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11.08.14

Cristina cambió, ¿se equivocó?

(TN) En términos económicos tal vez un arreglo a principios de 2015 sea mejor que uno ahora: cuando la economía haya tocado fondo podría ser más efectiva la buena noticia de que el gobierno arregló el entuerto y empieza su último año electoral con algo más de financiamiento a la mano. En términos políticos, en tanto, es aún más seguro que la apuesta tiene algunas chances de funcionar.
Por Marcos Novaro

(TN) Entre enero de este año y los últimos días de julio el gobierno de Cristina Kirchner intentó el camino del pragmatismo económico. Pagó costos políticos ante sus fieles por hacerlo. E incluso empezó a pagar algunos costos económicos: hace pocos días depositó varios cientos de millones al Club de París.

Pero a fin del mes pasado dio un giro abrupto, abandonó ese curso y entró en default. ¿Por qué lo hizo? Y lo que es tal vez más importante, ¿se equivocó al hacerlo o respondió a un cálculo racional y razonable, al menos en relación a sus premisas y objetivos?

El primer factor que operó en favor de este cambio fue, sin duda, el inesperado cachetazo que le dio la Corte Suprema de Estados Unidos, al rechazar su apelación por el fallo de Griesa. Que Cristina y los suyos interpretaron como una operación cuya autoría en última instancia cabía atribuir a la Casa Blanca.

Le siguieron los informes según los cuales la recesión ya se había extendido y difícilmente se revertiría en lo inmediato, por más que se lograra acordar con los holdouts y a continuación tomar algo de crédito externo. Que igual iba a ser bastante caro y escaso.

Pero sobre todo parecen haber influido varios factores políticos. En primer lugar, los problemas judiciales de Amado Boudou y el creciente consenso social respecto al carácter bastante corrupto del kirchnerismo. Algo que es bastante novedoso, aunque resulte difícil explicar por qué lo es para una opinión pública siempre inclinada a creer que los gobernantes son inescrupulosos y aprovechados.

En segundo lugar, y lo que tal vez sea más sintomático y paradójico, influyeron las dificultades de Scioli y Randazzo para crecer en las encuestas. Y, más comprensiblemente, su renuencia a compartir los votos que esperan conseguir con el kirchnerismo puro y duro. Los emisarios que éste envió en los últimos tiempos a sondear cómo pensaban estos dos presidenciables armar sus listas para 2015 no se llevaron respuestas muy gratificante: ambos, Daniel Scioli y Florencio Randazzo, con variaciones menores entre sí, creen que tienen que mostrar ser promotores de cierta renovación para poder atraerse los votos que necesitan para ser competitivos entre sí y frente a otros aspirantes como Sergio Massa y Mauricio Macri, y eso significa adquirir cierta autonomía del elenco estable oficial, en particular de los camporistas y demás kirchneristas puros; todo lo contrario de lo que necesitan estos, que esos candidatos se conformen con ser la frutilla de un postre que armen con sus exclusivas manos.

Es la combinación de búsqueda de competitividad y dificultades para alcanzarla lo que más complica las cosas. Si Scioli en particular pudiera demostrar que será capaz de atraer más de 25 o 30 puntos en la primera vuelta de las presidenciales, cuando se votará por los legisladores nacionales, seguramente podría el kirchnerismo conformarse con un porcentaje más acotado de las nominaciones; pero eso no sucede, ni tiene visos de que vaya a suceder. Peor aún es la situación en el caso de Randazzo. Así que lo que los K se ven obligados a plantearles es todo o nada: o les dan el monopolio de las listas, o que se arreglen solos y no cuenten con su apoyo.

La combinación de las dificultades económicas y políticas reseñadas parece haber sido, en resumen, la que inclinó la balanza en las tratativas con los holdouts y el facilitador de Griesa en contra de un acuerdo. Y a su vez la opción de la radicalización, una vez abierta, se alimentó a sí misma hasta imponerse.

¿Intervino también la ideología? ¿El antinorteamericanismo y antiliberalismo tan caro a la tradición nacional y popular? Si algo de eso sucedió, a diferencia de lo observado en las tratativas con el Club de París, no fue porque éste parezca más cool y menos imperialista, sino porque se las arregló para darle alguna cabida a las necesidades del relato k: excluyó al FMI sin problema, a cambio claro de que les reconocieran todos los intereses y punitorios. Griesa en cambio no ofreció, porque no podía, más que la defensa estricta de los procedimientos y leyes de su país, y eso implicó no darle ninguna vía de escape al autobombo nacional y popular. Pese a que en términos monetarios sí se ofreció opciones bastante más flexibles y económicas que la del frío cumplimiento de su fallo original.

Pero más allá de estas consideraciones ideológicas y marketineras no parece que la decisión de Cristina se haya fundado en ideas, el relato o la difusa ideología que dice defender. Hubo cálculo, bueno o malo. Y tal vez no tan malo.

Para empezar, en términos económicos tal vez un arreglo a principios de 2015 sea mejor que uno ahora: cuando la economía haya tocado fondo podría ser más efectiva la buena noticia de que el gobierno arregló el entuerto y empieza su último año electoral con algo más de financiamiento a la mano.

En términos políticos, en tanto, es aún más seguro que la apuesta tiene algunas chances de funcionar. No tanto por el ánimo de reivindicación nacionalista que está promoviendo, y que en verdad no importa demasiado a la mayoría de los votantes, aunque puede acomodarse a la forma de ver el mundo de muchos de ellos. Sino sobre todo por las perspectivas que abre para una campaña kirchnerista pura y a la defensiva.

La clave del asunto es que en los cálculos oficiales, con una campaña de ese tipo encabezada por Cristina, no se sacarían muchos menos votos que con las que podrían hacer Scioli, Randazzo o cualquier otro candidato. Porque un Gobierno en ejercicio, y más una presidenta medianamente popular, tienen un piso de votos a su favor. Y porque muchos votantes van a sufragar con lógica defensiva, para no perder más de lo que ya están perdiendo de lo conseguido en estos años. Por lo que no habría muchos motivos para compartir esos votos con nadie de afuera del riñón.

Si Cristina cree que levantándole el brazo a cualquiera sacaría más o menos los mismos votos que yendo atrás de Scioli, o de Randazzo, ¿para qué hacerse tanto problema con lo que ellos quieran o necesiten para las listas de legisladores, o reclamen hacer en el gobierno para que no les sea tan difícil llegar a presidente?

Mejor un 30% propio, de fierro, que sirva para renovar todas las bancas que se ponen en juego el año que viene, que son un montón (todas las conseguidas en 2011), y para fidelizarlas lo más posible hacia adelante, que tratar de conseguir, pongamos el caso, 35, incluso 40 %, pero compartido con un montón de facciones peronistas en ninguna de las cuales se puede confiar en lo más mínimo.

El cálculo político puede ser correcto. Ahora, ¿qué sucede si el económico falla y horada la eficacia de la estrategia electoral? ¿Qué sucede si de aquí a enero se produce una crisis social peor que la de los saqueos con que se cerró el año pasado? ¿O si la recesión es tan profunda que no hay nada que alcance a revertirla antes de la elección? Y más importante aún: supongamos que en enero se avanza hacia un rápido arreglo, ¿no se desactivará el conflicto “patria o buitres” y con él toda la ventaja política que ahora se puede haber conseguido? Si ese riesgo existe, ¿no se vuelve entonces más razonable arreglar antes o bien ir a un default más general y prolongado, reestructurar toda la deuda bajo ley de EEUU, por ejemplo, manteniendo abierto el conflicto hasta 2016?

Esto último es lo que creen que Argentina hará en varios bancos internacionales y calificadoras de riesgo. Pero de nuevo: ¿Sería un error o puede funcionar? Los riesgos de que no funcione y haya una crisis seria crecen en este caso, claro, pero no hay que descartar del todo las chances de que el oficialismo, de seguir este camino, se salga con la suya: un default sólo de los bonos con ley de EEUU alentaría a los tenedores de todos los demás, la gran mayoría, a mostrarse moderados y ayudar al gobierno a llegar más o menos en pie a las elecciones; lo mismo considerarán conveniente los empresarios con “riesgo argentino”.

El problema principal será, en todo caso, de orden temporal: tal vez en principio parezca que sí puede salir bien la apuesta, y entonces Cristina avance por esa vía, hasta que sea ya tarde para cambiar de plan si empieza a surgir evidencia de que el riesgo era real y el barco enfila directo al acantilado, con una economía en caída libre y un gobierno perforando el piso hasta entonces aparentemente firme de su apoyo social. Todo parecido con la crisis del campo de 2008 sería una perfecta casualidad. Y cerraría con triste simetría el periplo del liderazgo cristinista.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)