo de comportamiento que suelen adoptar D´Elía y otros provocadores profesionales del Gobierno.

Pero que en el caso de Boudou, anotemos, no cabe explicar sólo por su propensión personal al mal modo, sino que obedece a un encargo que recibió evidentemente de arriba: en el colmo de la indignidad ha sido invitado a asumir el papel de matón cadenero de su propio caso, pues le han dejado en claro que nadie hará el trabajo sucio por él.

¿Tiene alguna lógica para el gobierno llevar el escándalo Ciccone a semejante nivel de escándalo y confrontación? Por de pronto lo que puede concluirse de su comportamiento es que la Casa Rosada prefiere que Boudou pase por un inmoral predador antes que por un tonto, a sabiendas de que de la tontería no se vuelve, ni nadie espera jamás ningún beneficio de quienes la padecen. Lo que parece estar en línea con preferencias morales muy extendidas y largamente cultivadas en nuestra sociedad. Aunque en este caso puede que también en ello el oficialismo se equivoque.

El proyecto kirchnerista siempre se caracterizó por simular una actitud moral por completo desproporcionada a sus comportamientos concretos. La más cruda expresión de ello ha sido la pretensión de incorporar a Néstor Kirchner al panteón de héroes nacionales que se sacrificaron por el bien del país y del prójimo. Algo que, en la tradición peronista, sólo podría compararse con el autosacrificio atribuido a Eva Perón.

Con todo, la elite oficial sabe sin duda muy bien que la imagen que siempre predominó en la sociedad del fundador del “proyecto k”, igual que de su mujer y sucesora, fue una bastante distinta, parecida a la de Menem y tantos otros jefes peronistas, y que los define como predadores autointeresados, que en su mejor momento algún beneficio también brindaron a los demás, aunque nunca se pudiera dar por descontado que lo hicieran.

Con toda lógica, entonces, parece ser que el gobierno asume que si tal conducta le fue hasta aquí tolerada, y hasta festejada, lo que debe evitar es que en adelante se lo sindique como dañino tanto para sí como para los demás, es decir, como tonto. Y hacerlo en el caso de Boudou vendría a ser como la prueba de fuego de que se va poder seguir haciéndolo en el futuro, un ensayo general para lo que se viene de aquí en más, cada vez más lejos del poder.

El problema es que, en la situación en que ha sido sorprendido, Boudou tiene muy difícil cumplir esta función. Nunca le cupo mejor que ahora el apelativo con que desde hace tiempo suele identificarlo Jorge Asís: “el descuidista”. Mote que alude bien a su peculiar circunstancia de ser no sólo capaz de hacer daño a otros, sino de hacérselo también a sí mismo y a su grupo de pertenencia.

La sabiduría popular sostiene que un tonto puede hacer más daño que los malvados, los que aquí llamamos predadores, precisamente por su incapacidad para servir siquiera, como éstos, a su propio interés.

¿Pero qué conclusión cabría sacar si aquél finalmente le complica las cosas a éstos? Tal vez este termine siendo el inesperado e involuntario pero igualmente valioso servicio que Amado Boudou le preste a la república: con su infinita torpeza poner en el tapete hasta qué punto nos han perjudicado quienes finalmente siempre buscaron exclusivamente su propio beneficio, aun a costa de dañar a todos los demás.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)