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12.11.14

La era progresista: tercer acto

(El Observador) «La historia es un cementerio de aristocracias» escribió, hace casi un siglo, Vilfredo Pareto. La elite frenteamplista sustituyó hace una década a la colorada y blanca que venía gobernando, compitiendo y cooperando entre sí en entretenidos ejercicios de geometría variable, desde la restauración de la democracia en adelante. La aristocracia frenteamplista está menos desgastada de lo que parecía. Todavía tiene sueños, proyectos, líderes, recursos técnicos y reservas morales.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Supongamos que, como todo hace pensar, Tabaré Vázquez termina superando a Luis Lacalle Pou en el inminente balotaje. ¿Qué se puede esperar de su nuevo mandato? ¿Qué continuidades y cambios habría respecto a los dos anteriores? A empezar a esbozar respuestas a preguntas como estas están dedicadas las líneas que siguen.

El FA, como las socialdemocracias modernas, aspira a seguir conciliando crecimiento con igualdad. El objetivo, por tanto, será el mismo que lo animó durante estos años. El libreto, no obstante, experimentará algunos cambios significativos en las dos dimensiones mencionadas.

Empecemos por la economía. El astorismo seguirá ocupando los principales cargos relacionados con la macroeconomía. Pero la estrategia general, lo que con algún exceso solemos denominar “modelo de desarrollo”, responderá esencialmente a otro guión. El que se viene, el tercer mandato del FA, está llamado a ser un gobierno más desarrollista que los dos anteriores.

En el FA, como he escrito en otras oportunidades, conviven tres visiones sobre el desarrollo económico. En un polo, en el más cercano a la posición de los partidos tradicionales desde 1985 a 2004, aparece el del team de economistas liderados por Danilo Astori, Mario Bergara y Fernando Lorenzo. Es un enfoque del desarrollo que pone el acento en la necesidad de construir buenos mercados a través de poderosas regulaciones públicas (“reglas de juego”). En el polo opuesto, comunistas y emepepistas aceptan el capitalismo sin renunciar al socialismo. En el medio, los desarrollistas proponen, con la “nueva CEPAL”, un “cambio estructural para la igualdad”. Como comunistas y emepepistas, los desarrollistas apuestan a seguir fortaleciendo el papel del Estado y la vieja tradición “dirigista”.

Cada una de estas tres corrientes ha tenido, durante estos años, una parte del poder. Emepepistas y comunistas mantienen su peso en el Parlamento. Los astoristas, en cambio, cuando se integre el nuevo Parlamento, habrán visto reducir su bancada en el senado a la mitad (de seis a tres senadores). El vector que ha crecido, mientras tanto, es el desarrollista, cuya cara más visible es Raúl Sendic. El Grupo de los 8, que encarna la alianza de las dos corrientes internas que no acompañan el enfoque astorista, está llamado a tener un papel preponderante en el gobierno. El énfasis pasará de la estabilidad en las “reglas de juego” a la promoción de cadenas de valor, y de la construcción de mercados bien regulados a las políticas industriales selectivas.

Sigamos por las políticas sociales. El que se viene volverá a ser, como los anteriores, un gobierno presidido por el ideal de la igualdad. En ese sentido, habrá que prestar especial atención al diseño final y la implementación (que, según se ha anunciado, será progresiva), del Sistema Nacional de Cuidados, una iniciativa tan ambiciosa en términos morales como costosa en términos fiscales.

Por último, y no por ello menos importante, el tercer mandato del FA está obligado a llevar adelante una profunda reforma de la educación pública. Por primera vez en 10 años el FA, como partido, ha asumido que tiene un gran desafío crucial en este sentido. Por primera vez, tras una década en el poder, la izquierda se tomó el trabajo de elaborar una propuesta de cambios a la altura de la gravedad del asunto.

Dejemos de lado el qué para detenernos, aunque sea brevemente, en el cómo. En términos de gobernabilidad no hay que esperar grandes novedades. La mayoría parlamentaria le permitirá al FA seguir disfrutando del esquema que prefiere, en el que se siente más cómodo, el del gobierno de partido. Vázquez ha venido haciendo declaraciones conciliadoras hacia la oposición. Viene prometiendo, siguiendo en este sentido los pasos de Mujica, construir grandes acuerdos en torno a temas clave. Ojalá lo intente y lo consiga. Pero hay buenas razones para pensar que un resultado demasiado contundente a su favor en el balotaje pueda ser leído, por él y su partido, como un mandato en el sentido contrario. Como siempre, como ha ocurrido con otros partidos en el gobierno (pienso, ahora, por ejemplo, en algunos malos momentos de los colorados mientras fueron el partido más votado), el principal peligro de los partidos gobernantes es resbalar hacia la soberbia.

“La historia es un cementerio de aristocracias” escribió, hace casi un siglo, Vilfredo Pareto. La elite frenteamplista sustituyó hace una década a la colorada y blanca que venía gobernando, compitiendo y cooperando entre sí en entretenidos ejercicios de geometría variable, desde la restauración de la democracia en adelante. La aristocracia frenteamplista está menos desgastada de lo que parecía. Todavía tiene sueños, proyectos, líderes, recursos técnicos y reservas morales. El contexto regional e internacional no será tan favorable como durante la primera década de la Era Progresista. Sin embargo, nada me hace pensar que el FA durante el próximo quinquenio vaya a fracasar. Eso sí, me inclino a pensar que tenderá a aumentar el papel del Estado, el poder de los trabajadores organizados, y la presión sobre precios y cuentas públicas.

Cae sobre la oposición la pesada responsabilidad de encontrar la forma de desafiar el renovado predominio frenteamplista. Pero dejemos esto para después del balotaje.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)