Artículos

21.12.15

¿Macri prefiere la oposición de Cristina o de un PJ renovado?

(TN) Hay que tomar en cuenta, que más allá de las opciones estratégicas de que pueda disponer el nuevo presidente, gravitará en lo que suceda la propia dinámica interna del peronismo, que en muchas ocasiones del pasado ya demostró poder ser casi por completo indiferente a las preferencias de los que miran de afuera y son de palo.
Por Marcos Novaro

(TN) Cristina no es Perón: su llamado a la resistencia no tiene posibilidad alguna de generar una crisis de legitimidad en el sistema político argentino; ni siquiera en la eventualidad de que Macri enfrente problemas serios en lo económico, en lo social o en lo institucional.

Tampoco su poder residual le basta para reeditar el rol que le cupo a Ubaldini frente a Alfonsín: difícilmente pueda complicarle lo suficiente la vida al nuevo gobierno como para facilitarle a otros peronistas la tarea de recomponer la mayoría perdida.

Primero porque por más que agitó el fantasma destituyente hasta cansarse, el kirchnerismo no sufrió un golpe de estado sino un extendido trastazo electoral.

Segundo porque ni siquiera controlando todo el poder del estado pudo mantener medianamente unido al peronismo territorial y sindical, mucho menos lo conseguirá desde el llano.

Tercero porque lo que tiene detrás suyo no es nada parecido a un movimiento social: no expresa a porciones relevantes de la sociedad, por más que se machaque con “la grieta” y con el “casi empate del 22 de noviembre” la polarización k sólo logró entusiasmar a los más fanáticos en el pasado, y mientras más tiempo pase logrará cada vez menos.

Y por último porque con las figuras e ideas con que trabaja no puede evitar que queden cada vez más a la luz los vicios de siempre de una política facciosa, violenta y mal acostumbrada a aprovecharse de los recursos y los cargos públicos.

En este marco se entiende que el grito de guerra que pretendió reestrenar el pasado 9 de diciembre, “volveremos, volveremos”, sonara poco realista como amenaza y escasamente convocante como promesa.

Pero si esto es así, y no está realmente en condiciones de comprometer la gobernabilidad macrista, cabe preguntarse si la estrategia de la resistencia K no podría contribuir sin quereral resultado contrario, es decira fortalecerla y legitimarla.

Y por tanto si a Cambiemos no le conviene ayudar a que Cristina y los suyos sean los máximos exponentes de la oposición, en una suerte de inversión del juego de polarización que estos intentaran hasta aquí: ¿Cómo no apoyar las iniciativas del nuevo gobierno, cómo no identificar la suerte del país con la suya, si la alternativa es volver a ponernos en manos de semejante hueste de fanáticos y manipuladores?

Tras escuchar a Hebe de Bonafini, Estela Carlotto y Martín Sabbatella en la Plaza de los Dos Congresos el pasado jueves se podría llegar a la conclusión de que es efectivamente así, que Cristina y los suyos trabajan más que para beneficio de su sector y para volver llevar al peronismo alguna vez al poder, para fortalecer al gobierno que tanto odian: su protagonismo y sus palabras en el acto realizado bajo el lema ya de por sí patotero de “La ley de medios no se toca” si algo lograron fue poner en aprietos a los peronistas.

Algunos de los cuales, como Scioli y Gioja, apoyaron la movilización pero luego se escondieron, mientras el resto se escondía sin más, guardó un estruendoso silencio y seguramente se terminó de convencer de que por más brutal que haya sido el decreto de Macri sobre los jueces de la Corte no convenía abrir la boca, ni meterse en esa pelea ni en la de la ley de medios, ni en la de la Procuraciónni en ninguna otra de las que involucran las muchas minas antipersonales con que sembró su retirada la señora de Kirchner.

Hay de todos modos inconvenientes bien visibles e inmediatos para que un juego de este tipo prospere. Por un lado, porque si Macri y su gobierno pretenden consolidarse, sanear la escena institucional y dejar atrás lo más rápido posible ese campo minado que les legó Cristina, deberán desmantelar cuanto antes y de forma inapelable los santuarios de poder de que depende la sobrevivencia del liderazgo de la señora.

El propio éxito de la nueva gestión en desmontar los rastros de los vicios y errores de su predecesora, como la política de medios, la colonización de la Justicia y la corrupción, inevitablemente conspirará así contra la escena que más les convendría a los nuevos inquilinos de la Rosada en términos de competenciainterpartidaria.

En segundo lugar, estos necesitan volverse confiables contrapartes en negociaciones y acuerdos con los peronistas más moderados y razonables, todos los que estén dispuestos a acordar leyes y políticas en el Parlamento, los gremios y las provincias.

De cuya buena disposición dependerán aquellos, al menos en alguna medida y hasta 2017, para aprobar leyes y estabilizar y reactivar la economía. Por lo que no podrán al mismo tiempo andar conspirando contra la suerte partidaria y electoral de esos interlocutores.

Una prueba de fuego a este respecto se les presentará a las autoridades y a estos sectores del peronismo cuando próximamente llegue el momento de discriminar desde el gobierno nacional entre gobernadores, sindicalistas y bloques legislativos amigables o desafiantes: ¿El oficialismo privilegiará a los más moderados, aunque a mediano plazo representen una potencial mayor amenaza a su predominio electoral, o a los más atados al proyecto anterior, aunque sean menos colaborativos?

Hay que tomar en cuenta, de todos modos, que más allá de las opciones estratégicas de que pueda disponer el nuevo presidente, gravitará en lo que suceda la propia dinámica interna del peronismo, que en muchas ocasiones del pasado ya demostró poder ser casi por completo indiferente a las preferencias de los que miran de afuera y son de palo.

De allí que casi nunca se haya podido digitar desde afuera lo que sucede en la interna del movimiento, ni sacar provecho de ella para fortalecer otros proyectos. No pudo hacerlo Frondizi por más que intentó fortalecer a los neoperonistas. Tampoco Illia cuando hizo el juego opuesto.

Ni el propio Alfonsín que lo intentó casi todo, desde convertir a Isabelita en líder-tapón de la oposición hasta acordar con los ortodoxos, con los renovadores, o con ambos a la vez para que se frenaran entre sí.

Lo que cabe extraer de esta larga serie de intentos frustrados es que conviene no meterse en esa interna. Tal vez así haya menos chance además de que en su competencia entre sí los peronistas vuelvan a ocupar toda la escena.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)