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21.05.15

La escuela de la violencia

(La Nación) Años atrás, el jefe de la barrabrava de Boca expresó en una entrevista: «Pero esto no se va a terminar nunca porque esto es una escuela. Es herencia, herencia y herencia». Como en el eterno retorno griego, los argentinos parecemos acorralados en este laberinto borgeano, condenados a heredar alumnos de esta pavorosa escuela.
Por Nicolás José Isola

(La Nación) En  la Argentina, los barrabravas han ascendido socialmente en los últimos 30 años. La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) y todos los colores de la política han trabajado para ello.

Recibieron entradas para la Copa del Mundo, lograron financiarse cobrando estacionamiento en las inmediaciones de los clubes, se insertaron en el narcotráfico y están en las entrañas de la política. Son amigos de fiscales, ministros, gobernadores e intendentes. Tienen sus teléfonos personales y los llaman. Ellos atienden y resuelven. Tienen el poder.

En julio de 2012 Cristina Kirchner, delante de Julio Grondona y los presidentes de los clubes más importantes, llegó a decir: "Se ha recargado mucho el tema de la violencia en el fútbol con una clara intencionalidad política (.) de repente aparecieron delincuentes, yo no quiero hablar de barrabravas, quiero hablar con el corazón y desprovista de todos los intereses espurios que se mezcla con la política. (.) Es toda una mística, llevar los trapos, defenderlos. (.) Nunca miran el partido, arengan y arengan, la verdad mi respeto para todos ellos".

El vínculo entre barrabravas y política no es lejano. Muchos ministros del actual oficialismo y dos candidatos a presidente han estado a cargo de clubes de fútbol de primera división. La relación con el poder no es mediata, es inmediata. Mauricio Macri, actual Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires y candidato a la presidencia, fue presidente de Boca y dejó avanzar a estos fanáticos, como tantos otros presidentes de clubes.

Tiene razón CFK: arengan y no miran el partido. Sencillo, el fútbol es lo que menos les importa: cuidan un negocio. No es extraño ver en las tribunas banderas con el nombre y el rostro de políticos. La política juega a relativizar el potencial de los mismos recursos humanos que luego emplea como guardaespaldas o para apretar opositores y disuadirlos. Si los políticos celebran la épica barrabrava, los marginales leen que el "sálvese quien pueda" está legitimado.

En septiembre de 2013, el controvertido Angelici expresó: "Acá hay que definir de una vez si a los violentos hay que erradicarlos o si a los violentos hay que asociarlos en unas Hinchadas Unidas y darles pasaportes, llevarlos a los mundiales, llevarlos a los actos políticos, a los sindicales... acá hay que tomar una decisión". El silencio fue la respuesta (pregúntenle a Cantero, si no).

La violencia en las canchas es un teatro de nuestras formas fanáticas -léase irracionales- de conversación pública. En ese teatro de operaciones también se dirimen las internas de la política. Ningún político se salva. Tampoco el periodismo. No es raro ver en los periódicos que debe jugarse "a matar o morir". A veces, el lenguaje es traicionero. Se filtra y se hace intencionalidad, luego acto.

En su perfil de Twitter, el actual jefe de la barrabrava de Boca ha escrito: "Fui preso por Boca y moriría por el xeneize". Si se sabe leer, allí está condensado el fragor y posible costo de la batalla. No es una bio, es una advertencia.

Los argentinos somos expertos para desentendernos de las demarcaciones frente a la violencia. Esperábamos que la Conmebol nos pusiera el límite desde el exterior. El problema sigue siendo nuestro.

Argentina hace tiempo juega los partidos sin hinchas visitantes. Un gran logro de la gestión de la AFA y de la política al que ya nos acostumbramos: el otro no está porque no puede haber convivencia pacífica. Una metáfora contundente de un país polarizado, dentro y fuera de la cancha.

En fin. Quedará para otra ocasión el cambio rotundo en materia de violencia. Como un referí, ante un roce en el juego, la Conmebol dijo: "siga, siga". Y los muchachos van a seguir, que no nos quepa duda.

Años atrás, el jefe de la barrabrava de Boca expresó en una entrevista: "Pero esto no se va a terminar nunca porque esto es una escuela. Es herencia, herencia y herencia". Como en el eterno retorno griego, los argentinos parecemos acorralados en este laberinto borgeano, condenados a heredar alumnos de esta pavorosa escuela.

"Esto no se va a terminar nunca", se dicen millones de argentinos esta semana. La desesperanza nos vuelve a abrazar. La política sonríe, cómplice. Zafó, de nuevo.

El partido sigue. Ah! Una cosa más: si le seguimos dando la pelota a los alumnos de la escuela de la violencia nos van a seguir ganando por goleada.

Fuente: La Nación (Buenos Aires, Argentina)