Artículos

22.04.15

Una coalición amplia, un mejor gobierno

(Clarín) ¿Por qué los numerosos ejemplos de realineamientos políticos y políticas innovadoras en la región despiertan tantas reticencias aquí- como es el caso del acuerdo entre la UCR y el PRO de cara a las próximas elecciones? ¿Por qué no habría de prosperar una coalición de gobierno para salir del lodazal que ahoga a la política hoy?
Por Liliana De Riz

(Clarín) En Argentina, las noticias que entremezclan la política con corrupción en un sinfín de escándalos, son pan cotidiano. Gran parte de esta sociedad se resigna a este mal que sólo conmueve la indiferencia cuando la economía deja de ser promisoria. Preciso es reconocer que los escándalos que se multiplican y alcanzan a la familia presidencial son síntomas de algo más grave: es el modo de ejercer el poder en nuestro sistema político el que está en el banquillo.

La arbitrariedad del poder que distribuye premios y castigos a su antojo, mantiene una mayoría obediente en el Congreso y convierte al Estado en botín de cargos y prebendas que fabrican adeptos, ha construido una administración inmediatista, oscura, ineficaz y destructiva. La contaminación de la vida político-administrativa no es de hoy, pero se ha ido agravando hasta llegar al punto en el que estamos.

La presidenta se erige en defensora del interés popular, como si éste fuera lo mismo que la estatización y la hegemonía partidista, y estigmatiza a sus adversarios como representantes de las corporaciones y defensores de los intereses extranjeros. Le corresponde a la oposición desmitificar tanto engaño y cambiar los términos de la competencia electoral. Dilma Roussef triunfó levantando el clivaje social entre ricos y pobres y pronto se vio que su política para enfrentar los problemas que tiene, no difiere de la que promovía su adversario, supuesto representante de los poderosos del Brasil. No se trata de la oposición entre ricos y pobres, se trata de otro modo de ejercer el poder para afirmar un gobierno previsor y previsible, transparente y eficaz, que pueda cimentar un futuro de progreso en una sociedad más justa para todos y más libre para cada uno.

Pocos dudan de que la salida de este laberinto destructivo exija una amplia coalición con unidad de propósitos y capacidad de consensuar las políticas para alcanzarlos. La oposición fragmentada no podrá ser alternativa de poder y quien triunfe en las urnas, no podrá gobernar sin formar mayorías en el Congreso. Una coalición triunfadora tendrá que asegurar la gobernabilidad y contener la conflictividad alimentada por los muchos problemas que se heredarán. Para lograrlo, deberá enhebrar los consensos parlamentarios que respondan a objetivos claros y compartidos. Las PASO son un recurso eficaz para decidir liderazgos de coalición, pero hay que ganar elecciones y, además, gobernar.

¿Por qué los numerosos ejemplos de realineamientos políticos y políticas innovadoras en la región despiertan tantas reticencias aquí- como es el caso del acuerdo entre la UCR y el PRO de cara a las próximas elecciones? ¿Por qué no habría de prosperar una coalición de gobierno para salir del lodazal que ahoga a la política hoy? La Concertación chilena reunió un amplio espectro partidario desde el centro derecha hasta el centro izquierda. Ninguno de los partidos que la integran vio disolverse su identidad. ¿A qué principios debiera renunciar al radicalismo en su alianza con el PRO que hace que muchos de sus correligionarios se rasguen las vestiduras? Sería bueno saberlo. Se necesita generosidad y paciencia para enhebrar consensos duraderos. También el PRO deberá estar pensando cómo gobernar si llegan a triunfar porque solos no podrán.

En nuestro sistema político las alianzas o coaliciones son sospechadas de ocultar ambiciones mezquinas, percibidas como mezclas condenadas al fracaso de las que nunca hay aprendizaje político. Sólo han resultado exitosos los frentes que funden identidades dentro de un mismo movimiento político atrapa todo, como lo viene haciendo el peronismo desde siempre. Basta recordar cómo le fue a la Ucedé.

No tenemos experiencia de presidencialismos de coalición a la manera de Brasil, Chile o Uruguay, fundados en el diálogo. Una tradición dominante no ve la política como un juego de diversidades del que se origina una mayoría para fines específicos, sin la pretensión de absorber toda la vida política nacional bajo un solo mando centralizado. El kirchnerismo encarna esa vocación de hegemonía, cara al peronismo, que fabrica presidencialismos de cooptación basados en el intercambio de lealtades y favores. Estamos ante una oportunidad de cambio, de un cambio que es ante todo, otra forma de ejercer el poder y de concebir la política. Es responsabilidad de los dirigentes fijar objetivos claros y políticas para lograrlo. Acaso vamos a esperar que una crisis más grande destruya todo resto de credibilidad y el cambio no resulte del consenso democrático sino, una vez más, de la voluntad férrea de algún otro salvador/a de la patria que quiera convencernos de que la única vía para el progreso es el autoritarismo, llámese populismo, demagogia o como se prefiera.

Fuente: Clarin.com (Buenos Aires, Argentina)