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15.01.15

El problema de la intolerancia es global

(Diario Río Negro) El principio de tolerancia supone aceptar al que piensa distinto o adopta otra opción cultural, religiosa o sexual. ¿Cuál es el motivo por el que resulta tan difícil aceptar al que piensa distinto, al diferente? El principio político de la tolerancia no está alejado del principio de aceptación de la pluralidad ideológica. A diferencia del primero, donde aceptamos la libertad del otro para pensar distinto, con la pluralidad admitimos que no somos portadores de la verdad y que existen otras formas de aproximarse a la verdad como ideal inalcanzable.
Por Aleardo F. Laría

(Diario Río Negro) En nuestra cultura occidental, las guerras de religión parecen cosas del pasado. Por ese motivo nos sorprende y nos abruma ver cómo se introducen en el presente. En 1648 se firmó la Paz de Westfalia, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años en Alemania y la larga disputa entre España y los Países Bajos. Los tratados firmados, basados en el principio de soberanía territorial, dieron lugar a la fundación de los Estados modernos. Pero la Paz de Westfalia, fundamentalmente, supuso el fin de las guerras de religión que tuvieron lugar como consecuencia de la Reforma Protestante y la Contrarreforma propiciada por la Iglesia Católica. Se pusieron así las bases de la tolerancia religiosa, que es la acepción más general del término, la de credos religiosos diferentes del propio.

El principio de tolerancia supone aceptar al que piensa distinto o adopta otra opción cultural, religiosa o sexual. ¿Cuál es el motivo por el que resulta tan difícil aceptar al que piensa distinto, al diferente? Según Iring  Fetscher ("La tolerancia", Ed. Gedisa), la causa de la intolerancia religiosa es debida a que la fe religiosa no se basa en razones evidentes. Está apoyada en la creencia compartida en ciertos hechos revelados en el seno de una comunidad de creyentes.

De allí que la existencia de personas y comunidades que cuestionan o no comparten esas creencias da lugar a una gran inseguridad. Es necesario hacer desaparecer esos incómodos testigos que demuestran que se puede vivir de modo diferente o que se puede encontrar apoyo en otras creencias.

El integrismo de raíz islámica representa un rechazo rotundo de la modernidad y del principio de tolerancia. Se entiende por integrismo la actitud intelectual caracterizada por mantener incólumes los componentes esenciales de un dogma religioso. Se diferencia del fundamentalismo en que éste busca en el pasado las esencias fundantes de una religión o una concepción ideológica o política, aunque luego, en la realidad, ambas posiciones se confundan. El islam no recibió el embate del pensamiento crítico de la Ilustración ni experimentó, como el cristianismo, la necesidad de actualizarse frente a la crítica proveniente de la Reforma Protestante. Por consiguiente no recibió los aires reconstituyentes de un discurso democrático, republicano, laico y emancipador.

Es cierto que ese discurso de la modernidad fue llevado en andas a los países árabes por el colonialismo europeo. De manera que, en ocasiones, la negación de los valores occidentales de progreso fue un modo de ejercer la resistencia refugiándose en las tradiciones religiosas.

Esta confusión intelectual ha llevado al integrismo a rechazar la separación entre religión y política, lo que supone negar las bases mismas de la concepción democrática. Para algunos intelectuales integristas la democracia es una fórmula nefasta dirigida a corromper el mundo. Lo que explica también ese regreso furibundo a la aplicación de penas espantosas, que hieren nuestra sensibilidad basada en el respeto al ser humano.

Ahora bien, no debiéramos olvidar que el integrismo radical, que toma el camino de la acción armada, representa a grupos minoritarios de la comunidad musulmana. Llevados por el fanatismo ideológico, adoptan una visión de la religión que está en las antípodas de toda concepción religiosa, basada por definición en el máximo respeto a los derechos humanos. El principio bíblico que ordena "no matarás" está en la base del hecho religioso que supone un esfuerzo dirigido a cultivar los sentimientos más dignos del ser humano y reprimir las fuerzas viscerales de la emoción violenta.

El principio político de la tolerancia no está alejado del principio de aceptación de la pluralidad ideológica. A diferencia del primero, donde aceptamos la libertad del otro para pensar distinto, con la pluralidad admitimos que no somos portadores de la verdad y que existen otras formas de aproximarse a la verdad como ideal inalcanzable.

Esta regla de que nadie es poseedor de la verdad y todos participan en su búsqueda no siempre es aceptada en nuestra sociedad occidental. La Iglesia Católica, en ocasiones, denuncia esta postura como formando parte de un inaceptable relativismo moral. Y en nuestra práctica política cotidiana, las posiciones ideológicas del adversario son demonizadas como expresión de deseos inconfesables, no como simple expresión de una opinión diferente. De modo que no caigamos en el error de pensar que los problemas de intolerancia y falta de pluralismo pertenecen a otras culturas y no nos conciernen. Conviven también entre nosotros.

Fuente: Diario Río Negro (Pcia de Río Negro, Argentina)