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16.01.15

Block

(Bastión Digital) A diario, dentro de cada uno de nosotros yace una voz autoritaria que frente a la diferencia que el otro nos susurra, lo bloquea. Decidimos así que el mundo sea cada vez más nosotros mismos y menos esa diversidad característica de un nosotros plural que acepta que el monologo es infecundo para comprender la complejidad.
Por Nicolás José Isola

(Bastión Digital) Vivimos un cierto desamparo al calor de los bloqueos de la palabra. El dar y recibir la palabra es uno de los tantos gestos de una democracia madura. Dar la palabra a los propios y recluir al ostracismo a los que no son o no piensan como nosotros forma parte de los modos con los cuales nos denegamos el acceso a otros mundos diferentes del propio. 

Nuestra cotidianeidad como sociedad aparece atravesada por los diversos modos que tenemos de comunicarnos. Somos lenguaje. Nos decimos y desdecimos con nuestras acciones y omisiones. Nos encontramos y nos desencontramos con otros al calor de las palabras. Nos decimos palabras malas cuando nos sentimos amenazados y nos decimos bien, es decir, nos bendecimos, cuando nos amamos.

En nuestros modos del lenguaje se juegan nuestros modos del ser. Somos hablando y callando. En este punto yace una cuestión que tiende a manifestarse con cierta frecuencia en nuestra sociedad. Suele ocurrir que ante las disonancias propias de la vida en comunidad damos rienda suelta a la clausura del otro. En las redes sociales, a quien alguna vez le pedimos amistad podemos bloquearlo (todo un verbo en la historia de los intercambios económicos internacionales).

En esa dinámica vivimos un cierto desamparo al calor de los bloqueos de la palabra. El dar y recibir la palabra es uno de los tantos gestos de una democracia madura. Dar la palabra a los propios y recluir al ostracismo a los que no son o no piensan como nosotros forma parte de los modos con los cuales nos denegamos el acceso a otros mundos diferentes del propio, así el “demos” muda “auto”.

Este ejercicio de la censura invisible pero cotidiana, nos muestra en más de una oportunidad como golpistas, intentando ocluir las diversas voces que componen el tejido social. Lo cual da lugar a una monofonía que dice el modo en que la vida y las costumbres deben ser vividas.

A diario, dentro de cada uno de nosotros yace una voz autoritaria que frente a la diferencia que el otro nos susurra, lo bloquea. Decidimos así que el mundo sea cada vez más nosotros mismos y menos esa diversidad característica de un nosotros plural que acepta que el monologo es infecundo para comprender la complejidad.

Como moderadores del discurso vamos impidiendo que se den diálogos que permitan la consolidación de otras voces que hagan posible que en la disonancia exista respecto y encuentro. Bajo un lema imperceptible que proclama “no cederás” somos empecinados argumentadores de la autorreferencial palabra propia que se repite como letanía que lleva al fracaso de la soledad verbal y social.

Son muchos los modos en que estos formatos de la censura se plasman en la vida social y política argentina, por ello nuestros diálogos plurales son escasos y nuestras dificultades son tantas.

Fuente: Bastión Digital (Buenos Aires, Argentina)