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14.01.17

¿Hubo un fin de ciclo en la región?

(La Nación) Hace un año, América del Sur parecía iniciar un cambio político que implicaba el fin de un largo y pernicioso ciclo en la región. Un año después se percibe que ese cambio no fue tan contundente y que la nueva etapa arrastra fuertes vestigios del ciclo cuyo fin tanto se anunciaba.
Por Tomas Linn

(La Nación) El ejemplo más dramático es Venezuela. La oposición consolidó una mayoría abrumadora en la Asamblea Nacional, pero el presidente Nicolás Maduro ni renunció ni formó una coalición con los vencedores. Por el contrario, aliado a un Poder Judicial que le es incondicional, neutralizó al Parlamento, mantiene en prisión a los principales líderes opositores y se resiste a realizar un referéndum revocatorio aunque las firmas para ello fueron reunidas. Pese a estar en minoría, a las protestas callejeras y a la desastrosa situación económica, el régimen sigue más duro que nunca y ya nadie discute que es una férrea dictadura.

Allí, cambio de ciclo no hubo.

Tampoco lo hubo en Brasil, que responde a una realidad diferente a la de los gobiernos populistas en la región, pero que quedó atrapado en algunas de sus redes. Ante la ineficacia para sortear una creciente crisis económica y en medio de una generalizada corrupción, la presidenta Dilma Rousseff fue destituida por el Congreso tras un juicio político. El vicepresidente, Michel Temer, un aliado en la coalición que llegó al gobierno, es parte de la misma trama de corrupción que escandaliza al país. Tampoco hubo allí un cambio notorio. Las cosas siguen mal.

Sí lo hubo en la Argentina, pero sólo a medias. Las graves acusaciones de corrupción que afectan a la ex presidenta Cristina Kirchner y a su círculo sacudieron al país. Pero persiste la impresión de que el impacto no fue suficiente. Numerosos seguidores suyos, que ya no son mayoría, la defienden con el mismo descaro de siempre. Otros, que estuvieron en su gobierno o la respaldaron desde el Parlamento, ahora parecen no haber tenido nada que ver con ella. Ventajas de ser peronista. Ahora están a favor de una necesaria renovación los mismos que hace un año integraban aquello que hoy se exige renovar.

Renovadores o no, no le hacen las cosas fáciles al presidente Mauricio Macri, cuya elección hace algo más de un año pareció marcar una inflexión irreversible.

Es verdad que, pese a las medidas tomadas, la recuperación económica todavía no comienza y los posibles inversores siguen mirando las cosas de afuera. Si durante 12 años todo se hizo tan mal, ¿por qué un solo año de Macri debería alcanzar para generar confianza? Más cuando los responsables del desquicio siguen jugando e insisten en embarrar la cancha.

Los opositores moderados y hasta los observadores imparciales, en su afán de serlo, están errando sus pronósticos. Suele decirse que las medidas más impopulares que tomó Macri eran inevitables, pero que se equivocó en la forma de hacerlo. ¿Inevitables pero erradas en la forma? Las medidas inevitables difícilmente tengan una "mejor forma" de tomarse.

Es una situación rara, porque Cristina pierde popularidad, pero no a los niveles que se esperarían ante la corrupción flagrante que practicó y el pésimo legado que dejó. A Macri se lo cuestiona por medidas impopulares y se le exigen soluciones como si las arcas del Estado estuvieran llenas.

No es que haya un entusiasmo desbordante hacia Macri, pero, pese a la situación económica, mantiene un cierto grado de apoyo popular. ¿Carisma? Ciertamente no tiene un carisma clásico, pero aun así transmite confianza, mantiene la calma, no pierde los estribos, y todo eso obliga a preguntarse si no será una forma de carisma no prevista en los manuales.

En la Argentina hubo un cambio, pero no fue un radical fin de ciclo. Pese a su desprestigio, el kirchnerismo no cede, y no está muerto quien pelea.

Con dificultades para remontar la situación económica y con inversores que tal vez confíen en la persona del Presidente, pero no en la larga historia de contramarchas argentinas, Macri sigue en la suya. Apuesta a mantener el crédito que la población le dio y confía en que con su calma y su insistencia en que ni la más grave instancia debe dar lugar a un estado de conflictividad permanente podrá ir llevando las cosas.

¿Hasta cuándo? Ésa es la gran pregunta. Según la respuesta, se sabrá si el país cerró un negativo ciclo populista y dio lugar a otro abierto y más sano o si sigue atado a sus peores compulsiones.

Fuente: La Nación (Buenos Aires, Argentina)